En
las bocas del Apure los otomanos se divertían jugando pelota un poco al estilo
del voleibol de nuestros días. Asimismo, mayas de Centro América y aztecas
mexicanos, al igual que griegos y romanos de la antigüedad.
Los
romanos eran muy aficionados al juego de pelota y los soldados del Imperio lo
llevaron a todos los pueblos dominados por Roma, entre ellos España, donde se
asentaron seis siglos antes que los moros.
De suerte, cuando Cristóbal Colon llegó a la America ya nuestros
indígenas jugaban pelota, por lo que seria falso afirmar que esta
manisfectacion deportiva de los pueblos americanos forma parte de nuestra
herencia hispana. De ninguna manera, ya nuestro indígena, por ingenio propio,
se divertía jugando con una pelota elástica que elaboraban con el látex
extraído del caucho o de otros árboles de la misma familia, que tanto abundaban
bajo el arco sur orinoquense.
En Chichén-Itzá, Yucatán, todavía es posible ver las
ruinas del estadio donde los mayas se recreaban con la pelota. Jugaban en un
estadio oblongo y de vastas dimensiones, limitado por muros de piedra, con templetes
de bella arquitectura en su parte superior, decorados con esculturas y
relieves. En las dos paredes mayores, una frente a la otra, se fijaban en el
centro. El juego, entre dos grupos rivales, consistía en hacer pasar pelota por
el agujero del disco del bando contrario. Pero no con las manos sino con las
rodillas y la parte posterior del cuerpo, para lo cual se requería gran
destreza, rapidez y agilidad. Un juego realmente difícil. El que más se le
parece de los modernos es el baloncesto, pero nadie hasta ahora se ha atrevido
a considerarlo como su antecedente. El baloncesto, al igual que el voleibol,
data de fines del siglo pasado y ambos son atribuidos a profesores de Educación
física de la Asociación Cristiana de los Estados Unidos. Y nos preguntamos si
serian misioneros cristianos tan estudiosos y metidos en el pasado de la
cultura indígena quienes los copiaron variándolos con las técnicas conocidas
desde entonces por el mundo civilizado.
Lo cierto es que el juego con pelotas se inicio
históricamente en la Época del Renacimiento entre los siglos XV y XVI y con el,
el criquet (Inglaterra), el golf
(Escocia), el tenis (Francia) y un deporte llamado soule, en el que ha
querido ver un antecedente del futbol. Hasta entonces, el deporte de
competencia se circunscribía a ciertas pruebas atléticas heredadas de la
antigua Grecia. Al estallar la Revolución Francesa (1789) subsistía una docena
de frontones de pelota, entre ellos la popular pelota vasca. Cuarenta años
después, los ingleses invitaron el rugby y su variante más universal, el futbol
asimismo, en 1839, los norteamericanos idearon el béisbol o baseball, popular
hasta el extremo de tenerlo como su deporte nacional, muy extendido por lo
demás a México, Venezuela, Cuba, Nicaragua y Puerto Rico. Hoy lo juegan hasta
lo japoneses.
Pero ¿sabrán los deportistas venezolanos de la pelota
moderna, venida en el bagaje cultural de otras naciones, que los indígenas del
Orinoco y Apure la jugaban trinquetes dignos de ser revividos si fuésemos más auténticos?
El sacerdote José Gumilla, historiador y lingüista,
misionero de la Compañía
de Jesús, quien trabajo en la restauración de las misiones de los Llanos y
Orinoco, dedico en su libro El Orinoco Ilustrado y Defendiendo un capitulo a
los indios Otomacos, ya desaparecidos al igual que los Tamanacos de Caicara,
pero que para mediados del siglo XVIII
habitaban una zona inmediata a la desembocadura del río Apure en el Orinoco.
Gumilla describe a los Otomacos como indios de buen
talante, de humor y singularísimo genio, vecinos de los Guamos que se
distinguían porque eran encantadores juglares y bailarines, muy desnudos,
apenas con un ceñidor ancho de algodón, tan sutilmente hilado, que los
españoles se desvivían por conseguir esta prenda, que transformaban luego en flamante
y vistosa corbata.
Los Otomacos tenían otras cualidades: bueno gourmet,
pero de vez en cuando se sometía a una dieta de tierra y no es de extrañar
porque el sedimento de los ríos es rico en proteínas y si no, pregúntale a la
sapoara que se alimenta de microorganismos que absorbe de los sedimentos
fangosos del río.
Y realidad insólita: amanecían llorando la ausencia de
sus difuntos. Todos los días de Dios y, luego que aclaraba el día, la alegría
se apoderaba de ellos hasta la media noche que extenuados de bailar se echaban
a dormir. Dormían poco. Gumilla dice que no más de tres horas, cazar, ir de
pesca y divertirse danzando durante la noche y jugando pelotas hombres y
mujeres, durante las horas de asueto.
El trabajo de siembra, recolección, caza y pesca era
comunitario y cotidianamente alterado entre los Otomacos aptos para labores de
subsistencia. Quienes laboraban un día tenían derecho a descansar al día
siguiente, pero no era descanso propiamente sino recreación, mediante el juego
de pelota.
El juego de pelota, según el padre Gumilla, se
escenificaba en la cercanía del pueblo, algo apartado de las casas, entre dos
equipos de doce jugadores cada uno y de mayor numero cuando se incorporaban las
mujeres. Como cualquier competencia de nuestros días tenia sus reglas, sus
jueces y menudeaban las apuestas.
He aquí lo que escribe Gumilla: hay sus jueces viejos,
señalados para declarar si hay faltas, si ganó o perdió raya, y para resolver
las dudas y porfías ocurrentes. Fuera de los que juegan en los partidos, las
demás gente, dividida en bandos, apuestan unos a otros a favor del otro
partido; tienen su saque de pelota y su rechace con tanta formalidad y destreza
que ni los mas diestros navarros les harán ventaja. Lo singular es así la
pelota como el modo de jugarla: la pelota es grande, como una bola de jugar el
mayo, formada de una resina que llaman caucho, que a leve impulso rebota tan
alto como la estatura de un hombre; el saque y rechazo ha de ser con solo el
hombro derecho, y si toca la pelota en cualquier parte del cuerpo, pierde una
raya. Causa maravilla ver ir y venir,
rechazar y volver la pelota, diez, doce y más veces, sin dejarla tocar el
suelo. Es otra cosa de mayor admiración, al venir una pelota arrastrando, ver
arrojarse aquel indio contra ella con todo el cuerpo, al modo con que suelen
arrojarse al agua para nadar, del mismo modo dando con todo el cuerpo contra el
suelo, y con el aire levantan por esos aires otra vez, la pelota; y de este
repetido ejercicio crean callos durísimos en el hombro derecho, juntamente una
singular destreza en el juego. Jamás pensé que entre tales gentes cupiera tal
divertimiento con tanta regularidad”.
Al juego de los hombres se incorporaban las mujeres
Otomacas a la hora del mediodía, una vez concluida sus labores hogareñas. Lo
hacían provistas de una pala redonda en su extremidad “de una tercia de ancho
de bordo a bordo, con su garrote recio, de tres palmos de largo, con el cual,
con ambas manos juntas, rechazan la pelota con tal violencia, que no hay indio
que se atreva a meter el hombro a repararla; por lo cual, desde que entran las
mujeres con sus palos, hay facultad para que todas las pelotas rebatidas con
palas se rechacen con toda la espalda; y
raro del día hay que no salga algún indio deslomado de los pelotazos furiosos
de las Otomacas, que celebran con risa estas averías. Desde que llegan las
indias, empiezan a jugar aquel ellas cuyos maridos están en los partidos,
poniéndose doce de ellas en cada lado, según dijimos de los hombres; con que ya
sobretarde juegan veinticuatro en cada partido, sin confusión, porque cada cual
guarda su puesto, y nadie quita pelota que va otro; y durante el juego guardan
gran silencio.
Este juego de pelota de los Otomacos, Gumilla lo
encontraba parecido al de los indios mejicanos y centroamericanos que rebatían
la esfera con el cuadril. Pero el juego de los Otomacos tenía su parte cruel.
Gumilla la califica de “carnicería” pues prácticamente en la cumbre del evento,
sobre todo cuando apretaba el sol y eran afectados por una fiebre ardiente a
causa de la agitación y la insolación, acudían al sangramiento, hiriéndose las
extremidades con afilados dientes de pescado. Al cesar el juego se lanzaban al
río para restañarse las heridas con la arena.
El fraile Francisco Ramón Bueno, misionero en Guayana
durante dieciocho años, entre el Caura y La Urbana , escribió un diario entre 1800 y 1804 en
el que narra las costumbres y creencias
de varias naciones de indios y en el mismo da cuenta así de un juego de
pelota que presenció entre los Otomacos: “Hoy, 28, los indios tuvieron un juego
de pelota, desafiados con los Otomacos de Cunaviche; duró desde la mañana hasta
metido el sol, se sangraban repetidas veces ya en las muñecas, brazos, codos y
piernas con una puya de raya, atravesando la carne con ella, y mayormente la
lengua, con cuyo derramamiento ungían todo el cuerpo. Esta fiesta estuvo algo
contemplativa y nada profana.
La circunstancia sangratoria la practican en todas las
ocasiones que forman dicho juego, y dice n es para poner liviano el cuerpo,
descargándolo algo de la masa sanguínea. Juegan con la cabeza, codos, hombros y
nalgas, jamás con las palmas de las manos.
Lo importante de todo es que nuestros indios de las
cuencas del Orinoco y el Caribe, muy a su modo cultural, conocieron y practicaron
el juego de pelota, no porque lo hayan traído los hispanos durante el proceso
colonizador, sino porque surgieron aquí con partida de nacimiento legítima y
acaso como antecedente histórico ¿Por qué no? De los modernos deportes propios
de América, como lo son el baloncesto, el voleibol y el béisbol.
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