Sir
Walter Raleigh, durante los ocho años que estuvo preso en las normandas Torres
de Londres, escribió un libro sobre el hermoso y rico imperio de Guayana en el
cual, entre otros afirmaciones, señala que “me han asegurado aquellos españoles
que han visto y conocido a Manoa, la ciudad imperial de Guayana que ellos
llaman El Dorado, que por la magnitud de sus riquezas y por su asiento
excelente sobrepasa cualquier otra ciudad del mundo, por lo menos del mundo que
conocen los de la nación española. Está
fundada sobre un lago de agua salada de 200 leguas de largo y a manera del Mar
Caspio”
Ese libro conmovió y convenció a casi
todo el imperio y logró con él lo que buscaba atraído por la añagaza de El
Dorado. El 12 de junio de 1616 Sir Walter Raleigh obtuvo permiso del gobierno
de Inglaterra para una nueva expedición hasta el nuevo mundo al encuentro
promisorio de tierras y riquezas para su Rey.
Sobre la marcha y emocionado por su idea de otra aventura
acariciada al calor de las noticias que del nuevo mundo tenía y llegaban al
viejo continente, organizó una expedición de catorce buques con mil doscientas
quince toneladas y unos mil hombres.
Comandando la expedición iba él a bordo del buque “Destiny”,
rumbo a las Bocas del Orinoco, por donde decían se podía entrar hacia la dorada
Manoa. Su viaje hasta Trinidad fue
expedito pues ya el 6 de febrero de 1595 había arribado, quemado a San José de
Oruña y hecho preso al gobernador Antonio de
Berrío.
Al llegar a Trinidad donde tuvo que combatir para
posesionarse nuevamente de la isla, enfermó gravemente y adelantó hacia Santo
Tomás de la Guayana
a su hijo Wat y al Capitán Keymes con una fuerza de 600 hombres y cinco navíos.
Diego Palomeque de Acuña, gobernador de la provincia de
Guayana, con sólo 57 hombres, enfrentó a los corsarios, pero murió en el
combate al igual que la totalidad de los defensores de la ciudad. También del lado de los corsarios murieron el
hijo de Walter Raleigh y cuatro oficiales.
El capitán Keymes se suicidaría después por la muerte del hijo más
querido de su jefe.
Sir Walter
Raleigh, como se ve, fracasó en esta segunda expedición y su comportamiento
deterioró las relaciones de su país con España, causando serios disgustos al
rey Jacobo Primero y a la reina Isabel,
su protectora. Por lo tanto, en aras de
la paz entre ambas naciones. Raleigh fue
preso y decapitado al regresar a su país.
Antes de ir a la guillotina escribió este su epitafio: “Tal es el tiempo depositario de nuestra
juventud, dicha y demás/ y no devuelve sino tierra y polvo/ el que en la tumba
muda y triste/ cuando terminó nuestro camino/ la historia encierra de la vida
nuestra/ de esta tumba, polvo y tierra/ me librará nuestro señor, según confío”.
El fraile Antonio Caulin, cronista de
las Misiones y uno de los tres capellanes de la Expedición de Límites,
parecía ser el único que no creía en la realidad de El Dorado ¨ Si fuera cierto esta magnífica ciudad
y sus decantados tesoros –decía- ya estuviera descubierta, y quizás poseída por
los holandeses de Surinam, para quienes no hay rincón accesible donde no
pretendan instalar su comercio, como lo hacen frecuentemente en las riberas del
Orinoco y otros parajes más distantes, que penetran guiados por los mismos
indios que para ellos no tienen secreto oculto ¨.
Tanto para Caulin, como para los demás
expedicionarios de límites, El Dorado era otra cosa que no alcanzaban ver los ilusos, vale decir, la realidad de
los ingentes recursos naturales de Guayana que debían explotarse con la
ciencia, la tecnología adecuada y el trabajo productivo.
Sin embargo, la fábula de El Dorado
sirvió para fundar muchos pueblos y descifrar la complicada geografía
continental. Es más, como mito prodigioso y perdurable ha servido de alimento
permanente a las artes literarias y al ensayo histórico. Bastaría, citar lo más próximo: Los Pasos Perdidos, de Alejo Carpentier
y El Dorado Revisitado, de Catherunbe
Ales, del Centro National de la
Recher che Scientifique, Paris, y Michel Pouyllau, del Centro
National de la
Recherche Scientifiquye de Bourdeux, traducido por Jacqueline
Clarac.
Este último trabajo es realmente muy
interesante, pues a través del mito del Dorado que se perpetúa bajo diversas
formas, Ales y Pouyllau, lo
analizan en referencia a la historia de
las ideas, al avance de la cartografía y a la permanencia literaria de sus
geografías imaginarias. Por cierto, que
Jacqueline Clarac, la traductora del trabajo, lo dedica a un bolivarense ya
olvidado, Vicente Pupio, antropólogo, a quien su colega Jorge Armand quiso
homenajear fundando un Museo Etnográfico con su nombre, pero la UDO , donde prestaba servicio,
no le dio jamás el apoyo que tanto le demandaba. Frustrado en su aspiración, aprovechó una
coyuntura internacional y se fue a la
India a poner en práctica cuando había aprendido en la Escuela de Antropología de
la Universidad Central
de Venezuela. Se fue en busca de un
dorado distinto al que deslumbró a Walter Raleigh: el dorado del hombre y su
origen.
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