Agustín Parasco fue un recluta de
principios de siglo que cayó en esas periódicas redadas gomecistas que se
llevaban a cabo en la provincia adentro cuando el gobierno requería de gente
apta para nutrir o reforzar la vanguardia de su batallones cada vez que en
algún lado de la Venezuela
levantisca surgía, como por arte de magia, un brote guerrillero, siempre, en
términos políticos, contra “el actual estado de cosas”.
A
Gómez se le atribuye el mérito de haber acabado con ese estado de perversidad
social denominado “caudillismo” y que ensangrentaba al país desde los tiempos
de la
Independencia. Gómez , ciertamente, acabó con ese mal, pero a
fuerza de reclutar jóvenes imberbes para enfrentarlos a las montoneras
guerreristas de los hacendados autoproclamados generales.
Llegó
un momento en que eran muchos más los generales de montoneras que los de
carrera dentro de las Fuerzas Armadas Nacionales. Tantos eran que no había
plaza ni plata para mantenerlos a todos en posiciones del ejército. Hubo que
sostenerlos dándoles el Gobierno prebendas y facilidades para otra actividad. De
suerte que muchos se veían obligados a volver a su oficio primitivo o al que
más le cuadrara, contentándose con estar bien con el gobierno y responderle
cada vez que requiriese de sus servicios.
En
esas condiciones estaba en Upata desde 1910 el Coronel Jesús Manuel Rojas, que
desde Coro, su tierra natal, se había sumado en la lid de la Restauración Liberal
con Cipriano Castro y luego en la de la Rehabilitación con
el General Juan Vicente Gómez.
Pues
bien, el coronel Jesús Manuel Rojas, era coreano, pero radicado en Upata, donde
contrajo matrimonio con Carmen Luisa Perret, con la que tuvo a Carlos, Luisa
Carmen y a su homólogo Jesús Manuel Rojas, el padre de nuestro amigo Raúl Rojas
Ferrini, “Cabito Rojas” que, no obstante ejercer la abogacía en Caracas nunca
pierde el contacto con su tierra.
El
coronel tenía en Upata un Comercio pero, en tiempo de recluta, Gómez le ponía a
su disposición una compañía de soldados para que le reclutara gente en la
región del Yuruari. Gente que reclutaba, gente que entrenaba de inmediato y le
ponía al hombro su fusil. En esos menesteres andaba el coronel cuando llevaba
ochenta hombres y en una parada se suscitó una bronca entre dos reclutas
armados, uno de ellos, el upatense Agustín Parasco, a quien el Coronel Rojas le
puso el ojo y reprendió severamente.
La
admonición la acusó tanto Parasco que intentó responder con su fusil, pero una
bala disparada por un cabo de confianza del Coronel lo dejó paralizado y
sangrante sobre sus rodillas.
El
disparo había sido mortalmente certero y sus compañeros de armas quisieron,
antes de partir, darle sepultura, pero el Coronel rotundamente se opuso.
Al
regresar del interior, pasaron por el sitio y encontraron el cuerpo examine del
joven Parasco recostado sobre un Chaparro, tal cual como lo dejaron el mismo
día de la tragedia. Su cuerpo en aquel estado intacto, virtualmente
incorruptible, impresionó honradamente hasta el propio Coronel que ordenó de
inmediato darle sepultura. Una cruz clavaron sobre el túmulo de tierra y hasta
allí las voces del suceso comenzaron a retornar en rezos que aún no terminan.
Las oraciones de quienes se encomiendan al alma de Agustín Parasco, surten un
efecto sicológicamente increíble.
Encomendarse
al alma de Agustín Parasco por cualquier camino desolado y en algún trance, es
común entre la gente de la región del Yuruari, especialmente de los que están
más cerca del Yocoima.
Y
el Coronel Jesús Manuel Rojas por ese hecho se hizo más renombrado que nunca y
su fama la solía el mismo reafirmar cuando se autoproclamaba como “el único
hombre que hace Santos en Guayana”. Por lo menos así le dijo a uno que a boca
de jarro quería dispararle y le respondió colocándole una daga en el estómago
con estas palabras: “Tú como que también quieres ser santo?.
Otra
versión tomada de la novela *Balatá* de Francisco de Paula Páez, dice que
Parasco era una excelente Baquiano de los montes de Altagracia y a los viajeros
y arrieros que pernoctaban en el lugar solía esconderles las bestias. Parasco
al día siguiente se ofrecía para buscarlas. A poco venía con ellas y el dueño
le pagaba diez pesos por su trabajo, hasta que una vez los sorprendió en la
trampa un arriero y lo dejo tendido en el sitio. De todas maneras, las bestias
se siguieron extraviando después del trágico suceso y Parasco las encontraba
bajo la promesa de una vela.
Rómulo
Gallegos dice en “Canaíma” lo contrario. Según el novelista. “Parasco fue un
carrero de alma bondadosa a cuya ánima se encomendaban todos los del Yuruari
cuando se ponían en camino. Un hombre entre los hombres, no mejor que muchos
los de su oficio, que ya también habían muerto o todavía conducían sus mulas,
acaso un poco más paciente cuando éstas se les atascaban en los barrizales; de
ningún modo un santo, sino muerto entre los muertos, carrero perenne de un
convoy invisible que viajaba de noche dejando por los malos pasos la carrilada
buena de seguir. A la orilla del camino está el rústico mausoleo que le
levantaron los del gremio para perpetuar la memoria de sus duros trabajos y sus
marchas pacientes, y para depositarle la ofrenda de velas –luces para su convoy
invisible- a fin de que su sombra tutelar lo protegiese durante el viaje o en
pago de las promesas hechas cuando se les perdían las bestias, las noches de
los paraderos a la intemperie, y una silenciosa sombra blanca los ayudaba a
encontrarlas”.
yo le pedi con fe a anima de parasco y me lo consedio
ResponderEliminarAlgui podria darme la direccion de la capilla de parasco
ResponderEliminarupata estado bolivar, sector altagracia
EliminarYO TENGO DEMACIA FE EN EL
ResponderEliminarSólo una vez le pedí ayuda y de la manera más increíble me la concedió.
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