martes, 2 de julio de 2013

El Diamante de Barrabas el viento se lo llevó


Siempre hemos oído hablar del Diamante de Barrabás. A decir del vulgo, era  algo así como una pera, pero realmente no era tal sino más pequeño y pesaba 155 quilates (31 gramos).

Barrabas era un negro alto y fibroso que nació en El Callao cuando aún Gómez  mandaba en Venezuela  (1929). Pero su verdadero nombre era el de Jaime Teófilo Hudson, nombre inglés por la procedencia trinitaria de sus padres.
Cuando tenía 25 años,  “Barrabás” que así lo llamaban no sabemos por qué pues no era un hombre malo, travieso o díscolo sino tranquilo, aventurado en la búsqueda de diamantes en los placeres otrora famosos de El Polanco, Surukún, Icabarú y Paraitepui de la Gran Sabana.
De él cuentan que una mañana fresca del año 1942, cuando el pájaro minero lanzaba su agradable trino premonitorio, Barrabas y su compañero de faena “El Indio Soler”,  dialogaban mientras relavaban los desechos arenosos dejados por otros mineros al borde de una quebrada:
-Caray, tan dura que es la vida del minero –dijo el Indio Soler con cierto lamento
-De veras que es dura, Indio; pero, no es para tanto, mira que hoy tengo una gran presentimiento.  Presiento que algo bueno nos va a ocurrir –lo alentó Barrabas al tiempo que  giraban y chaqueaban la suruca con el material de desecho.
Efectivamente, algo bueno le ocurrió.  No había terminado de soltar la frase cuando le brotó como milagro la piedra preciosa con la que siempre había soñado, tal vez como la perla, aunque menos trágica,  buceada por Kino en el mar de  Nayarit.
Había encontrado Barrabas la piedra con la cual sueña todo minero. La imaginación popular siempre fluida e hiperbólica la dimensionó del tamaño de una pera, pero la verdad que no era tanto ni tan pequeña, no obstante estaba por casualidad ante la piedra preciosa hasta hoy más gran de Venezuela.
La piedra de 155 quilates (31 gramos) resultó ser de gran pureza y cuando los compradores internacionales supieron del hallazgo se movilizaron y llegaron hasta Urimán y negociaron con Barrabas el diamante por un precio insignificante del cual sólo correspondió al minero 68 mil bolívares que fue a hacer efectivo en Caracas.
Enterado el Presidente de la República, quiso ver la piedra y conocer a Barrabas que no encontraba donde meterse para resguardar su humanidad de tanta admiración y asedio.  De manera que Jaime Teófilo Hudson viajó a Caracas muy bien cortejado, visitó el Palacio de Miraflores y de allá salió la piedra con nombre: “Diamante Libertador”.
La prensa nacional explotó el tema del hallazgo y la noticia trascendió más allá de nuestras fronteras.  La Casa Harry Wiston de Nueva York se interesó y gestionó su adquisición ofreciendo medio millón de bolívares.
El diamante de Barrabas fue examinado por el experto gemólogo Adrián Graselli, quien en una impresionante ceremonia lo fraccionó en cuatro partes para ser tallado.  Del fraccionamiento resultaron una piedra de 40 quilates, otra de 11.12, una tercera de 8.92 y la cuarte de 1.44  quilates.  La mayor fue vendida en subasta pública por 185 mil dólares.
El diamante de Barrabas se transfiguró en sueñuelo para mucha gente del país y de vecinos que soñaban y sueñan con ser fortuna de la noche a la mañana. Del Brasil, Colombia y las Guayanas inglesa, holandesa y francesa comenzaron a llegar forasteros, lo cual obligó al Gobierno Nacional ha  constituir la Comisaría del Roraima con base en la fronteriza Santa Elena de Uairén.
La búsqueda de diamantes conjuntamente con la del oro permitió que se formaran pequeñas localidades como La Faisca, la cual llegó a tener una población de 3 mil habitantes.  Esta población, al igual de otras, desapareció al emigrar mineros atraídos por bulas mineras como la de Parupa, Río Claro, El Merey, Playa Blanca, San Salvador de Paúl y Guaniamo.
El veterano minero Carlos Amaya fue uno de los que tuvieron en sus manos el Diamante de Barrabas. Cuenta que parecía una pepa de jobo con la diferencia de que era blanca, sin ningún defecto.  “Tenía unos poros que uno le ponía la lupa y se veía hasta el oro lado”. 
De esa época era, Serafín Sifontes, el Negro Díaz, Carlito Fernández, Miguel Alcalá, el Negro Odremán,  Rafael y Roberto Lezama, mineros buenos, de envergadura, que se hundían hasta cuatro meses seguidos en la montaña y que explotaba buenas minas muriendo, sin embargo, pobres.
Murieron tal vez pobres como Barrabás.  Porque este minero de El Callao de ascendencia trinitaria, malgastó en poco tiempo el producto de su gran diamante.  Quedó pobre como el primer día.  En los años 60, convencido de que su mejor momento había pasado, dejó de aventurar en las minas y se dedicó a explotar un negocio denominado “La Orchila” en la región de Icabaú. Finalmente en Tumeremo donde tenía un negocio igual llamado “La Fortuna”.

Cuentan que los buscadores de diamantes cuando visitaban La Orchila terminaban cantando en la cumbre de su jolgorio una vieja tonada inspirada en el hallazgo de aquella hermosa piedra brotada de la extinta bulla minera de “El Polanco”: “El diamante de Barrabás, el viento se lo llevó”.

2 comentarios:

  1. hace dos días de mano de su autor recibí como obsequio un libro titulado DE LOS RESTON DE CAIN escrito por YTALO DONADELLI en el cual el relata las experiencia y vivencias contadas a el por el propio barrabas de parte de su vida, consiguió el diamante Bolívar y como paso de ser el poseedor del diamante mas grande
    hallado en Venezuela, la fortuna que tuvo, como la despilfarro y volvio a la miseria en que vivio....excelente libro narrado por una persona que conoció a barrabas y plasmo las anécdotas escuchada por quien encontró y fue el primer dueño del diamante libertador excelente libro se los recomiendo

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