En la Ciudad
Bolívar de hoy y de ayer hay y hubo seres que con su
comportamiento fuera de lo racional y convencional mantienen alerta una memoria
colectiva que se cuida en cada trance, hasta con el recurso de la jocosidad, de
no dejar caer las máscaras de sus egos.
Wito,
pelotero y radioescucha
Toribio Antonio Guerrero (Wito)
fue siempre de color oscuro y de pelo
corto ensortijado. Nunca pudo desteñir su piel como Michael Jackson porque sus únicos ingresos los
determinaba el “martillo” y porque en sus interminables caminatas por calles y
avenidas de la ciudad, jamás quiso nada con la umbrella que se añeja en el baúl
de los Guerreros, ni siquiera con su gorra de L. fielder. De esa gorra se desprendió aquel día de
estudiante de la escuela Félix Montes en que al lanzador Cachimbo le salió la
curva tan alta y adentro que le tocó en lo más sensible de la testa y lo dejó
desprovisto de conciencia o para seguir
a Khalid Gibran, de sus egos o de algunos de sus egos. Quisiéramos creer en
Khalil Gibran y suponer que a Wito le faltaba una de sus siete mascaras de
cuerdo porque ordinariamente, aunque jamás lo vimos ni tan siquiera con un
radio transistor, estaba al día con los programas de las emisoras,
especialmente de farándula y deporte y de ello puede dar fe un consumado hombre
de radio llamado el Chino León. De todas maneras, el 21 de agosto de 1953, Wito
cumplió su primera hora de edad con un solo llanto que le ha valido por todos
los llantos que deparan los sinsabores y reveses de la vida porque, Wito, desde
entonces, no lloraba. Nunca más lloró aunque tampoco reía, simplemente hablaba
con espontánea locuacidad al comentar algún espectáculo del día. Wito conocía y
lo conocían y nadie le era indiferente. La ciudad era suya y de sus pies
alpargatados. Pensini Fleury le habría pronosticado larga vida porque según el farmaceuta “correr es vivir” y
aunque Wito no corría como en sus viejos tiempos de pelotero, caminaba tanto y
tanto que para él caminar era correr pues tan pronto estaba en Rondinela como
unas cuantas leguas más allá donde fuese posible encontrar un amigo, un
conocido o un personaje popular con el cual entablar una conversación muy breve
y suigéneris pues consistía en preguntar e informar sobre temas que estaba
seguro interesaban al interlocutor que conmovido lo retribuía.
Pero quien en
realidad ganaba a Wito devorando caminos era Pecheche. “Caminante no hay
caminos, se hace caminos al andar”
Pecheche hacía caminos porque adoraba las distancias, ida y vuelta sin
cesar podía ir de Ciudad Bolívar a Upata tomando la vía de Caruachi casi
sepultada hoy por la represa.
Carretera
polvorienta durante la canícula del verano y fangosa durante la estación
lluviosa, el incansable Pecheche la cubría a paso raudo con un abultado guayare
minero tercio en la espalda, divirtiéndose con los cocuyos y aguaitacaminos de
la noche y los pájaros cantores de la aurora.
Pecheche
apenas descansaba de su interminable jornada y cuando lo hacía era debajo de la
anchurosa sombra de alguna Ceiba del camino. Luego reanudaba su paso
apresurado, cuando quien iba por algo que siempre estaba infinitamente fuera de
su alcance.
Estos
personajes de la picaresca angostureña, eran muy pacíficos y decentes. Nunca se les oyó una grosería y tampoco los
muchachos lo molestaban. Distinto era “Vorágine” que las soltaba como un
remolino impetuoso. Jamás en esta ciudad
hubo tantas groserías juntas. Sus labios
eran la boca de un volcán dormido bajo las sombras de los portales y, por allí,
cuando lo jorungaban y despertaba, salía la violenta tufarada restregando humo
y ceniza ardientes sobre la piel de culpables y desprevenidos.
De alguna
parte oculta gritaban !Vorágine! y el torbellino de malas palabras alcanzaba
hasta las Madres querían hacerles ver a sus hijos incorregible que Vorágine era
“El Coco” y, en definitiva, a quien el vulgo creía loco hasta el punto de
esgrimir con frecuencia la burlona admonición de “ese esta más loco que
Vorágine”.
Carlos
Argenis Durán y Baduel Parra
“El camino más largo comienza con el primer
paso”, solía decir el increíble Kaliman.
Faltaría saber en el caso de Carlos Argenis Durán y Baduel Parra cuándo
dieron el primer paso en ese largo camino que no los deja o dejaba en paz
consigo mismo ni con sus semejantes. Argenis caminaba y caminaba, aunque no
tanto como Baduel, pero si apresurado, tal vez porque era más liviano y más
joven.
Argenis se
disparaba un tanto eufórico desde el sector Amores y Amoríos mostrando sus
dibujos enrevesados y un tanto caricaturescos, hasta el casco urbano de la
ciudad, donde terminaba regalándolos y ostentando las profesiones más
relevantes y diversas, desde diputado hasta docente de la medicina psiquiátrica
de cuyos conocimientos según confesaba se habían nutrido expertos como Iván
Augusto Cividanes y el mismito ex decano del núcleo de la UDO , Miguel Grau, incluía
también a José Luis Cestari y a los psicólogos César Avendaño y Rómulo
Gipson.
El primero de
diciembre, día de su cumpleaños, doña Rosario y Diógenes Troncone Sánchez, sus
protectores en cierto modo, lo obsequiaban con una torta de chocolate,
precisamente cuando iba por su almuerzo generoso de todos los días.
Argenis quien
ordinariamente anda o andaba de paltó y en días muy especiales luciendo una
corbata que según advertía le regaló Jaime Lusinchi, comentaba haber sido alumno de Juan Bautista Farreras
aunque este había muerto ante que él naciera y haber intentado su bachillerato
en un Liceo de Caicara donde cada 28 de diciembre formaba parte de la comparsa
de los locos, decidiendo un día quedarse allí, aunque muy solo, para poder
olvidar a sus 50 mujeres y seis mil hijos que ya no podía sostener con todas
las profesiones recibidas.
Pero caminando,
caminando, Baduel Parra se los ganaba a todos en fuerza, palanca, velocidad y
larga distancia. Tan pronto lo veíamos en el Mercado Periférico de Ciudad
Bolívar como en Guarataro y Maripa buscando por los lados de la familia de
Brisne Parras con la que hacía buenas
migas.
Baduel, por los año sesenta, era alto, joven, elegante
y estudioso, redactaba y escribía a maquina como todo un experto mecanógrafo,
hasta el punto que su compañero de Partido Roger González, cuando era
Presidente de la
Asamblea Legislativa , lo puso de Secretario.
De repente
nadie más supo de Baduel y una noche de luna llena alguien que preguntó,
encontró esta repuesta: “Esta en Bárbula haciendo un curso”. Bárbula ¡Por Dios!
Donde queda eso. Estás raspado en historia. Piensa bruto, piensa, piensa con el
corazón de Girardot!.. Pues bien, Baduel Parra un día se apareció hablando
hasta por los codos y citando a connotados intelectuales y políticos de la
talla de Unamuno, Uslar Pietri, Jorge Luis Borges y Rómulo Betancourt. El
sastre Víctor Inojosa era uno de los que desde entonces le soportaba sus interminables
erudiciones mezcladas con asuntos menores de la vida cotidiana. Pero antes de instalarse en el sitio donde podía dar rienda suelta a sus
conocimientos literarios, hacía escala en la Legislatura para
chequear el monto de su jubilación; después en la Casa del Partido, donde
reprendía a más de uno, y en el despacho del Vicario General de la Catedral , monseñor Samuel
Pinto Gómez, a quien saludaba en términos de realeza !Hola Príncipe! Y a la
secretaria Iris Aristeguieta !Hola
Princesa! Al día siguiente podía elevarlos: !Hola Rey! !Hola Reina! Y el día
más perturbado: !Hola Loco!” !Hola Loca! De todas maneras, Monseñor le alargaba
su mesada y él abandonaba la
Sacristía persignándose en vez de hacerlo antes de entrar
como es costumbre.
Kalimán
y el Jeque
Por las calles de esta ciudad
dejaron de ser transeúntes de la picaresca angostureña, Kalimán y el Jeque,
nadie sabe si fue que se murieron o se los llevaron los caravaneros, aunque el
actor de teatro Gustavo Basanta nos dijo que a Kalimán lo vio sorpresivamente
en una esquina de Caracas luciendo su muy peculiar vestimenta en la que destaca
su informe corona de emperador que más bien parecía una tiara pontificia
tachonada de zunchos y desechos. Del
Jeque, si de verdad que nadie da razón, ni sus propios paisanos aunque hay
quienes dicen que fue la propia colonia árabe que lo sacó de circulación por el
extraño comportamiento del personaje que tendía a lastimar el orgullo de la
gran familia musulmana. Pero, ¿cuál el comportamiento extraño del Jeque? Simplemente
que usaba indumentaria un tanto maltrecha, pava margariteña que lo protegía del
recio sol angostureño, un repujado bolso de cuero, larga-vista blanco y una
pequeña silla de extensión en el cual se acomodaba para descansar y leer el
periódico. Este Jeque trae a la
memoria del colectivo la historia de un negro inglés de nombre Óscar que se lo
pasaba con un tubo a guisa de telescopio sondeando el firmamento en busca del
Cometa Halley aparecido en 1910.
El diario El
Luchador que junto con el Bachiller Ernesto Sifontes, seguía día a día la
llegada del cometa, insertaba en sus páginas todas las especulaciones de
investigadores como Flanmarión y Ambrosio Paré que presagiaban calamidades que
llenaban de pánico a la población. Aquí
en Ciudad Bolívar causó sus efectos y el periódicos vespertino da cuenta de lo
ocurrido al negro ingles: “Así lejano como está el Halley, comienza
hacer sus estragos en el cerebro y sistema nervioso de los débiles. Tal acaba de suceder con un negro inglés de
nombre Óscar, a quien una obsesión por el cometa lo ha dejado en completo
estado de enajenación y con la monomanía de estar fabricando con cartón tubos
en forma de cilindro para buscar con ellos a guisa de telescopio al errante
viajero causante de su locura. Es preciso que la idea que tenemos de estas
atrocidades pregonada por los
escritores no ocupen en nuestras mentes
sitios de importancia porque así lo débiles serán los que vengan siendo
perjudicados por el visitante siderio,
que quizás no nos traiga otra cosa que momentos de distracción”.
Kalimán era
otro alienado, no por el cometa Helley que nos visita cada 76 años, sino por
las historietas del super héroe que durante un tiempo cautivaron a los lectores
por sus aventuras épicas, misteriosas y emocionantes, aunque inverosímiles.
Según las
historietas mexicanas que causaron estragos en la mente del Kalimán guayanés, Kalimán era el séptimo
hombre de la dinastía de la diosa Kalí. Hombre justo que dedica su vida en
cuerpo y alma a combatir las fuerzas del mal siempre acompañado de un niño
egipcio, descendiente de Faraones llamado Solín.
Los orígenes de Kaliman
son ambiguos, existe un mito referente a que sería descendiente de una
antigua civilización que habitaría las profundidades de la Tierra conocida como Agharta. Por otra parte, y por motivos aún
desconocidos, siendo apenas un recién nacido, fue encontrado flotando en una
cesta por un príncipe llamado Abul
Pasha, quien lo habría adoptado como su hijo y heredero del reino de Kalimantán, ubicado en un ficticio
punto de la India.
El problema del Kalimán guayanés era que en vez de un
turbante con un medallón frontal usado por el verdadero Kailimán de las
historietas mexicanas e incluso el de la película “Kalimán, el hombre increíble”, usaba una corona de
emperador o de pontífice tachonada de cachivaches que ponía de buen humor al
más cascarrabioso de la comarca.
Antolina
Era Anna Eleanor la esposa del Presidente de los Estados
Unidos, Franklin Delano Roosvelt, pero la morena y rolliza Antolina, colmada de
collares y abalorios, juraba y perjuraba que era ella y para que ninguno entrometido
lo dudara, sacaba de su seno la “partida de matrimonio” y los telegramas de los
giros que su consorte le enviaba y que debía cobrar en el Banco de Venezuela. Sólo
que el acta o partida de matrimonio redactada en papel sellado nacional y los
mensajes telegráficos fechados de Washington jamás prosperaron en la taquilla
del Banco.
Antolina,
siempre locuaz y animosa, discutía con
buenos argumento a quienes pretendían con sorna poner en duda sus asuntos de
viuda del Presidente de una de las potencias del mundo. Lo que nunca nadie le discutió ni puso en
duda fue la muerte de su esposo ocurrida el 12 de abril de 1945. Allí estaba la
foto y la reseña en el periódico que mostró a uno de los cajeros del banco
cuando hizo cola y presentó por enésima vez el telegrama del giro en dólares
que nunca pudo cobrar. Entonces, Antolina, en un sólo lamento se iba todos lo
días al Terminal de Pasajeros a preguntar que autobús pasaba por los Estados
Unidos. Al fin de tanto fastidio dio con uno que jamás pudo hacer escala en el
norteño país, pues según las prodigas lenguas de este pueblo, se quedó
seriamente accidentado en Bárbula.
Vorágine
Antolina que fue por vino y quebró el vaso en el camino, se lamentaba pero difícilmente soltaba una grosería como sí en demasía
las largaba Vorágine. Nunca en esta ciudad hubo tantas groserías juntas. Sus
labios eran la boca de un volcán dormido bajo
la sombra de los portales y, por allí, cuando lo jorungaban y despertaba, salía la violenta tufarada
restregando humo y ceniza ardiente
sobre la piel de pecadores y desprevenidos.
De alguna parte oculta gritaban
!Vorágine! y el torbellino de malas
palabras alcanzaba a vecinos y transeúntes cercanos de aquella figura a
quien algunas madres querían hacerle ver a sus hijos incorregibles que era
"El Coco" y, en definitiva, a quien el vulgo creía loco hasta el punto de esgrimir con frecuencia la burlona admonición de "ese está más loco que
Vorágine".
Pecheche
Hoy cuando se
ha desatado la fiebre de caminar, trotar, correr,
más por motivos de salud que por deporte, siguiendo la consigna de Penzini
Fleury "correr es vivir", los bolivarenses recuerdan cómo Pecheche
devoraba la distancia, ida y vuelta sin cesar, que separa a Ciudad Bolívar de la acogedora San Antonio de Upata.
Carretera polvorienta durante la canícula del verano y fangosa
durante la estación lluviosa, el incansable Pecheche la cubría a paso raudo con un abultado guayare de
minero terciado a la espalda, divirtiéndose con los cocuyos y aguaitacaminos de
la noche y los pájaros cantores de
la aurora.
Pecheche apenas descansaba de su interminable
jornada y cuando lo hacía era bajo la
anchurosa sombra de alguna Ceiba del camino.
Luego reanudaba su paso apresurado, como quien iba por algo que siempre estaba infinitamente fuera de su
alcance.
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