Personajes picarescos nunca han faltado en los pueblos. Y si nos ponemos en plan de alistarlos para
revivirlos en su espacio y tiempo, difícilmente podrían caber todos en el
escenario con sus propias y divertidas circunstancias.
Sheesssss
po! Po!
“Sheesssss po! po! repetían burlones
los muchachos que bajaban por la calle Bolívar y “El Viejo Gutiérrez” se hacia
el desentendido, pero por dentro estaba que se mordía de la rabia frente a la
sonrisa contenidamente cómplice de Leopoldo Sucre Figarella y Jorge Huncal
Ramírez, cada quien en su mesa del Bar Victoria identificado con su cerveza de
botellón y media-jarra.
“Sheesssss po!
po!” volvía el disparo y el hombre, con la testa de cohete a punto de estallar,
respiraba consuelo cuando veía que por la misma calle subía “Manana” a colocar
en la Plaza Bolívar
los atriles de la
Banda Dalla-Costa para la retreta y acaparaba la atención con
su aspecto de oligofrénico. Pero él, en todo caso, no era diversión manifiesta
para la cuerdita de estudiantes que salía del Liceo Peñalver a jorungarle los
defectos a los demás, como podía ser ese otro personaje llamado “Termómetro”
también flaquito, aunque no con la cabeza tubular como un cohete.
Termómetro, La Vejuca y Tarzan Peludo
Andaba “termómetro” debido a su
edad, ayudando con un bastón que habría gustoso batido contra el lomo de uno de
los zaga-letones cuando le gritaban: “Termómetro ¿En cuanto esta hoy la
temperatura?” , pero pudiendo, se resignaba a balbucear en forma repetitiva y
poniéndose rojito como hilo de mercurio, aquel sicalíptico “coñoemadre-coñoemadre-coñoemadre”,
también muy propio de Mercedes cuando le clavaban para ella el inaceptable
apodo de “Vejuca” que era así como banderillazo del cual se reponía
acurrucándose en los peldaños del portal de la casa esquina con Orinoco y calle
Igualdad, por donde también solía pasar a veces José Pacífico cuando descendía de su
abasto al río ípara hacer alguna transacción en la playa de la Cocuyera. Su abasto
estaba frente al altozano de la catedral y desee allí la muchachada le gritaba:
¡Tarzán Peludo! Y Joseíto que de veras tenía cuerpo atlético pero velludo, se
hacía el indiferente, visto lo cual los muchachos le advertían: “Es contigo,
Joseíto Pacífico” y él entonces reaccionaba: “Eso es lo que más me arrecha”.
Pata
de palo
En la Ciudad Bolívar de los años cincuenta hubo dos
porteros famosos y que indudablemente formaban parte de la picaresca
angostureña. Tales eran Cachimbo,
portero de los cines y espectáculos públicos y Pata de Palo, sempiterno portero
municipal. Ambos eran arrechuchos, es
decir, tenían arranques coléricos, sobremanera cuando la muchachada de la
parroquia los jorungaban.
Más que por Rafael González, su
nombre de pila, era más bien conocido como “Pata de Palo”, pues sufría de una
canilla casi en el hueso a causa de una infección que los médicos le
descarnaron.
Estuvo de portero en el Concejo
Municipal durante 35 años, pero antes trabajó en la Aduana y en el primer
Hipódromo, el de Santa Lucía, que tuvo la ciudad. Se caso con una mujer –María Vallenilla- que
tenía siete hijos y a todos los crió como si fuesen propios, incluyendo a
Carmen Josefina, la artesana del Casco Histórico.
Excelente
padre, pero tomaba casi todos los días y se volvía un arrechucho de cólera
cuando los muchachos le recordaban su canilla tiesa, siempre a la vista puesto que usaba alpargatas y unos pantalones, ni largos ni
cortos, con el ruedo por la mitad de la espinilla. “Pata ‘e Palo” le gritaban y
el respondía tirando unas piedras de esas que no sólo dejan el morado sino que
fracturan.
Era
la década los cincuenta y la gente mal
hablada decía que “Pata e’ Palo” se metía en el archivo y le birlaba el trago a
Silvita, que de cierto le gustaba. Era
quizás su único defecto porque, por lo demás, era hombre culto y honestísimo.
Acostumbrado a decir: “Yo le tengo miedo solo a dos cosas en la
vida: a la fuerzas desatadas de la naturaleza y a una gran escasez de
aguardientes”.
Un humorista
local que escribía con el seudónimo “Lechero” en el diario El Luchador de los
años 50 le hizo esta silueta: “¿Quién será? / El Trabaja en el Concejo /
Sempiterno guardián, fiel y obediente / partidario tenaz del aguardiente/y
tiene cara de perico viejo / cuando se rasca baja la cabeza / y la menea como
una coctelera / mientras habla quedito con la acera / y le pide a media legua
una cerveza / cuando no toma es una maravilla / en sus labores se vuelve
mantequilla / pero cuando bebe ahí está lo malo…/ de calzón brinca pozo y
alpargata / el tercio tiene falla en una pata / y por eso le dicen “Pata ‘e
Palo”.
Ramón
Guillén (a) “Cachimbo”
En cuanto al célebre
“Cachimbo”. Su verdadero nombre era
Ramón Gullén. Se duda si el remoquete se
lo endilgaron por lo acachimbado de su figura o porque los humos de su oficio,
tan estricto y severamente cumplido, se le habían ido a la cabeza. Si
estuviésemos en Perú quizá habría tenido mayor justificación porque Cachimbo le
dicen allá a los gendarmes y el Cachimbo
angostureño era todo un guardián
montado en la puerta. Lo cierto es que “Cachimbo” se quedó para
institucionalizar la portería como un oficio que no admitía más entrada sino
aquella que tuviese como contrapartida el valor realmente estipulado para poder
disfrutar el espectáculo de cine, circo, teatro, boxeo, béisbol, hipismo o
fiesta bailable, pues en todos parecía estar Cachimbo toda vez que para control
de los pícaros juveniles, los empresarios del espectáculo, se lo disputaban con
ofertas que hacían de Cachimbo el portero mejor cotizado de Venezuela.
Cachimbo
significaba garantía absoluta de un balance real entre lo que ingresaba por
taquilla y pasaba por la puerta. No había
por qué preocuparse si el espectáculo era gratuito o de otra condición,
sólo entraba quien debía, como le ocurrió a un estudiante de apellido Carvajal
cuando llegó al Estadio a la lección de gimnasia escolar. Se vio obligado a
quitarse pantalón y camisa en la puerta para que Cachimbo se convenciera de que
el short y la camiseta deportivas que llevaba correspondían a la escuela de
turno.
Leticia
Leticia, una loca agradable y
pintoresca, tenía su casa en la calle del Puerto de las Chalanas, de donde
salía muy temprano con un ramita a castigar a los viandantes y a los carros.
A ella, de
buena pinta y delgada, también la programaban los políticos para que voceara
¡Abajo Pérez Jiménez! Y cuando lo hacía la gente se ponía seria, especialmente
si se veía muy cerca algún policía o militante del “Frente Electoral
Independiente” (FEI) como lo fue el diputado Luis Alberto Arreaza Flores,
cultivador de una pintoresca crónica en el vespertino “El Luchador” que firmaba
con en el anagrama “Iztozares”. La columna periodística, siguiendo el anagrama,
se llamaba “Iztosoriando”. De ella era asiduo lector Mario Jiménez Gambús y
Robertico Liccioni, quien a nadie jamás
perdonó el mote de “Robespierre” porque cuando tenía copas de más no
hacía sino hablar del gran tribuno francés de la época del terror. Tampoco se
perdían una crónica del “Istozoriador”, el colega Jorge Romero, apodado no
sabemos porqué de “Licenciado Gallináceo”, ni Víctor Inojosa, en cuya sastrería
se cosía y se cortaba con tijeras de doble filo.
El Chingo Granado
Quien nunca pasó las columnas de
Istozares fue el “Chingo Granado”, cantador de milongas al estilo de Carlos
Gardel. El Chingo admiraba tanto a Carlitos que marcando su labio leporino,
señalaba: “De aquí pa’rriba, Carlos Gardel. De aquí pa’bajo, maldito sea, el
Chingo Granado.
La anécdota
nos la cuenta el doctor Camilo Perfetti a quien, según información de sus
compañeros de colegio, llamaban “Periche” por estar ciegamente enamorado de una
de las nueve hermanas de Periche que vivían cerca del Hospital. José Luis
Machado (Machadito), quien era su compañero de flirteo, siempre lo dejaba
esperando pues entonces era más placentero irse en noches de luna a patillar
por las costas del Orinoco.
En los
primeros meses del año islas y playones se colmaban de buena cosecha de patilla
y “patillando” con su grupo se hallaba un día Manolo Cisneros, arrellanado
sobre la arena, llevando en el bolsillo de su chaquetón un pichón de alcaraván
que había sorprendido en el camino. Pero cuando asomaba la boca en la sandía,
una muchacha del grupo lo previno: “manolo, se te sale el pájaro!” y manolo
olvidado del pichón de alcaraván se llevó automáticamente las manos a la
bragueta.
Rafael y Manuelito Luna
En fin, una reacción bastante
graciosa, pero de ninguna manera comparable con la situación vivida por el
“Flaco Rojas” cuando su gran amigo Rafael, al pronunciar un discurso luctuoso
en el umbral del Cementerio, olvidó que el sepelio no era de un hombre sino de
una mujer: “Ha Caído un samán centenario de la selva Guayanesa….” Comenzó
Rafael a tiempo que por la espalda el “Flaco Rojas: a sotto voce le aclaraba:
“Rafael, Rafel, el cadáver es hembra” y entonces, con aquella solemnidad
sepulcral, Rafael, engolando la voz con una inflexión quejumbrosa, rectificaba:
“Rectifico,
señores. Ha caído una Ceiba centenaria de la selva guayanesa…” y por
allí se iba Rafael, siempre solicitado para esas penosas despedidas a las que
él tan generoso nunca pudo negarse ni hilvanar sobre la marcha un discurso para
cada ocasión, como tal vez, si se lo hubiera propuesto, habría podido hacerlo
Manuelito Luna, intelectual y poeta a quien muchos bolivarenses de la ciudad
tradicional recuerdan, sobremanera por sus salidas tan humorísticas cuando se
hallaba pasado de tragos. De él se cuenta que achispado y tambaleante, cruzaba la
plaza Bolívar un viernes santo, y al observarlo en ese estado, Monseñor Mejía
se le acercó y lo amonestó: “Como es posible, Manuelito, que hoy día de la
muerte de cristo tu andes en ese estado?” A lo que el Poeta, hipando, respondió:
“Usted sabe lo que pasa, Monseñor, que cuando Cristo muere, la humanidad se
tambalea”.
Félix Mejías y Sacarías Lira
Otro que se tambaleaba en sus
frecuentes raptos de bohemia era el violinista Félix Mejías, chusco y humorista
como el anterior, obsesivamente enamorado de la bella María de Lourdes, a quien
dedicó su nostálgico vals “El Lirio”. Achispado pero ágil de piernas estaba ese
día. Todavía no había llegado al estado de tambalearse cuando allá en Soledad
le presentaron al General de montonera Sacarías Lira, a quien todo el mundo
respetaba y temía, sobremanera porque era hombre de armas tomar. “Mucho
gusto amigo, yo soy Sacarías Lira”. A lo que respondió Félix con su
violín apretado bajo el brazo: “El gusto es mío General, yo me llamo,
Meterías Bandola” y se perdió antes que el hombre reaccionará y le
pusiera la mano al hierro.
El Maestro Juan Mil
Juan Mil tenía su escuela en la
calle Dalla Costa 14 del casco urbano de Ciudad Bolívar y de allí, al parecer,
salían los niños derechitos, gracias a la forma como el maestro aplicaba su
pedagogía, general en todos los planteles públicos y privados, pero que allí,
era realmente más severa y opuesta a todo arte y ciencia modernos de la
enseñanza.
“Te voy a poner en la Escuela de Juan Mil”
era la peor admonición contra un muchacho
díscolo, pues la especie que entonces se corría era que Juan Mil,
durante los dos primeros días de ingresado, se portaba amable y generoso con el
matriculado, pero al tercero, a la hora de salida y sin mediar falta alguna,
cogía al alumno, lo colocaba boca abajo sobre el escritorio y le propinaba
veinte latigazo, al cabo de los cuales, el niño todo lloroso se quejaba “¿pero
maestro que he hecho yo?”. Y sonriendo Juan Mil respondía “Si
esto es sin hacer nada, imagínate cuando me hagas algo?
El castigo humillante, el uso de la palmeta, el culto a
la memoria como facultad superior de la inteligencia, eran los principales
componentes de la pedagogía del pasado, no sólo en Guayana, sino en Venezuela
toda y el resto del mundo, desde los tiempos medievales posiblemente.
En
Europa, por ejemplo, los únicos que no recibían castigo eran los hijos de las
familias nobles porque sus faltas las pagaban otros inferiores a ellos desde el
punto de vista de la sangre. Algo
parecido a “las paga peos” de
las señoras encopetadas de Ciudad Bolívar y de otras ciudades importantes de
Venezuela, sobremanera las caraqueñas de
alto linaje que iban a misa o cualquier
otra reunión acompañada de una negrita y cuando soltaban la ventosidad le daban
un coscorrón a la niña.
En
las cortes alemanas fueron famosos “los
niños de azote”. Eran niños de
familias nobles, compañeros de juego de los jóvenes príncipes, y cuando estos
últimos se portaban mal “los niños de azote” recibían el castigo
correspondiente.
Enrique
IV, quien restauró la autoridad real en Francia, dio instrucciones especiales
al tutor de su hijo para que le aplicara una buena azotaina cuando el niño se
portara mal. En una carta fechada el 14
de noviembre de 1607 escribe lo siguiente:
“Deseo y ordeno que el Delfín
sea castigado siempre que se muestre obstinado o culpable de inconducta; por
experiencia personal sé que nada aprovecha tanto a un niño como una buena
paliza” , práctica esta
que hasta muy avanzado el siglo veinte sentimos en carne propia.
Los jalones de oreja,
el coscorrón, la palmeta sobre las manos abiertas, las hincadas sobre piedritas
o granos de maíz o de rodillas con los brazos estirados y sendas piedras en las
manos, eran castigos pautados en las escuelas primarias cuando el alumno
cometía alguna travesura o no se aprendía la lección porque según el principio
pedagógico de esos tiempos “la letra
con sangre entra”. En algunos
casos parecía así, pero en la mayoría provocaba la deserción o la rebeldía.
Pero, bueno, eran costumbres,
reglas que no se quedaban en la mera escuela sino que iban más allá en el
convencimiento de que enderezaban el comportamiento de las personas en una
sociedad y cuya violación tenía como consecuencia una gran desaprobación o un
castigo. La violación de las costumbres conllevaba la imposición de sanciones,
tales como el aislamiento o el castigo físico. A finales del siglo XX, y
especialmente, en sociedades como la nuestra, las costumbres tradicionales han
pasado a ocupar un lugar menos destacado al adquirir las libertades personales
una mayor relevancia.
Héctor Roldán (Doble Feo)
La gente del casco urbano de
Ciudad Bolívar corre la voz en el ambiente picaresco de la tertulia: “Doble Feo
se metió a brujo”. “Doble Feo” es Héctor
Roldán, hijo expósito del difunto Pancho Lusinchi, pariente cercano del ex
presidente de la República ,
Jaime Lucinchi.
Pancho estuvo
en 1930 por estas tierras de Angostura. Vivió un romance con doña Ángela Roldán
y nació Héctor, suerte de Teofrasto Renaudo, padre de la prensa francesa, de
quien se cuenta era el hombre más feo de su tiempo, muy poco favorecido por la
naturaleza, pero compensando con relevante talento y profesionalismo en el
campo del periodismo y la medicina. Roldán tampoco fue favorecido por Natura y
de allí su popular cognomento de “Doble Feo” con el cual ha cargado sin
complejos toda la vida.
“Doble Feo”
nunca aprendió a leer ni escribir, pero lo favorece una inteligencia despierta
y tan vivaz como mordaz, capaz de arrinconar al más pintado. Franco e incisivo,
hubo un tiempo en que los políticos de cualquier color preferían tenerlo a su
lado a pesar de que “Doble Feo” voceaba las bondades del perezjimenismo, tanto
que en las elecciones del 68 salió electo concejal suplente de la Cruzada Cívica
Nacionalista. Pero antes, en tiempos de Rómulo Betancourt, estuvo ganado por
los sectores de la oposición radical hasta el punto de ser detenido político
junto con José Díaz, Amín Inaty, Enrique Aristeguieta, Gregorio Naranjo Díaz,
Teofilo Rodríguez, Fernando Marcovich, Francisco Cermeño, Cilio Montaño, Luis
Alberto Gruber y Juan José Peraza.
La lengua de
“Doble Feo” era implacable contra sus adversarios, especialmente cuando le
tocaba pregonar, como excelente pregonero que fue, las denuncias de Tribuna Popular,
Clarín, La Pava Macha y de todo periódico de la oposición.
Tan explosivo
e irreverente era el verbo de Doble Feo que hasta el temido José Antonio
Grimnaldi, siendo presidente municipal, lo nombró fiscal del alumbrado público
para ver si lo aplacaba y el chino Lima Ostos, enfant terrible de los
adecos, lo nombró su chofer cuando comenzó a ejercer la presidencia de la Asamblea Legislativa.
Pero muy poco tiempo duró como chofer, pues Doble Feo no conducía sino a 40
kilómetros por hora y hay que ver lo larga que son las carreteras del interior.
Pero el
terrible Doble Feo sólo estuvo activo y fogoso hasta los 70 años, ya entonces no
estaba para esos ajetreos ni para servir de pregonero ni de pulidor de carros
que de esta tarea vivió un tiempo. Ya no estaba a esa edad para cuadrarse con
la mejor oposición ni echar sapos y culebras contra la Electricidad porque
alguna que otra calle estaba como boca de lobo. Doble Feo se replegó aunque la
picaresca citadina solía decir que “se metió a brujo” y para verificarlo fuimos
a su casa de la calle Las Mercedes, cercana a una funeraria. Doble Feo seguía
allí con su voz alterada, casi invidente. No quería saber nada ni de nadie,
pero aclaró lo de brujo.
El rumor venía
porque un buen o mal día le prestó la casa a un señor venido de Amazonas que
supuestamente hacía milagros con ritos, raíces, yerbas, cortezas y ungüentos de
animales utilizados por los chamanes. De manera que la cola de gente, por
algunos días, se hizo interminable como interminable la especie según la cual
“Doble Feo se metió a brujo”. Pero Roldán la verdad es que estaba solo, enfermo
de la vista y deprimido por los ofrecimientos de una pensión que nunca llegó.
El
cieguito Graterol
Antonio Graterol era un viejo
alarife angostureño que no obstante su ceguera y lo avanzado de su edad,
transitaba sin necesidad de lazarillo, las empinadas calles del Casco Histórico
de Ciudad Bolívar.
Graterol confesaba
conocer puntos de Guayana donde los
colonizadores dejaron tesoros, pero con tan mala suerte que jamás pudo dar con
ninguno de ellos, no por falta de voluntad pues siempre la tuvo, sino porque
perdió el sentido de la vista al caerse del techo de la Casa de la Cultura cuando reparaba
varias tejas rodadas que producían goteras inmensas en tiempo de lluvias.
Confesaba
conocer los lingotes de oro guardados bajo siete puertas en las subterráneas
galerías de El Cuño de Curiapo. Ramón Alcocer, dueño del hato San José, decía
que podía dar fe de lo que afirmaba.
“En la isla El
Degredo del Orinoco igualmente hay cinco cajas de morocotas enterradas por el
general Vicente La Rosa
y en Real Corona, al Sur de Moítaco y a 70 Kilómetros del cerro El Trueno, es
más grandiosa la fortuna”.
Graterol que practicaba
el espiritismo e invocaba el alma de los difuntos, informaba haber tenido del
más allá la información relativa a esos tesoros y si no había podido
encontrarlos era porque siempre que viajó en procura de ellos, tuvo algún
inconveniente grave como, por ejemplo, el de la invidencia que le cortó de tajo
toda posibilidad.
Carlos
José Barreto (Chivo Negro)
Su apodo de “Chivo Negro” tenía
más fuerza que su legítimo nombre de Carlos José Barreto. Igual que lo sucedido
al periodista anecdotólogo Oscar Yanez, quien coincidencialmente calzaba el
mismo cognomento. Pero Barreto estaba distante de ser un macho cabrío con la
pelambre de la noche, mejor quizá una cabra tirando siempre al monte, vale
decir, obrando de acuerdo a su naturaleza y su naturaleza truncada a comienzos
del 97 era la de un personaje con mucha gracia, con mucho ritmo, espontáneo y
servicial.
Lo conocí más
de cerca cuando siendo David Natera presidente de la Asamblea Legislativa
me pidió acompañara a la restauradora Lourdes Tosta Zamora, quien iba a hacer
un diagnóstico del cuadro de Miranda pintado a fines del siglo pasado por
Arturo Michelena y el cual se halla en la alcaldía de El Callao. Chivo Negro
era el conductor del carro presidencial de la Asamblea Legislativa
y la gracia interminable de su conversación y de sus respuestas me hizo pensar
que en carretera larga no podía haber pasajero que se durmiera con Chivo Negro
al lado. Era un conversador con exquisito dominio del entorno y una forma muy
popular y coloquial de expresarlo. Lourdes, cada vez que me llamaba desde su
residencia en Caracas, lo primero que hacía era preguntarme por dos personajes:
Doble Feo y Chivo Negro como que eran ellos dos la mejor representación de la
picaresca citadina.
De baja
estatura, podía distinguirse sumido en una multitud, por el sonido peculiar de
su voz o el de su música acosando al ritmo del bongó.
Carlos José
Barreto, de los predios de Puente Gómez, cuando accidentalmente encontró la
muerte, hacía tiempo se había mudado hacía las afueras de la ciudad buscando
para su mujer e hijos la tranquilidad bucólica que ya no podía ofrecerle el San
Rafael estancado y contaminado por el crecimiento urbano de la ciudad.
Paulina
La Rosa
Paulina era hija única del
general Vicente La Rosa ,
quien se distinguió en la
Batalla de Ciudad Bolívar en 1903 por haber tomado el Fortín
de El Zamuro con catorce hombres descamisados.
Este General
ciprianista era el dueño de la
Isla El Degredo y luego de su muerte, quedó allí Paulina,
íngrima, cuidando presumiblemente el tesoro que según el cieguito Graterol se
hallaba enterrado. En ese islote del Orinoco vivió solitaria durante cuatro
decenios rodeadas de animales domésticos, atendiendo a pescadores, turistas y
bañistas que llegaban a recrearse.
Poseía una curiara a bordo de la cual, canaleteando ella misma, iba a la
ciudad a hacer mercado o a disfrutar por las noches una buena película en el
Cine Royal de Perro Seco.
El único día
que la abandonó El Degreso, casi obligada, fue cuando Bolívar Film quedó autorizada
para rodar la escena de un tigre cazando un venado y el cual, debidamente
enjaulado, había sido traído de la selva. El felino al final tuvo que ser
acribillado por carabineros de la Guardia Nacional debido a que se enfureció y
amago con atacar a los cineastas Leo Azol y Paco Ortega.
Mojón
de Tigre
Sebastián Torres, nacido en 1904,
se le olvidó su nombre de pila porque durante medio siglo lo obligaron a
responder por “Mojón de Tigre”. El apodo se lo endilgó un ganadero conocedor
del ambiente felino y la muchachada lo encontró tan divertido y placentero como
las barquillas que él lograba de manera artesanal antes que a Ciudad Bolívar
llegaran las máquinas que utilizan heladerías, cafés y establecimientos que
fabrican comercialmente los helados.
Sebastián
preparaba su alimento de consistencia pastosa con leche, crema, azúcar y jugos
de frutas criollas en un recipiente o sorbetera de madera de forma cilíndrica.
Este recipiente dentro de otro mayor con una mezcla frigorífica de hielo
comercial y sal gruesa, facilitaba la congelación de la mezcla uniforme y bien
batida.
Su promedio de
venta era de 200 barquillas diarias, a locha, y luego a medio, en el umbral del
Colegión y finalmente del Liceo Tomás de Heres, muy cerca de donde vivía y
quedó eclipsado por la invidencia y sin haber visto jamás un tigre menos su
excremento con el cual le encontraron parecido.
Otros
personajes
Las generaciones de los últimos cincuenta o
sesenta años posiblemente no conocen o conocen muy poco de personajes populares
tipos vinculados a la peculiar sociología bolivarense. Generalmente las actuales generaciones
recuerdan y dan cuenta y hasta tributan de alguna manera homenajes a los
personajes populares que conocieron a partir de su infancia, pero los que van
quedando muy atrás de ellos, lamentablemente, nadie o muy poco se
acuerdan. Pero aquí están algunos otros extraídos
de las amarillentas páginas de publicaciones que desde hace rato perdieron
vigencia en la ciudad.
Personajes populares de otros
tiempos en Angostura del Orinoco (Ciudad Bolívar) fueron el guitarrista y
cantador Luis Tovar Guerra, quien
significó para los guayaneses lo que después fue don Alejandro Vargas. Merced Ramón Mediavilla, capitán de comparsas
y bailes folclóricos como El Sebucán (El tejer el Sebucán / es una
facilidá / pero para destejerlo / ahí está la dificultad), el Pájaro
Guarandol (En las calles de Angostura / mataron al Guarandol / y del buche le
sacaron / la bandera tricolor), la burriquita joropera, calle arriba y
calle abajo en tiempos de carnaval cuando Perro Seco jugaba con maicena y agua
de olor y la clase media de Santa Ana asomaba por las mil ventanas para ver
desfilar a los diablos armados de tridentes, a la muerte pintada de cal y a la Colombina con su careta
intocable procedente de la
Alameda y la Ciudad Perdida.
Roseliano,
el insigne maraquero que venía de Loma del Viento todos los años a pagarle
promesa a la Cruz
de Mayo igual que de Barlovento Facundo Bello, insuperable con la
bandola. La Negra Cristina con su
cofia y bucles de miel quemada, vendedora de granjerías como suspiro, tirones,
gofio y “marialuisas”.
Entre
esos personajes destaca también Rosa Verne con su perfil de rezandera,
humanitaria, enfermera de todos los males, con un corazón muy blando, pero
dotada de un torrente vozarrón que callaba al más pintado. La llamaban “Lengua
de pimienta brava”. Sabía herir pero
también sabía curar. En Cerro Azul vivía
un General de apellido Basalto a quien la Rosa embistió con sus espinas en medio de un
escándalo general. Fue confidente del Capitán Ramón Cecilio Farreras, del
Caribe Vidal y su casa fue escondite de muchos perseguidos políticos.
La negra Melitona armada siempre de tambor,
aguja y dedal, sentada sobre el quicio de alguna casa importante de la ciudad,
tejiendo o bordando su vestido de novia rosa. Como Penélope a la espera de
Odiseo que nunca llegaba. Lo que tejía
de día los deshacía por la noche.
Rafaelito, el moralista, retaco, vivaracho, entrometido, hablador de las mujeres infieles, de las
que practicaban el amor libre y se hacían
pasar por puritanas. Dentro de
su menuda humanidad encerraba un mar de reproches
contra la moralidad mal habida. Era terco y porfiado como el que más y en cada esquina dominada por algún grupo era el animador de la tertulia. No era un vulgar
charlatán sino un pícaro travieso, sin vicios y sin pendencias, que sabía hacer amistad con todo el mundo. Siempre, fue "Rafaelito" para todos los de la ciudad. Por eso cuando se corrió la noticia de
que Daniel Rafael Morante lo había arrollado
moralmente un sutomotor, pasó casi
inadvertida. Después se constató que
era "Rafaelito", el inquieto
Daniel de La Alameda
que alternaba su buen juicio de diligente
trabajador con el de la broma, el
chascarrillo y la picardihuela.
Muy buenos articulo megusto el de doble feo, que en paz descanse. Tuve la oportunidad de conocerlo y era un señor de mucha ética y educado aunque se ponía de mal humor si le decías doble feo
ResponderEliminarMuy buenos articulo megusto el de doble feo, que en paz descanse. Tuve la oportunidad de conocerlo y era un señor de mucha ética y educado aunque se ponía de mal humor si le decías doble feo
ResponderEliminarHay un personaje que vivía cercana al centurión y cuando le decían"Guarapo frío, había que correr duro y rápido,era zurdo y para tirar piedra lo que tenía era una "tuba"
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