Jimmie vino por oro y encontró la catarata más elevada del planeta
Los tipos menos conocidos de pronto se montan
en una buena estrella y se hacen más o menos brillantes; pero, como siempre,
salidos de una heterogenia y abigarrada multitud.
Tal es el caso de Mac Graken, minimizado dentro
de la agitada muchedumbre neoyorkina que un día, entre mesas y bullicios de
tertuliantes ebrios, oye hablar de una misteriosa Ciudad Perdida y sale como
puede a encontrarla y la encuentra, no como se la hicieron imaginar sino como
una misma realidad de la tierra fluvial y umbría, repleta de gigantescas
piedras, orquídeas, aves, serpientes y oro rodado como guijarros que fue
recogiendo hasta acumular una fortuna que no pudo sacar consigo sino mucho
después cuando de regreso a su tierra conoció a un singular personaje de
espíritu vivaz y aventurero.
Se
llamaba Jimmy Ángel, aviador y veterano de la Segunda Guerra Mundial, con
alas propias reconstruidas a fuerza de voluntad y trabajo. En ellas Mac Graken remontó los cielos y
aterrizó en el arcano de su fortuna que en parte debió compartir con su
salvador poco antes de despedirse y perderse más allá de la multitud donde
antes era un desconocido.
Jimmy
Ángel jamás pudo divorciarse de esta lujuriante experiencia. Es más, le quedó en su ser como una impronta
obsesiva que lo condujo de vuelta al Mundo Perdido de Arthur Conan Doyle.
De
manera que retornó en sus propias alas, una Flamingo al que buscando
acercamiento con la tierra de los Pemón y Arekunas le puso el nombre de “Río
Caroní”, porque ese encumbrado río de aguas color de vino dominaba la geografía
edénica que quería explorar.
Geografía
llena de sabanas, mesetas y cascadas que se habituó sobrevolar riesgosamente en
medio de turbulencia, tratando de medir con el altímetro de su ruidosa
Flamingo, los chorros verticales que se desprendían desde las alturas de los
tepuyes. Una de esos chorros o cscadas,
la más imponente, le parecía de una elevación única, mucho más que la Yosemite de su amada California. Entonces se olvidó del metal amarillo,
avasallado su ser por la majestad del agua desprendida en columna vertical de
aquel escarpe.
Pero
¿cómo decirle a la humanidad viviente que no es el King Georges o el Sutherland
los saltos de agua más elevados del planeta sino esa columna irresistible que
somete, conmueve y agita el espíritu más desprevenido? Fue cuando después de reflexionarlo mucho con
su mujer Marie, el baquiano minero Ángel María Delgado y su amigo caraqueño
Gustavo Henny, decidió en compañía de ellos
aterrizar la avioneta sobre la cabecera del Salto buscando que el
impacto aeronáutico atrajera la atención del mundo.
El
9 de octubre de 1937 despejó claro y con un sol brillante, pero aún así después
de revolotear la cumbre de la meseta como una gaviota le resultaba imposible
desde 8 mil pies de altura percibir la naturaleza del suelo escondido debajo
del extenso y alto pajonal donde pretendía como al final decidió, colocar su
avioneta. La que durante la
operación de aterrizaje quedó con la cola levantada y las ruedas delanteras
hundidas en un suelo tan cenagoso como el de un morichal.
El piloto, al momento, pensó que
había quedado atrapado por la marisma en medio de aquella meseta donde el
viento se agiganta y agita de manera turbulenta. Sin embargo, el suelo no era
tan fangoso como para hundirse el hombre hasta más arriba del empeine, de
suerte que, con tino y cuidado, lograron salir de allí con lo necesario para
sobrevivir.
Desde aquella meseta tubular, de
2.460 metros sobre el nivel del mar, de paredes verticales y cumbre plana, de
intensas fracturas y sucesiones de escarpes y terrazas, el paisaje era inmenso
y sobrecogedor. Otros tepuyes se alzaban distantes interrumpiendo la serenidad
del horizonte y dominando las sabanas onduladas. Cursos de agua y raudales,
vegetación herbácea, densas formaciones selváticas, raras especies forestales y
fáunicas hablaban de otro mundo, tal vez del Mundo Perdido de Sir Arthur Conan Doyle.
El Auyantepuy es una meseta arenisca de la edad precámbrica que al igual
que las del Monte Roraima, Acopantepuy, Chiamatepuy, Apramantepuy, Auyantepuy,
Ueitepuy, Iruruimatepuy, Paratepuy y Tramantepuy (la más alta), forman parte de
la llamada Formación Roraima, de existencia posterior a la del Escudo de
Guayana.
Vista de Norte a sur, desde la
avioneta en vuelo, la Meseta
del Auyantepuy presentaba para Jimmy Ángel, casi la forma de un corazón
seccionado por dos descomunales cañones, uno de los cuales sirve de lecho al
río Churún.
El río Churún nace al Sur de la
propia cumbre del Auyantepuy hasta convertirse en un Salto de 400 metros de
caída libre que luego de un recorrido de 10 kilómetros en dirección Sur-Noroeste,
recibe otro salto mucho más elevado e imponente. Tal es desde entonces el Salto Ángel, nombre sugerido por el
ingeniero venezolano Gustavo Henny.
El río Churún, luego de recibir los
Saltos Churún y Ángel va a fluir sus aguas intensas y espumosas en el río
Carrao que tras formar la laguna de Canaima, transformado en el Salto Hacha,
termina rindiéndose al Caroní.
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