martes, 30 de julio de 2013

El Mito de El Dorado en Venezuela comenzó por Coro


La noticia de la presunta existencia del fabuloso Dorado llegó por primera vez a la hoy ciudad falconiana de Coro en el año 1540 y de allí se extendió a todas las demás provincias hermanas.  El portador de la fantástica noticia la trajo de Santa Fe de Bogotá el capitán Pedro de Limpias, lugarteniente de Federman, quien se había marchado a España junto con Jiménez de Quesada y Belalcázar.

         En España, Belalcázar obtuvo del Emperador Carlos V el título de adelantado y capitán general de las tierras conquistadas por él.  De vuelta al Cauca (1541) intervino en varias luchas intestinas que le valieron un proceso.  Condenado a muerte, se le concedió apelación ante el rey.  Salió de la cárcel para Cartagena con la intención de embarcar para España, pero en aquella ciudad lo sorprendió la muerte.  A raíz de su viaje a España, Francisco Pizarro había nombrado a su hermano Gonzalo Pizarro Gobernador de Quito (diciembre de 1539) y éste que ya estaba fascinado por lo que se decía de la ciudad dorada, organizó una expedición junto con Francisco Orellana en busca del mítico lugar y en ese afán, atravesó los Andes hasta llegar a los bosques vírgenes de la canela, a orillas del Amazonas.
         Nicolás Federman tampoco tuvo suerte.  Tanto los Welser, sus jefes, como el Consejo de Indias, le exigieron cuenta de su gestión y al no satisfacerlos,  fue encarcelado; sin embargo, continuó su pleito, inútilmente, pues lo alcanzó la muerte antes de ser liberado en su deseo de restaurar sus sueños doradistas. Su lugarteniente, Pedro de Limpias, como sus soldados, al retornar a Coro, entusiasmaron  a sus superiores y pronto organizaron también expediciones por los Llanos de Venezuela y Nueva Granada, donde Federman como Limpias, presumían la situación del Reino de El Dorado.  Así en esa dirección exploraron Felipe de  Hutten, Martín de Poveda y Pedro de Ursúa.
         En cuanto a Gonzalo Jiménez de Quesada, permaneció largo tiempo en España y tras recorrer Francia e Italia, retornó a Bogotá, donde fue recibido de manera jubilosa toda vez que lo admiraban como descubridor y fundador del reino de Nueva Granada.  Obsesionado por el cuento de Belalcázar, tanto él como su pariente Fernán Pérez de Quesada,  salió  en busca de los misteriosos tesoros, explorando los contrafuertes  de la cordillera oriental de los Andes colombianos, llegando hasta los bosques que se encuentran entre el Meta y el Caquetá.
Vale decir que los Quesada no estaban muy desorientados y hoy se ha comprobado que en la meseta de Colombia existía una comunidad chibcha con muchos objetos de oro labrado y esmeraldas, semejantes a los buscados por los conquistadores.  Allí el rey o gran sacerdote de los Chibchas, en ciertas ceremonias, se embadurnaban el cuerpo con una resina dorífera, a la que cubrían de polvo de oro, y luego se bañaban en el lago.  Estos indios igualmente tenían la costumbre de arrojar presentes en figurillas de oro y piedras preciosas a las lagunas sagradas que, como la de Guatavita, han sido recientemente exploradas por arqueólogos y hallado muchos de esos objetos de oro.
Sin embargo, Gonzalo Jiménez de Quesada nunca dio con esas  lagunas sagradas de los chibchas en tres años seguidos de penosas jornadas.  Es posible que si hubiera alargado la expedición habría dado con ellas, pero se le agotaron los recursos y enfermó de lepra.  Terminó refugiándose en  Mariquita donde murió en 1598.  Su cadáver fue embalsamado y sepultado en la Catedral de Bogotá.
         Su  sobrino político Antonio de Berrío, el sucesor a través de su esposa María de Oruña, sobrina de Gonzalo Jiménez de Quesada y única heredera, asumió, por legado testamentario, el compromiso de continuar buscando el fabuloso Dorado y para ello atravesó el continente de Este a Oeste.
         Antonio de Berrío, heredero por dos vidas de las capitulaciones de su tío político, realizó tres expediciones: la primera por el río Casanare y el Meta hasta llegar al Orinoco, pero sin pasar el raudal de Atures; la segunda, cruzando los Llanos de Casanare y Meta hasta la banda oriental del Orinoco; más la tercera, y definitiva, cubriendo toda la trayectoria del Orinoco hasta acampar en la desembocadura del Caroní.
         Este segoviano, luego de once años de expediciones y un gasto de cien mil pesos de oro que nunca pudo resarcir, tomó posesión de Guayana el 23 de abril de 1593, donde las últimas versiones terminaron por situar El Dorado.  El 21 de diciembre de 1595 fundó su capital Santo Tomás de la Guayana, corolario, al menos feliz, de su afán por dar con la remota como inaccesible y riquísima  ciudad del  Dorado.
         Sir Walter Raleigh al creer  que Antonio de Berrío había realmente situado la ciudad dorada, organizó dos expediciones sobre Guayana.  Durante la primera secuestró al  gobernador hispano obligándolo a una revelación que al final no le deparó más que una suerte patibularia.



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