El
13 de abril de 1749 nació en Guayana don Antonio Santos de la Puente , uno de los tantos
exploradores que desde la conquista buscaron las fuentes del Río Orinoco
creyendo que allí podía estar el misterioso y recóndito Dorado.
Antonio Santos de la Puente nació
específicamente en el ya inexistente poblado de Amaruca que se ubicaba al Este
de los Castillos de Guayana la
Vieja. Era hijo de don
Luis Santos López de la Puente y doña
Rosa Filgueira y Barcia.
En su libro “Orinoco Río de Libertad”
el escritor colombiano Rafael Gómez Picón habla de este personaje guayanés
utilizado por el Gobernador de la
Provincia , don Manuel Centurión, para remontar el Orinoco
hasta su propio origen en la creencia todavía de que podría ser allí donde se
encontraba la fabulosa ciudad dorada de Manoa donde reinaba el Rey rodeado de
grandes tesoros.
Antonio Santos de la Puente conocía el
terreno y tenía experiencia pues siendo cadete había acompañado a Díaz de la
Fuente y a los capitanes Antonio Bonalde, fundando poblados y levantando
fortificaciones. Además, era un hombre
de gran coraje y mucha tenacidad, dominaba la mayoría de las lenguas indígenas, conocía y sabía
compartir sus costumbres. Era pues un
hombre excepcional para la ingente empresa que no pudo ni pudieron cumplir
muchos adelantados sino a mediados del siglo veinte una expedición franco
- venezolana.
En 1770 y 1771 Antonio Santos de la
Puente remontó el Paragua, atravesó la serranía Pacaraima y se aventuró hasta
Río Branco en donde los portugueses lo apresaron. En la cárcel del Gran Pará permaneció cautivo
durante tres años y luego de liberado regreso a Angostura por la vía de Río
Negro Caciqueare y Orinoco. En 1774 y
1775 se unió al Capitán Antonio Barreto para remontar el Río Caura y el
Erevato y después de atravesar la sierra
Maigualida cayó al Ventuari y prosiguió por tierra hasta la Esmeralda, en el
Alto Orinoco. Durante ese recorrido
ambos fundaron con la ayuda de los indios, diecinueve fortificaciones que
pronto desaparecieron. Antonio Santos de
la Puente murió en 1796, a la edad de 47 años.
Celestino Perraza seguramente fabricó
una leyenda en torno a este personaje o superpuso una mal contada leyenda
indígena sobre la aventura histórica de Antonio Santos de la Puente que el escritor
simplemente asume en su libro “Leyendas del Caroní” como Capitán Antonio
Santos.
La leyenda la titula “El Trono de
Amalivac”. Amalivac, Amalivacá o
Amalivaca, según el misionero italiano jesuita Felipe Salvador Gilij, es el
dios de los Tamanacos que él ubica al norte del actual municipio Cedeño cuya cabecera
es Caicara del Orinoco. Pero Celestino
Peraza lo describe como el dios o héroe de toda la raza indígena que se
extiende desde y hasta más allá de
Guayana y que no era otro que el inca Coro-Capac también llamado “El Dorado”. Pero históricamente no existió ningún
Cora-Cápac sino Huayna Cápac, emperador del imperio Inca desde Chile hasta
Colombia. Al morir, el imperio quedó
divido entre sus hijos Huáscar y Atahualpa.
Huáscar huyendo de la persecución mortal de su hermano se habría
refugiado con todo su tesoro en predios
de Guayana colindantes con parte del imperio incaico y que Celestino Peraza
ubica en la cima de la sierra Paracambo de
más de 2.500 metros de altura.
Tal vez Peraza con el nombre de
Cora-Cápac quería referirse a Huáscar Cápac. Lo cierto es que hasta allá se
aventuró el Capitán Antonio Santos no obstante la oposición del cacique de los
Arecunas, Macapú, alegando por experiencia que quién se atrevió hacerlo jamás
regresó.
Santos junto con cinco acompañantes
hispanos corrió con suerte al ingresar a la ciudad dorada a través de una
caverna larga y profunda colmada de esqueletos humanos. El trono de Amalivac estaba custodiado por
tres tipos de humanos: gigantes un ojo en la frente, Rayas sin labios y sin
boca y enanos con cabeza de perros. El
mayordomo y médico del palacio de nombre Tocoroima recibió a los visitantes y
antes de conducirlo a Amalivac los sometió a un interrogatorio que terminó con
la siguiente sentencia: “Pues bien, estáis en el Dorado, en el Imperio del Inca
Cora-Cápac llamado Amalivac por los
aborígenes de América, mas el mortal que llega al Dorado no vuelve a su
país. Preparaos a vivir aquí o a morir
sin remisión, cualquiera de vosotros que intente escaparse”. Por supuesto, se
resignaron a vivir en aquella extraña ciudad neblinosa. A Santos le asignaron de compañera y esposa a
una mujer muy bella y escultural, pero ciega y sordomuda para que pudiera como
lo deseaba, librarse de los celos que poseyeron a sus dos esposas anteriores,
pero tan pronto tuvo oportunidad escapó cuando haciéndose el muerto fue arrojado
a la caverna por donde había ingresado.
No aguantaba a su esposa –es la anécdota-, tenía el olfato y el tacto
muy desarrollados, lo husmeaba certeramente por todas partes y los arañazos lo
estaban dejando sin pellejo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario