La
mitología primitiva no sólo era capaz de concebir seres humanos de estructuras
y formas inauditas como los Ewaipanomas con los ojos en el pecho, sino dentro
de la zoología, dragones con alas y aliento de fuego o culebras de múltiples
cabezas como la supuesta Hidra de siete cabezas que según la creencia popular
mora bajo la Piedra
del Medio de Ciudad Bolívar.
El padre José Gumilla, quien durante 35 años se
avecindó a lo largo del Orinoco de 1715 a 1750, da cuenta de este árbol: “En
medio de la Angostura
se levanta un prominente promontorio de piedra viva de cuarenta varas de alto,
sobre el cual hay un solo árbol, cuyas raíces por marzo se ven entre la
hendiduras del peñasco lamiendo el agua.
En parte de julio y todo el mes de agosto no se ve del tremendo risco
parte alguna y sólo por la seña del árbol que tiene encima huyen del peligro
los navegantes”.
Igualmente con
el cognomento de Orinocómetro quedó registrada en la “Memoria Estadística de
Venezuela” año 1873, que dice: “En el medio del río hay un Orinocómetro natural
que llaman La Piedra
del Medio y sirve par medir el agua que pasa por delante de Angostura. Le hemos dado ese nombre por imitación de los “Nilómetros” (instrumento para medir
la creciente del Nilo en Egipto). Si en
la menguante del Orinoco tomamos 60 pies por término medio de su profundidad, 2
pies por su velocidad en cada segundo y 2.000 por su anchura, resultaría que
pasa por delante de Angostura 240.000 pies de agua por segundo, un volumen
igual al que lleva el río Ganges en su creciente”.
Atraído por la leyenda, años atrás,
llegó hasta aquí un barco del Instituto Oceánico de la UDO a detectar con sus ondas
ultrasónicas lo que de verdad pudiera existir por los alrededores de la Piedra del Medio y localizó
una depresión en forma de embudo que alcanza a la increíble profundidad de 150
metros bajo el nivel del mar. En esa fosa donde se arremolinan las aguas del
Orinoco en crecida pudiera estar la clave del reptil de siete cabezas que
atormenta y devora a los desprevenidos.
Los misioneros jesuitas establecidos en el siglo
dieciocho por la región del Alto Orinoco próxima a los raudales de Atures y
Maipure, captaron de los habitantes autóctonos del lugar de la existencia de un
saurio con todas las señales de un Dragón. Ese dragón sería como en el Jardin
de las Hespérides, el guardián de aquellos bosques, manifestado a través de la
violencia de los raudales para impedir su acceso.
Los expedicionarios que desde la época de la Conquista se afanaron en
buscar las fuentes u origen del Orinoco, se encogían de temor ante ese
innavegable obstáculo de los Raudales de Atures y Maipures. José Solano,
comisionado de límites, remontando al Orinoco en 1756, casi es convencido por
los sacerdotes para que desistiese de la temeridad de pasar a los raudales.
Pero el expedicionario fingió un día ir a pescar y sin que misioneros e
indígenas se percataran, realizó la proeza de atravesar los raudales y dicen
las crónicas de la época que el Padre Superior de los Jesuitas, al conocer la
noticia, dijo a Solano: “Me alegro que
haya Ud. sujetado al dragón mientras estaba dormido, que al despertar con las
crecientes ha de bramar por hallarse burlado”.
En la mitología griega Ovidio pinta la hidra como
monstruo de siete cabezas que vivía en un pantano cerca de Lerna, Grecia. Era
amenaza para todos los habitantes de Argos pues tenía un aliento mortalmente
ponzoñoso y cuando le cortaban una de sus cabezas, crecían dos en su lugar.
Hércules, a quien se envió a matarla, logró eliminarla quemando sus cabezas y
sentando la principal bajo una enorme roca.
Con la hidra de la
Piedra del Medio no hizo falta Hércules sino el barco
“Guaiquerí II de la UDO
invitado por el doctor José Nancy Perfetti.
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