El 21 de diciembre de 1595
se registra como fecha de la fundación de la capital de la Provincia de
Guayana por el Capitán Antonio de
Berrio, frustrado buscador de El Dorado,
que siguiendo las huellas del Adelantado
Gonzalo Jiménez de Quesada, se internó
en tierras del Orinoco para posesionarse de ellas a nombre de su Rey Felipe II.
Entonces el fundador ostentaba unos cuantos laureles
obtenidos como soldado del Rey en Europa
así como en las luchas que los hispanos sostuvieron en Granada contra los
moros. Laureles que invirtió junto con su fortuna y la de su familia en las
expediciones doradistas de Guayana, de la que fue Gobernador hasta su muerte.
Berrío fue el primero en descender el río Meta descubierto
por Diego de Ordaz en 1531 y acampó
junto con sus expedicionarios durante muchos meses y en tres ocasiones,
en los llanos de Casanare. Lo atraía y
dábale seguridad aquel ambiente donde
los caballos podían alimentarse
bien, donde había sal, plantas
medicinales, madera para construir balsas, curiaras, más una comunicación
relativamente favorable con su esposa que se hallaba en Cartagena desde
1581. Pero nunca la diosa Fortuna no
favoreció sus empresas, ya tratando de
acertar los caminos dorados barruntados por el cacique Morequito o haciendo que
perduraran los pueblos y los nombres de
su gestión expedicionaria.
Ninguno de los hombres que le inspiraron paisajes y lugares,
permanecieron. Quiso que el río Meta se
llamara Candelaria, pero Meta se quedó desde que nace en territorio colombiano
hasta fluir sus aguas en el Orinoco.
Fundó un pueblo con el nombre de San José de Oruña en la Isla de Trinidad,
donde fue a parar durante la tercera
expedición que le permitió
descender el Orinoco, pero tampoco tuvo suerte. Pueblo y nombre desaparecerían con el tiempo
del mapa trinitario cuando la isla cayó
en poder de los ingleses. Concibió el nombre de San José de Oruña para testimoniar la admiración que sentía por el
santo carpintero y su mujer María, quien le dio
diez hijos, entre ellos dos varones tan arrogados como él: Fernando, dos
veces Gobernador de Guayana, y Francisco, Gobernador de Caracas. Ambos desaparecieron, uno ahogado y el otro
durante un secuestro.
Colón tuvo mejor suerte con los nombres, incluso con el
de Trinidad que perduró sobre el de
Cairl o tierra de los colibries, como
los aborígenes entendían que se llamaba la isla. Tenía que haber muchos pájaros-moscas para
que la llamaran así. Pero el Almirante,
en su Tercer Viaje, nunca vio esas “joyas aladas de la naturaleza” sino tres picos orográficos que su espíritu
religioso asoció con la Santísima
Trinidad.
La suerte de Berrio fue aun más paupérrima con Santo Tomás, pueblo fundado en la orilla
derecha del Orinoco, justo donde moran
desde hace más de cuatro siglos
los Castillos San Francisco y el
Padrastro. Este pueblo o ciudad fue seis
veces saqueado y quemado por corsarios y
piratas de países enemigos de España y terminó
mudado con el nombre de Angostura, hoy Ciudad Bolívar, que en vez del Apóstol tiene como patrón o
patrona a Nuestra Señora de las Nieves.
Para colmo, los administradores contemporáneos de esta provincia fundada
por él, nada o casi nada le han reconocido a la hora de erigir nuevos pueblos, en cambio, no ha ocurrido lo mismo con Diego de Ordaz (Puerto
Ordaz) que fue tan bárbaro y cruel con nuestros indios. Berrío por antítesis, aun cuando se le carga
la muerte de Morequito, era todo un “valiente caballero”, por lo menos así lo reconoció
su enemigo Sri Walter Raleigh.
Definitivamente
que Santo Tomás de no fue afortunada en
el Bajo Orinoco ni tampoco su fundador. Antonio de Berrío, quien malgastó en la
ilusión de El Dorado la fortuna de su esposa y de sus hijos. Murió arruinado y recriminado. Una hispana de
armas tomar, indignada por los desaciertos y poca suerte de la ciudad en ciernes,
se fue al despacho de Berrío donde se hallaba reunido con varios capitanes, y
vaciando en el suelo un zurrón con 150 doblones, lo increpó de esta manera: “Tirano,
si buscas oro en esta tierra miserable, donde nos has traído a morir; de las
viñas, tierras y casas me dieron esto y lo que he gastado para venirte a
conocer, aquí está, tómalo”.
Y los doblones lanzados contra el piso de piedra
sonaron como preaviso de los dobles de las campanas del santuario religioso
días después por la muerte de don Antonio, quien ejercía la Gobernación por dos
vidas, de manera que le sucedió su primogénito hijo Fernando de Berrío y Oruña,
demasiado joven, apenas veinte años, pero astuto y atrevido puesto que para
poder sostener la ciudad burló mandatos reales que prohibían el comercio de
contrabando y el tráfico de indios capturados por mercaderes holandeses en
Barima. Por ello fue enjuiciado y
destituido. La ciudad continuó dando
tumbos hasta que después de la Expedición de Límites, recomendaron
su reubicación mucho más arriba de la confluencia del Orinoco con el Caroni,
justamente donde el río angosta sus aguas ente dos rocosas colinas y una Piedra
en el medio.
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