Si los romanos antiguos
tuvieron un Dios con dos cabezas, nuestros indios Arecunas de la región regada
por los ríos Caroní y su gran afluente El Paragua, también lo tuvieron.
Cuando a fines de abril de
l986, la joven parturienta Ligia
Fuenmayor dio a luz un niño con dos cabezas en la maternidad del Centro Médico
del Seguro Social de Ciudad Bolívar, la conmoción fue general y en medio de la
avidez noticiosa se buscaron antecedentes y el más común fue como siempre el de
los siameses Chen y Eng, nacidos cerca
de Bangkok en 1811, sujetos por una adherencia que los unía por el esternón y
lo cual no les impidió casarse, tener hijos y vivir 63 años.
En la ocasión no leímos que indagador alguno haya buscado
referencias de sucesos semejantes en la mitología foránea o en la propia de
nuestros aborígenes. En tal caso se
habría encontrado a Jano, divinidad romana de dos caras mirando cada un en
dirección opuesta, una el pasado y la otra el porvenir. Acaso por esa dualidad, Jano era para los
romanos símbolo de la sagacidad.
Recordemos que el padre de los siameses de Ciudad Bolívar declaró a la
prensa que su hijo “sería un genio” tal vez por aquello de que “dos cabezas
piensan más y mejor que una”. Pero lo
cierto de todo esto es que si los romanos antiguos tuvieron un Dios con dos
cabezas, nuestros indios Arecunas de la región regada por los ríos Caroní y su
gran afluente El Paragua, también lo tuvieron, a menos que sea producto de la
fértil imaginación del novelista José Berti, lo que no creemos pues es tan rica
y sugestiva le mitología de Guayana como la que nos transcribe Berti, que según
su hijo Yacoy y su vecino el médico Celestino Zamora Montes de Oca resulta
referencial por lo que acaba de ocurrir en estos lados del Orinoco.
En la breve novela “Menqui” de diez capítulos, inserta en el
libro de relatos “Hacia el Oeste corre el Antabare”, José Berti habla de
Atictó, el dios de los Arecunas, que mora en un trono en los altos del
cielo. Se trata de un indio viejo cuyo
grueso cuerpo sostiene dos cabezas: la de la derecha llamada Atictó, es la
fuente del bien; la de la izquierda llamada Ueué, es la fuente del mal. No obstante su poder divino, Atictó no está
exento de las necesidades comunes a los mortales. El Rey Zamuro es el encargado de llevarle el
alimento. Cuando muere un animal, el
primero en descubrir el cadáver es el Rey Zamuro, cuya mirada escudriñadora
penetra a través de las nubes y los bosques.
Realiza un vuelo rasante, desciende, arranca con el fuerte pico un buen
pedazo de carne y se eleva en raudo vuelo hasta ocultarse tras las nubes. Cuando enferma una persona actúa como
mediador el Piatsán ante los Mabaritón, que son los dioses tutelares que
habitan la meseta solitaria del Auyantepuy.
Estos se inclinan solemnemente ante la majestad de Atictó mientras los Canaimatón, enemigos implacables, lo
hacen ante Ueue´; si se inclina primero
la cabeza de Atictó, el enfermo se salvará; si por lo contrario lo hace primer
Ueué, el enfermo morirá irremediablemente.
Los Piatsan, que no tienen pelo de tonto, no comunican a los demás el
éxito de sus gestiones hasta que la enfermedad no haya tenido desenlace.
Menqui, nombre que algunos guayaneses han adoptado para sus
hijas, simboliza en la novela de Berti, la dignidad de la raza, el valor, la
integridad a toda prueba. Menqui en la novela
es una india mágicamente atractiva que rompe con los patrones sociales de su
comunidad. Fallecido su padre siendo
ellas apenas una párvula, fue pretendida por Coroscó, el padrote o cacique de
la comunidad, pero al convertirse en
adolescente opuso resistencia terca a esa unión. Logra por todos los medios
librarse de las astutas trampas que este
le tiende y para ello aplica el instinto, sus dientes, sus uñas. Para librarse de Coroscó se inhibe de
participar en los ritos y costumbres de su comunidad y llegó un momento en que
la asociaron con Canaima, terrible deidad de la selva. Coroscó, al fin, murió
después de una orgía de cuatro días preparada con la maliciosa intención de
poseerla, ni Piatsan, mediador ante los dioses tutelares que moran en la meseta
solitaria del Auyantepuy pudo salvarlo porque Ueué bajó la cabeza antes que Atictó cuando los
Canaimatón se posaron sobre él.
Menqui que creyó
haber quedado libre tras la muerte de Coroscó, abandonó Pinyú y se refugió en
Murack donde un día casual y de apremió llegó para curarla de sus males
aflictivos, Taymonet, heredero de las facultades exorcistas y terapéuticas de
su padre Piró muerto, pero ocurrió lo inesperado. Ambos se atrajeron y sucumbieron a un amor que
duraría poco tiempo, de suerte que sintiéndose Menqui muy decepcionada abandonó a Taymonet y se fue de
Murack siguiendo los caminos de Demerara.
Recorrió sin descanso ríos, selvas intrincadas, los más ignotos parajes
y aldeas, junto con su anciana madre Cuitrim.
Se expuso y sobrepuso a todos los peligros hasta que un día, muerta su
Madre en travesía, regresó a Pinyú, la
tierra de sus antepasados. Allí cavó una
fosa profunda cercana a la de su padre y se envenenó con Yare.
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