Después
de Walter Raleight, nadie más ha dado cuenta de los fenomenales Ewaipanomas desplazándose por parajes umbríos
del sur de la Guayana ,
con sus potentes arcos y haz de flechas a la espalda. Nadie más los ha visto caminar de un lado a
otro de la intrincada selva del Caura, donde los ubicó con pelos y señales el mimado caballero de
las Reina Virgen de Inglaterra.
Nadie más los ha visto ni siquiera en los transes de invocación espiritista
intentados por el ya desaparecido Antonio Graterol, alarife invidente desde que
se desplomó de un andamio, aficionado desde entonces a invocar el alma de los
difuntos patriotas y abuelos aborígenes para interrogarlos sobre arcanos como esos
de los Ewaipanomas.
Los Ewaipanomas fueron descritos y dibujados por Walter Raleight como seres
descabezados, con el sólo tronco y extremidades. La caja toráxica con los componentes vitales de la cabeza:
ojos, nariz, boca, oídos, y una especie de cúpula donde posiblemente se
localizaba el cerebro. La cabellera
larga desprendida de los hombros y la complexión de estos increíbles seres, eran tan atlética
como la de cualquier expedicionario de la época del siglo diecisiete.
Que sepamos, ningún otro
aventurero del oro y de tierras promisorias, distinto al señor Raleight,
vio a los Ewaipanomas. Por consiguiente,
se tiene a él como único que escribió sobre
esta etnia aborigen en su libro dedicado al “Vasto, hermoso y rico
imperio de Guayana”.
Pero, ¿A qué se dedicaban los fantásticos pobladores de las cuencas del
Caura, del Aro y del Erebato, moradores de las simas de Jaua y
Sarisariñama? Según la leyenda, se
dedicaban preferentemente a custodiar las inmensas riquezas de la región,
traducida en oro y otros minerales que todavía se buscan con avidez desbordada.
Reforzando la humana
barrera de los Ewaipanomas estaban unas
bellas y esculturales mujeres semidesnudas cabalgando siempre sobre
caballos de vistosa alzada. Amazonas sin
maridos que vivían en permanente celibato para sublimar su cultura de
intocables e inexorables guardianas de los arcanos tesoros de la selva.
Los Ewaipanomas y Amazonas conocían de los secretos del oro,
de las piedras preciosas y de las aguas de los ríos. Aguas de la eterna
juventud. Aguas que ingeridas en determinadas horas podían dar la muerte como
la eterna vida, sin tener como Dorian Gray que venderle el alma al Diablo.
Pero el
caballero inglés no tenía como prioridad de su expedición la fuente de la
eterna juventud sino El Dorado.
Encontrando al Dorado, todo después sería más expedito. El no estaba enfermo ni impaciente como Juan
Ponce de León por hallar el
manantial de agua cristalina con poderes mágicos que se suponía estaba situado
“más allá de donde se pone el sol”. Circulaba como moneda corriente a
principios del siglo dieciséis que cualquier persona herida o enferma que se sumergiera
en sus aguas no sólo se reponía, sino que podía recuperar el vigor de la
juventud.
Cuando Ponce de León, enfermo y ya de avanzada edad,
sintió que le flaqueaban sus fuerzas, pidió al rey de España, Carlos I, permiso
para explorar y descubrir la Fuente
de la Eterna Juventud.
Sin embargo, el día de Pascua Florida de 1513, se encontró con un territorio al
que le dio el nombre de Florida y en el que no encontró la apreciada fuente.
Siguió persiguiéndola sin resultados y, herido y maltrecho, sus hombres le
llevaron a Cuba, donde murió anhelando la fuente de la juventud. Otros muchos
exploradores siguieron buscándola por Guayana y las Antillas.
Son muchos
quienes creen que los misteriosos Ewaipanomas deben andar por allí, por
algún lugar muy inescrutable de la
selva, eludiendo la incesante penetración de los buscadores de riquezas, de los
doradistas de ayer como Gonzalo Jiménez de Quesada, Antonio de Berrío, el mismo
Sir Walter Raleight y de los de hoy
armados de batea y suruca y hasta de los vecinos Garimpeiros, muy provistos no
de mosquetes, lanzas y armaduras como los antiguos buscadores de El Dorado,
sino con helicópteros, poderosas sierras eléctricas para deforestar y máquinas
hidráulicas, para horadar el suelo hasta donde se ocultan las vetas confundidas
con las poderosas raíces de árboles
gigantes y robustos.
Otros, contrariamente,
imaginan que aquellos seres misteriosos, que parecían venidos de otros planetas se auto
eliminaron ingiriendo las aguas de la vida y de la muerte, porque ocultarse
como topos debajo de la tierra aguardando
que pase el peligro de los doradistas, no tiene justificación toda vez
que el peligro cesaría cuando se hayan agotado las riquezas.
Ocultarse para salir cuando se hayan agotado las riquezas no
tendría explicación lógica porque nada podrían
hacer toda vez que encontrarían los bosques depredados, los suelos
erosionados y las aguas contaminadas, a menos que se estén preparando para una última batalla, confiados
que desde muchas partes vendrían a reforzarlos como aliados los grupos
ecologistas y conservacionistas del mundo, los mismos que hoy elevan su voz de protesta y de
angustia contra la explotación de los bosques y riquezas minerales de la Sierra Imataca.
muy buen relato
ResponderEliminarTienes algunas faltas de ortografía jeje, pero buen relato, me gustó, saludos
ResponderEliminarEn el año 2017 en una expedición minera en el río Pao afluente del río caroní mi compañero de aventuras y mi persona vimos un ser similar a un ewaipanoma, al principio creiamos que era un demonio o algo similar nos echo un susto que no volvimos por esa zona. ahora se que eso que vimos es un ewaipanoma quizas custodiando esa riqueza
ResponderEliminarInteresante, leerlo de nuevo.
ResponderEliminar