Muchos
de los aventureros que entre los siglos diecinueve y veinte se internaron en
Guayana lo hacían atraídos por la añagaza del Tesoro de los Frailes que, según una vieja leyenda muy
generalizada, fue enterrado en víspera de los azarosos días de la degollina.
Gallegos, cuando visitó el interior de
Guayana en los años treinta en busca de material para escribir la novela de la
selva, conoció a un españolito andaluz que con la copia de un plano
supuestamente hallado en los Archivos de India buscaba el sitio donde
supuestamente los misioneros enterraron su oro, porque de que lo explotaban no
hay duda y ello lo corrobora el geólogo francés Lucien Morisse en el relato de
su expedición hecha a Guayana en 1890.
Morisse se hizo muy amigo del indio
Santiago, comisario de Casanare, ya arrugado y encogido, quien siendo niño
solía acompañar a su Padre que era el
hombre de confianza de los misioneros, encargado de transportar periódicamente
el oro que furtivamente explotaban. El,
antes de morir, le indicó todos los lugares misteriosos donde se explotaba el
dorado metal y se los trasmitió a Morisse, quien cuenta en sus memorias haber: “anotado
preciosamente los relatos pintorescos de Santiago: quizá algún día me dedique a
hacerlos revivir con su salvaje y lejano sabor”.
Siendo corresponsal de El Nacional, me
enviaron a entrevistar al octogenario José Tiburcio Ruiz (en la foto), patrón
costanero del río Caroní, quien conocía versiones de la leyenda escapada de la
historia. Entonces conducía una chalana
y se veía enérgico y lúcido no obstante sus 85 años. Le hice dos preguntas básicas: fusilamiento
de los misioneros y tesoro
fraileño. Entonces me dijo:
“Lo que yo he oído repetidas veces
desde que vivo y trabajo en Caruachi, con relación al fusilamiento de los
misioneros, es que hubo una confusión de términos. Cuando desde el Cuartel General ordenaron al
Teniente Jacinto Lara que “pasara a los misioneros cautivos para el otro lado”,
es decir, para Tupuquén, donde el Padre Blanco había convenido con el
Libertador que serían trasladados, se acogió a un dicho muy popular de la época
según el cual “pasarlo para el otro lado” significa pasarlos por el filo de la
navaja”.
En cuanto al tesoro de los frailes dijo
tener entendido que cuantificaba 21 millones de pesos en lingotes de oro y el
cual estaba enterrado en un sitio que hasta ahora sigue siendo secreto que
guardan muy bien en su tumba las víctimas de la
hecatombe.
Tiburcio Ruiz vivía instalado en
Caruachi desde noviembre de 1939 que entró a trabajar con el doctor Ángel Graterol Tellería, quien construyó la
carretera de tierra hasta el Yuruari siguiendo una trilla mandada a abrir por
el gobernador Vicencio Pérez Soto en 1920 para que pasaran las recuas de mulas
y carro matos que hacían el transporte de carga y pasajeros hasta más allá de
Nueva Providencia.
El tesoro en lingotes de oro u onzas
españolas, se ha dicho que estaba enterrado en las inmediaciones del convento y
de la iglesia de la Purísima Concepción ,
de la que ya no queda sino ruinas. Pero
como allí no ha sido encontrado en más de 190 años, los interesados lo siguen
buscando en tierras de las extinguidas Misiones de los Ángeles de Yacuario, San
José de Capapui, San Francisco de Altagracia, la Divina Pastora , San Fidel de
Carapo y otros lugares inmediatos.
Últimamente se sospechaba, entre las
desaparecidas Misiones de San Pedro de las Bocas y San Buena Ventura, pero lo
sepultó para siempre el gran lago de la Represa de Guri.
Sitio, asimismo, muy explorado es la zona del Yuruán en el curso del
cual, cuando se navega, puede verse tallada sobre la roca la imagen de un
Capuchino señalando con el índice un derrotero que muchos buscadores de tesoros
han tratado inútilmente de precisar.
y que hay tan de cierto que existe ese oro
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