El anecdotario guayanés es muy rico y abundoso y aunque permanece
inédito por falta de recopilación intelectual, es posible una manera
como ésta que nos atrevemos sin licencia insertar en este libro de mitos, cuentos,
leyendas y realidades.
Soto y su museo
Jesús Soto, fue
monaguillo de la iglesia Santa Ana, ubicada en dirección diagonal a su antigua
casa. En cierta ocasión el párroco
Rafael María Villamil, consciente de la situación económica de su familia le
propuso a Emma Soto, madre del artista, que lo enviara al seminario. Pero Soto
se puso muy triste porque según contaba, “no me imaginaba cura porque me gustaban
mucho las mujeres”.
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Cuenta Ariel Jiménez
en su libro “Conversaciones con Jesús
Soto” que en el curso de una entrevista, el Maestro recordó la alucinación visual que tuvo a causa de unas fiebres muy altas que le
hacía percibir “algo muy extraño, pero que me fascinaba y me producía un gran placer,
hasta el punto de que no quería que mi mamá me curara, para poder verlo".
El artista confesó que "la visión consistía en que, observando
a una persona, de repente la veía reducirse rápidamente hasta convertirse en un
pequeño punto luminoso. Ese punto crecía luego hasta restituir la imagen de la
persona. Eso lo veo claramente como si fuera hoy".
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En una de sus
frecuentes viajes a Ciudad Bolívar, Soto visitó la Panadería “Deli-Pan”
donde se encontraban desde temprano varios paisanos, entre ellos, Antonio López
Escalona y el Morocho Porras, con los cuales entabló una amena conversación en
la que no faltó el tema de la muerte, lo cual permitió a Soto decir que había
pedido a su esposa e hijos que si moría en Francia fueran sus restos trasladados e inhumados en el Cementerio
Centurión de Ciudad Bolívar. “Ni se le
ocurra, Maestro, porque seguro que los malandros no vacilarían en violar la
tumba para subastar sus huesos”, le atajó el Morocho Porras.
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Y no estaba el Morocho
Porras lejos de la verdad, pues en otro viaje de Soto a Ciudad Bolívar junto
con el pintor Víctor Valera y el poeta Luis Pastori se le ocurrió al trío ir a
una fiesta por los lados de Vista Hermosa, pero luego por cierto imprevisto se
dispersaron y cada quien trató de regresar a su hotel. Luis Pastori se extravió y preguntó a un
individuo por las inmediaciones de una Estación de Servicio ¿Cuál vía tomaba
para llegar a su hotel? El hombre le
respondió que mejor preguntara a un agente del orden público. “Pero, señor es
que no he visto a ninguno a 300 metros a la redonda”. “Ah, pues entonces dame la cartera” dijo
amenazándolo con un revólver.
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Soto estuvo siempre
arraigado a las costumbres culinarias de su tierra, tanto que cuando llegaba a
Venezuela procedente de Paris, tomaba la cola en cualquier aeronave de Avensa
hasta Ciudad Bolívar a comprar casabe de Guasipati y queso de San Antonio de
Upata, en el negocio de la
Señora D ´Pace y en el mismo avión, en cuestión de minutos,
regresaba a Caracas.
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Era Soto un enamorado
de las Ceibas que ahora la mano siniestra de los depredadores ha ido
desapareciendo de Ciudad Bolívar. Una
tarde mientras con Juvenal Herrera tomaba vino Don Periñon, sentados en el
quicio de la puerta del Yoraco de Cardozo Nilo, le sugirió a Américo Fernández,
quien formaba parte del trío, que trasplantara una Ceiba que estaba naciendo en
el solar de enfrente al patio de la casa de su madre Doña Enma.
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Un día de esos
preferidos por el maestro Jesús Soto para visitar Ciudad Bolívar, se hallaba
ante una de sus obras en el Museo,
explicándole ciertos aspectos a varios artistas jóvenes de la localidad,
mientras en la misma sala formando otro grupo, en tertulia muy familiar
aderezada con ciertas jocosidades, se hallaban los poetas Mimina Rodríguez
Lezama, José Sánchez Negrón y Elías Inaty.
De repente se les acercó Soto nada amable y los sorprendió: “El
día que ustedes interpreten esta obra mía, escribirán mejor poesía”. Todos se quedaron boquiabiertos hasta que el
poeta Sánchez Negròn exclamó a la chita callando: “Contrataré al mejor crítico de
arte moderno, sólo para mi, los demás que se resuelvan”.
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Leopoldo Sucre
Figarella, recién nombrado Presidente de la CVG , resolvió visitar, sin previo aviso, los
trabajos de ampliación del Museo Soto y, en traje de faena, calzando botas
altas, subió los escalones pulidos de
madera y entró en la amplia oficina administrativa sorprendiendo a la directora
del Museo, Gloria Carnevali y su asistente la periodista Silvia Jastran,
quienes casi se desmayan al sentir las zancadas estruendosas de Leopoldo
estremeciendo las obras de Kandinski, Vasarelli y Paúl Klee.
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Al periodista Guillermo Segundo Croes,
Corresponsal de El Universal y Jefe de Prensa del Ejecutivo, le tocó cubrir una
visita del Gobernador Oxford Arias a Upata en aquellos días en que la prensa
nacional y local hablaban frecuentemente del pintor Jesús Soto, de sus
estructuras cinéticas y la donación de su pinacoteca parisina para la creación
de un Museo de Arte Moderno en Ciudad Bolívar.
Soto aparecía en las gráficas periodísticas con melena y bigotes, esbozando
un parecido con el periodista Guillermo Segundo Croes, de suerte que la
confusión para muchos fue evidente y se puso de manifiesto durante las
caminatas del Gobernador por las calles del Yocoima, pues los upatenses
abordaban a su jefe de prensa con inusual curiosidad, le sonreían admirados y
le pedían firmara o trazara rayas en cualquier papelito.
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Soto, amigo de Alfredo Sadel, lo
invitó para que lo acompañara a Ciudad Bolívar y estando ambos de visita en la
casa del doctor Elías Inatti, a Sadel se le presentó un percance: No podía cantar porque sentía un oído
tapado. Inmediatamente Elías lo llevó al
consultorio de su colega Vinicio Grillet y éste los recibió con una botella de
güisqui. Sadel reaccionó, “Doctor,
yo no vine a tomar güisqui sino a ver que tengo en el oído”. “No se preocupe que lo va a necesitar”
respondió Grillet y le aplicó el scopio.
Ven a ver Elías y Elías dijo que veía una nube azulada. A lo que de seguida pensó en voz alta Sadel: “Debe
ser el jabón azul con el cual me baño”.
Leoni,
el Presidente bueno
Con el fin de solicitar la
liberación Gustavo Machado, quien aun se encontraba detenido en el cuartel San
Carlos, los grupos de izquierda designaron una comisión de Notables, de la cual
formaban parte Miguel Otero Silva, Miguel Zúñiga Cisneros, Joaquín Gabaldón
Márquez, Reinaldo Cervini y José Agustín
Catalá. A este último le toco pedir la audiencia al presidente de la República , Raúl Leoni,
quien le preguntó. ¿Que vienes hacer para acá con esa gente? ‘’Bueno’ chico -respondió Catalá-, a
saludarte, a felicitarte’’. ‘’Entonces vengan esta noche -prosiguió Leoni- pero eso si, a las 8.00 de
la noche, no me vengan antes’’. Cátala
se comunicó con el resto de los notables y se puso de acuerdo para llegar a
Miraflores a la hora acordada. Gabaldón Márquez fue el primero en hablar, y le
dio una explicación del caso de Gustavo, el tiempo que tenía preso. Leoni dijo.
‘’Ustedes están haciendo una historia de Gustavo Machado y yo la conozco más
que ustedes. Han terminado elogiándolo y no han terminado de decirme lo que
quieren. ¡Quieren la libertad de Gustavo Machado! En vez de comenzar por ahí.
Bueno, esta concedida’’. ¿Y para cuando? , preguntó Cátala. Eso ya esta listo
–dijo Leoni- ya lo mandé para la casa, vayan a verlo allá’’.
Bolívar
habla por teléfono
En Miraflores había un mesonero
de apellido Bolívar. Era uno de esos viejos adecos, cascarrabias, pero muy
apreciado por el presidente Raúl Leoni.
Era el año 65, dicen que a las
ocho de la noche, el Presidente, que ya se había retirado de Palacio, llamo
desde la casona al secretario general de la Presidencia , doctor
Manuel Mantilla.
-El está en la cocina -respondió
el Edecán de guardia.
-Entonces páseme a la cocina.
Tomó el teléfono Bolívar:
-¿Quién habla? - pregunta Leoni.
El mesonero parece que no
reconoció la voz y respondió:
-Es Bolívar señor.
-¿Bolívar, el mesonero? -
preguntó Leoni.
-¡No, el Libertador, pendejo! y
colgó.
Leoni volvió a llamar. Ya
Mantilla había regresado a su despacho. El presidente le contó el gracioso
incidente. Fue tan gracioso que Bolívar siguió en Palacio, hasta que Caldera
cambió el personal doméstico.
Estamos
en democracia
Raúl Leoni quería mucho a la
abuela de la esposa del escritor Eduardo Casanova, así que no era extraño que
la visitara. Ya elegido Presidente de le Republica, pero antes de asumir su cargo, Leoni- con
toda su comitiva presidencial- se presenta en la casa de la dama y se encuentra
con que Casanova había estacionado su vehiculo justo en la entrada. ‘’De
repente -explica Casanova- se baja un militarcito, así muy, muy…. eficiente.
¡El dueño del automóvil que esta afuera que lo retire. Y por detrás viene
Leoni, me de un abrazo y dice. ‘’No, no, déjalo ahí, que estamos en democracia”
(Tomado del Semanario Quinto Día)
La
primera mujer del pintor Otero
Alejandro Otero, el creador
plástico guayanés, a quien el poeta Palo Neruda exaltó como el más importante
de América, tuvo su primer sexo, según propia confesión, con una criada de su
Mamá. El tenía catorce años y ella un año menos, Una noche de torrencial aguacero mientras su
Mamá visitaba una amistad vecina aprovechó su ausencia y a la luz de una vela
tuvo su primer acto sexual de la manera más instintiva e inocente. Después de ese febril y emocionante momento,
la relación se hizo frecuente hasta que su Mamá decidió mandar la niña al
catecismo para que hiciera la primera comunión.
Cuando se tuvo que confesar contó al sacerdote lo que pasaba entre ellos
y éste no solamente le impuso una severa penitencia, sino que la alertó sobre
la posibilidad de un inminente embarazo.
Esto la aterró y aunque tuviera razón, Alejandro no le perdoné jamás a
ese cura que lo privase por siempre de mi primera mujer.
La
tortura de los mandados
Había cosas que definitivamente
no le gustaban a Alejandro Otero, por ejemplo, hacer mandados de cualquier
tipo. Le parecía que había en ello mucho
de compulsivo y arbitrario, de violatorio del libre albedrío. Siempre andaba en algo, y el mandado, sin que
cupiera réplica ninguna, tenía que ser llevado a cabo al término de la
distancia.
El
que menos le gustaba era el comprar leña pero tener que cargar agua era peor. A veces los peroles demasiado llenos pesaban
mucho, y el viaje se convertía en una verdadera tortura.
El
más ridículo de todos era cuando lo mandaban, a través de todo el pueblo, a
buscar un poquito de “Tente allá”. Era
angustioso, pues había que esperar angustiado algo que al final de le
entregaban jamás.
El
Pataruco de Luisa Bártoli
Cuenta Alejandro Otero que en la Pensión de Luisa Bártoli
allá en Upata había un traspatio que
se perdía de vista, en el que se criaba
toda clase de animales: pavos, patos, gallinas cochinos y un hermoso gallo
Pataruco ciego de un ojo, pero en lugar del ojo, era un profundo e informe
agujero, en el qu manaba un líquido viscoso de color negruzco.
El
pintor que estaba de visita contemplando el gallo muy de cerca y tratando de
imaginar las causas de su defecto visual, saltó cuando el Pataruco se sacudió y
una gota de aquel humor le cayó en la rodilla de la pierna izquierda. Como pudo se lavó y todo el trayecto de regreso
hasta su casa lo hizo obsesionado por ese olor que se desprendía de su rodilla.
Al
llegar a su casa, Alejandro no dijo nada, se desvistió y lavó a fondo con
jabón, pero nada todavía. Cada vez que
se agachaba y acercaba a la cara al sitio de su preocupación, el mismo olor. Se puso alcohol, yodo, agua, colonia, y
nada. Terminó por hacerse una llega en
la rodilla que seguía oliendo tan mal como antes, hasta que se dio cuenta, el
cabo de alguno días de silenciosa tortura mental, de que ese olor provenía de
la suela de sus alpargatas, que o estaban suficientemente curtidas.
Antonio
Lauro y Mangoré
Antonio
Lauro, bolivarense compositor y ejecutor de la guitarra clásica, cuyas
creaciones difícilmente que falten en el repertorio de los consagrados del
mundo, cuenta la anécdota de su llegada a ese instrumento legendario de seis
cuerdas.
No ocurrió de primer momento. Su destino parecía ser el piano y en ese
ejercicio y estudio andaba cuando afinó el oído y sintió que por la radio
interpretaban “Recuerdos de Alhambra” de una manera tan mágica y virtuosa que
lo dejó fascinado, pero sin que por su mente pasara jamás que fuese el
guitarrista paraguayo Agustín Barrios Mangoré que para 1932 era todo un
acontecimiento musical en ciudades de Venezuela como Ciudad Bolívar contratado
por la “Ecos del Orinoco”. He aquí las
propias palabras de Lauro: “El anuncio
de este personaje era tan pintoresco, tan de circo, que no me entusiasmó mucho oírlo. Días después escuché por radio un instrumento
que me cautivó y pregunté cuál era, pues no era piano ni clavecín, y un amigo
me dijo que era Agustín Barrio Mangoré, el que yo había visto anunciado días
antes. Me entusiasmó de tal manera, que
hice contacto con él y me decidí a quitarle el polvo a una guitarra que
perteneció a mi padre y me inscribí en la cátedra de música clásica a cargo del
maestro Raúl Borges”.
La
premonición del guitarrista
Después del 24 de julio de 1983, fecha bolivariana bicentenaria, en la que el
gobernador Alcides Sánchez Negrón le impuso la “Orden Congreso de Angostura”,
Antonio Lauro volvió a la ciudad a reunirse
privadamente con sus amigos y ya
libre del protocolo oficial ofreció una serenata a la madre del poeta Luis
Garcías Morales y al día siguiente, su amigo Salomón Martínez, alquiló una
avioneta y lo llevo a Canaíma, parque del que mucho había oído hablar, pero que
desconocía no obstante su abolengo bolivarense, nacido nada menos que en la
casa diagonal a la Plaza Bolívar.
Al regreso exclamo ante el periodista: “Ahora me puedo morir porque he visto la
octava maravilla del mundo”. El Salto
Ángel y la inconmensurable Gran Sabana tapizada de Tepuyes, lo dejó hondamente
impresionado y colmado de regocijo espiritual.
No estaba tan distante de la verdad, en julio de 2009, el Salto
Ángel, la caída de agua más alta del mundo, fue incluido por la Unesco entre los 28
monumentos naturales que podrían
estar en la lista de las 7 Nuevas Maravillas Naturales del Mundo.
El carácter impredecible de Leopoldo
El extinto Leopoldo Sucre Figarella tenía fama de “querrequerre” y hermético. Para complemento, se buscó de piloto oficial a Ángel Dionisio López, profesional de pocas palabras y arrechucho como el entonces Presidente-Ministro de la CVG. Durante tres años piloteándole el avión presidencial, solo una vez le habló en vuelo y ocurrió un día de tiempo muy nubloso y cerrado que le impedía llegar a La Carlota , su destino. “Ministro, que hacemos, nos desviamos a Maiquetía?”. Era lo más visible y viable, alternar en Maiquetía, pero el Ministro, impredecible, ordenó sorpresivamente lo contrario: retornar a Ciudad Bolívar.
MAR,
abogado arrepentido
Manuel Alfredo Rodríguez,
historiador, político, escritor y elocuente tribuno guayanés, Nunca pudo escribir
cuentos ni novelas, Intentó hacerlo, pero siempre le salía el historiador al
preocuparse por al veracidad del dato, lo cual choca con el desbordamiento
fantasioso que es propio de la literatura de imaginación. Y aunque se graduó de
abogado, jamás quiso ejercer la abogacía. Para él era un oficio que no
armonizaba con su manera de ser y se justificaba diciendo que había estudiado
derecho porque era lo que más se parecía a humanidades, pues para entonces la
universidad prácticamente había acabado con los estudios humanísticos.
En cierta
ocasión me comentó: “Después que uno aprende esa construcción lógica de la filosofía del
Derecho, por ejemplo, o la teoría de las obligaciones que es una maravilla de
razonamiento puro, cómo va a embargarle el mostrador a un portugués, cómo uno
después de aprender eso va a embargar un televisor con reserva de dominio o
embargarle el sueldo al marido que no quiere pagarle la pensión a su mujer”.
Una
Escalera grande y otra chiquita
El Colegio Federal de Guayana
contaba con una suerte de Paraninfo para los actos solemnes de la institución,
integrado con púlpito, una pulida y espigada sombrerera de madera pulida y
varios bustos de los prohombres de la cultura griega como Jenofonte,
Aristóteles, Sócrates, Platón, Licurgo, colocados en fila en parte alta
inalcanzable de pie con las manos en alto.
Pues
bien, varios alumnos traviesos preguntaron y se preguntaron ¿Qué pasaría
si colocaban los sombreros de los
profesores sobre la mera testa de los bustos?
Lo que tenía que pasar, que la gracia ocurrió y suscitó la irascibilidad
de los profesores que buscaron por todos los rincones al autor o autores de tal
irreverencia que no fueron otros que los estudiantes Manuel Alfredo Rodríguez
el más tarajallo de la clase que montó
sobre sus hombros al más chiquito del aula: Luis Camilo Perfetti.
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