Siempre hemos oído hablar del Diamante
de Barrabás. A decir del vulgo, era algo
así como una pera, pero realmente no era tal sino más pequeño y pesaba 155
quilates (31 gramos).
Barrabas era un negro alto y
fibroso que nació en El Callao cuando aún Gómez
mandaba en Venezuela (1929). Pero
su verdadero nombre era el de Jaime Teófilo Hudson, nombre inglés por la
procedencia trinitaria de sus padres.
Cuando tenía
25 años, “Barrabás” que así lo llamaban
no sabemos por qué pues no era un hombre malo, travieso o díscolo sino
tranquilo, aventurado en la búsqueda de diamantes en los placeres otrora
famosos de El Polanco, Surukún, Icabarú y Paraitepui de la Gran Sabana.
De él cuentan
que una mañana fresca del año 1942, cuando el pájaro minero lanzaba su
agradable trino premonitorio, Barrabas y su compañero de faena “El Indio
Soler”, dialogaban mientras relavaban
los desechos arenosos dejados por otros mineros al borde de una quebrada:
-Caray, tan
dura que es la vida del minero –dijo el Indio Soler con cierto lamento
-De veras que
es dura, Indio; pero, no es para tanto, mira que hoy tengo una gran
presentimiento. Presiento que algo bueno
nos va a ocurrir –lo alentó Barrabas al tiempo que giraban y chaqueaban la suruca con el
material de desecho.
Efectivamente,
algo bueno le ocurrió. No había
terminado de soltar la frase cuando le brotó como milagro la piedra preciosa
con la que siempre había soñado, tal vez como la perla, aunque menos
trágica, buceada por Kino en el mar de Nayarit.
Había
encontrado Barrabas la piedra con la cual sueña todo minero. La imaginación
popular siempre fluida e hiperbólica la dimensionó del tamaño de una pera, pero
la verdad que no era tanto ni tan pequeña, no obstante estaba por casualidad
ante la piedra preciosa hasta hoy más gran de Venezuela.
La piedra de
155 quilates (31 gramos) resultó ser de gran pureza y cuando los compradores
internacionales supieron del hallazgo se movilizaron y llegaron hasta Urimán y
negociaron con Barrabas el diamante por un precio insignificante del cual sólo
correspondió al minero 68 mil bolívares que fue a hacer efectivo en Caracas.
Enterado el
Presidente de la República ,
quiso ver la piedra y conocer a Barrabas que no encontraba donde meterse para
resguardar su humanidad de tanta admiración y asedio. De manera que Jaime Teófilo Hudson viajó a
Caracas muy bien cortejado, visitó el Palacio de Miraflores y de allá salió la
piedra con nombre: “Diamante Libertador”.
La prensa
nacional explotó el tema del hallazgo y la noticia trascendió más allá de
nuestras fronteras. La
Casa Harry Wiston de Nueva York se interesó
y gestionó su adquisición ofreciendo medio millón de bolívares.
El diamante de
Barrabas fue examinado por el experto gemólogo Adrián Graselli, quien en una
impresionante ceremonia lo fraccionó en cuatro partes para ser tallado. Del fraccionamiento resultaron una piedra de
40 quilates, otra de 11.12, una tercera de 8.92 y la cuarte de 1.44 quilates.
La mayor fue vendida en subasta pública por 185 mil dólares.
El diamante de
Barrabas se transfiguró en sueñuelo para mucha gente del país y de vecinos que
soñaban y sueñan con ser fortuna de la noche a la mañana. Del Brasil, Colombia
y las Guayanas inglesa, holandesa y francesa comenzaron a llegar forasteros, lo
cual obligó al Gobierno Nacional ha
constituir la
Comisaría del Roraima con base en la fronteriza Santa Elena
de Uairén.
La búsqueda de
diamantes conjuntamente con la del oro permitió que se formaran pequeñas
localidades como La Faisca ,
la cual llegó a tener una población de 3 mil habitantes. Esta población, al igual de otras,
desapareció al emigrar mineros atraídos por bulas mineras como la de Parupa,
Río Claro, El Merey, Playa Blanca, San Salvador de Paúl y Guaniamo.
El veterano
minero Carlos Amaya fue uno de los que tuvieron en sus manos el Diamante de
Barrabas. Cuenta que parecía una pepa de jobo con la diferencia de que era
blanca, sin ningún defecto. “Tenía unos
poros que uno le ponía la lupa y se veía hasta el oro lado”.
De esa época
era, Serafín Sifontes, el Negro Díaz, Carlito Fernández, Miguel Alcalá, el
Negro Odremán, Rafael y Roberto Lezama,
mineros buenos, de envergadura, que se hundían hasta cuatro meses seguidos en
la montaña y que explotaba buenas minas muriendo, sin embargo, pobres.
Murieron tal
vez pobres como Barrabás. Porque este
minero de El Callao de ascendencia trinitaria, malgastó en poco tiempo el
producto de su gran diamante. Quedó
pobre como el primer día. En los años
60, convencido de que su mejor momento había pasado, dejó de aventurar en las
minas y se dedicó a explotar un negocio denominado “La Orchila ” en la región de
Icabaú. Finalmente en Tumeremo donde tenía un negocio igual llamado “La Fortuna ”.
Cuentan que
los buscadores de diamantes cuando visitaban La Orchila terminaban
cantando en la cumbre de su jolgorio una vieja tonada inspirada en el hallazgo
de aquella hermosa piedra brotada de la extinta bulla minera de “El Polanco”:
“El diamante de Barrabás, el viento se lo llevó”.
hace dos días de mano de su autor recibí como obsequio un libro titulado DE LOS RESTON DE CAIN escrito por YTALO DONADELLI en el cual el relata las experiencia y vivencias contadas a el por el propio barrabas de parte de su vida, consiguió el diamante Bolívar y como paso de ser el poseedor del diamante mas grande
ResponderEliminarhallado en Venezuela, la fortuna que tuvo, como la despilfarro y volvio a la miseria en que vivio....excelente libro narrado por una persona que conoció a barrabas y plasmo las anécdotas escuchada por quien encontró y fue el primer dueño del diamante libertador excelente libro se los recomiendo
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminar