martes, 25 de junio de 2013

Casos y cosas de Ciudad Bolívar




Los loros, cuando no dicen palabras obscenas, son capaces de cualquier otra cosa: comerse una rosa, por ejemplo, tal como ocurrió en el jardín de la señora Delia de Macaray en la Manzana “G” de Vista Hermosa el 6 de julio de 1966. Ella no pudo perdonarlo y tomando un rodillo de amasar lo descargo contra el travieso papagayo.
La vecina Carmen de Salazar, oyendo las imprecaciones, corrió con una silla que encontró a mano y vengó de forma tal a su Loro que doña Macaray debió ser llevada al hospital, donde le trataron una herida contusa.
La policía se hizo a cargo del caso, pero el loro no obstante los porrazos, se veía vivito y coleando, pero en una jaula, donde lo metió su ama con una taza de mazamorra bien repleta para que no siguiera molestando en los jardines de las casas ajenas.
Aparte de su filoso y encorvado pico ¿Qué podía utilizar aquel Loro para defenderse de su atacante? Nada o muy poco. Su problema era de tamaño y de un instinto domeñado. En cambio, no ocurre lo mismo cuando se trata de un váquiro salvaje o de un oso hormiguero y a la prueba nos remitimos con lo sucedido a los cazadores Juan Eduardo Luna (45) y a Pablo Voni (43), el 14 y 23 de julio  de 1966, respectivamente. El primero disparó su escopeta contra una manada de váquiros en ruidoso y espantoso desplazamiento, por la montaña de El Saldo, uno de la manada resultó mortalmente herido, pero antes de caer, buscó a su atacante y lo desgarró con sus colmillos rabiosos.
El segundo, disparó su escopeta sin acertar contra un oso hormiguero, contraatacado furiosamente y el cazador, tratando de ponerse  a salvo trepó en un árbol, pero se cayó dando tiempo al oso de embestirlo y causarle desgarramiento en varias partes del cuerpo. Pablo Voni, sin embargo, desde el suelo pudo hacer uso de un machete y dar muerte al plantígrado.
Es el problema de los plantígrados, por tener los pies planos les resulta difícil esquivar. No era el caso de Vidal Antonio González que solo tenía de oso el pelaje, pero que de ninguna manera podía considerarse plantígrado, solo que lo hurtado no lo tomaba todo para si sino que lo compartía con los pobre y de allí su apodo de “ladrón benefactor”.
Este delincuente, tatuado con un ancla en el brazo derecho, residía en el Barrio las Flores de El Tigre (Estado Anzoátegui) y solía desplazarse a Ciudad Bolívar a cometer sus fechorías.
El 17 de julio de 1966 cuando le hurtó al comerciante Camilo Barrios 8.500 bolívares, los vecinos de su barrio se negaron a entregarlo aduciendo que no podía ser objeto de sanción quien como el legendario Robin Hood, el producto de su fechoría lo repartía generosamente entre los necesitados.
De todas maneras, Vidal fue preso y desarmado, como lo fueron por una mujer el Subalcalde y Agente de Policía del caserío Borbón, luego que estos, en estado de embriaguez, se quedaron dormidos en un velorio sobre la urna del muerto.
El Subalcalde diego González Ruiz y el policía Rafael Rodríguez, antes de echarse a llorar  por quedarse dormido sobre la urna del difunto Víctor Aurea, atemorizaron a la población disparando al aire sus armas de reglamento.
Eloina Mezzone, mujer “cuatriboleada”, como suele decirse en el argot rural, aprovechó la intervención de Morfeo para desarmar a las autoridades del caserío, perturbadoras del sueño de los muertos y de la tranquilidad campestre, para desarmarlo y hacerlo conducir en vilo hasta la comisaría, donde al siguiente día del primero de agosto de 1966, los encontró Héctor Arreaza Flores, para la amonestación de rigor y subsiguiente destitución.
Arreaza Flores, entonces Prefecto de Ciudad Bolívar, era implacable hasta con los vacunos, no obstante su condición de ganadero, pues, caso insólito también, por esos días habían ordenado la prisión de siete vacas por andar realengas pastando en plazas,
parques y otros sitios de recreación. Y a un fotógrafo maracucho de nombre Hugo Rodríguez, que pago su despecho pateando hasta más no poder a una indefensa Rockola que funcionaba a todo volumen en el Bar “Arauca”, con la grabación de “Amor Gitano”, de José Feliciano, lo encerró por ocho días en un terrible calabozo del siglo pasado llamado “La Nevera”, que previamente hizo tapizar con puros afiches del cantante ciego.
Y, hablando de ciego, a punto de quedar así estuvo cuando, flotaba de decúbito supino en el río Areo de Soledad,  el joven pescador Juan Medina, y una cotúa casi se engulle los ojos de Medina, natural del vecindario rural de “Las Bombitas” y fue llevado al Hospital con la cornea y el iris del ojo izquierdo desprendido.  Ojos de color incierto, por cierto, tenía el pescador y por ello tal vez lo podaban “ojos de gato” como los de la gran manada que en su casa de Maripa tenía el carnicero Juan Herrera.
Herrera, entre sus gustos, tenía el de coleccionar gato algunos con lo ojos azules, pero la mayoría con ojos de color indefinido, pero en términos generales, de toda maña y tamaño sin preferencia por alguno en especial. A todos los llamaba "Pancho”, hembra o macho, negro o rubio, blanco o mixto y cuando gritaba con manos en la boca a lo Tarzán: !Panch000 Panch000!, la gatería se reunía en el corral a recibir su ración diaria de pellejo En total contaba ochenta gatos en su patio, incluyendo a la ascendiente siempre embarazada y feliz de su numerosa prole como feliz igualmente se manifestaba el carnicero ante visitantes de dentro y de fuera, aunque llegó un momento en que se vio en aprietos  pues los vecinos comenzaron a quejarse de que ya no aguantaban más los gruñidos y llantos de los felinos, sobremanera en la noches de Luna llena.
Y en noche de luna llena se apareció en esta orilla de acá del  Orinoco, un menor de unos 12 ó 14 años que ni siquiera sabía su nombre de pila. Sólo pudo decir al Comandante de la Policía de  Guasipati, Manuel Bello, que respondía por el de "Muchacho Así lo habían llamado siempre los labriegos de Capacho, Estado Táchira, de donde se vino "un ratito a pie y otro caminando" y así se había quedado, con ese apelativo, porque ni siquiera sabía quienes eran sus padres. Campesinos gochos le respondieron de tanto preguntar que sus padres probablemente se hallaban residenciados en Tumeremo, atraídos por el oro y el diamante y hasta allá el muchacho se aventuró en una larga y penosa jornda que tuvo como corolario una mayor acentuación de su tristeza pues sus padres no aparecieron por ningún lado de las do: tierras del Yuruari.
“Seguramente por La Paragua donde ha estallado una bomba de diamanes”, insinuó alguien, pero el niño, or orden del señor Gobernador, la Policía le enía reservado otro destino.
Además, en esos días resultaba muy aprensivo aventurarse a La Paragua toda vez que se hablaba de la presencia de leones en las inmediaciones del poblado. Al comerciante Evangelista Susarray lo había visitado uno que devoró a su perro guardián en el patio de su casa y por eso los habitantes dormían con un ojo abierto y otro cerrado o en todo caso, para no dormirse, los hom­bres casados retozaban con su pareja toda la noche y podían ha­cerlo sin riesgo a la concepción porque, según la creencia popular, mujer que nacía o llegaba al lugar se volvía estéril, claro, si se bañaba con frecuencia en las aguas del río Paragua, principal afluen­te del Caroní.
Siempre se ha dicho que en esas aguas existe una especie de hongo microscópico capaz de anular la capacidad de alumbramien­to en el sexo femenino. El doctor Roberto Vásquez, docente de la Escuela de Medicina corroboraba en cierto modo la especie di­ciendo que los indios arecunas, habitantes de esa región, conocían el secreto de un vegetal llamado "Poretade", con cuya corteza pre­paran un brebaje que ingieren las mujeres cuando desean evitar los hijos. De suerte que en La Paragua no había peligro para las llamadas mujeres "rueda libre" como le decían allá a las que pro­vocaban a los mineros y madereros, exhibiendo sus piernas deba­jo de una minifalda.
Entonces, en los años sesenta, estaban de moda las minifal­das que causaban euforia en algunos sectores y en otros cierto rechazo traducidos en medidas represivas.  Por ejemplo, en Las Majadas, el alcalde Luis Manuel Suárez, prohibió a las muges el uso de pantalones y minifaldas por considerar que tales prendas atentaban contra la moral, la religión y las buenas costumbres y en el Instituto de Comercio Dalla Costa, la Directora Ana Martínez de Rodríguez, también prohibió su uso, pero dentro del establecimiento educacional, para evitar “provocaciones” y otros problemas de tipo familiar que la dirección venía sorteando por culpa de las piernas muy descubiertas. Uno de los problemas consistía en que cuando las muchachas en minifaldas subían por las escaleras, los jóvenes se disputaban la mejor vista desde el plano inferior.
Y fue precisamente una linda muchacha de minifalda con piernas muy bellas torneadas lo que en cierto modo hizo que Ernesto Rafael Boada, un trabajador de Ciudad Piar, descubriera que no estaba casado cuando intento divorciarse de su mujer Rosa Esther Arévalo, para unirse legalmente con una prometida a la moda, solicitó el Prefecto Iván Salustio Castro, copia certificada del acta de matrimonio que le pedía el abogado para poder incoar la demanda.
Boada aseguraba haberse casado en Ciudad Piar el 23 de julio de 1958.  El Prefecto buscó, rebuscó en libros y archivos y nada encontró. Luego  averiguó en la Ley División Político-territorial y observó que Ciudad Piar fue elevada a la categoría de Municipio en enero 1966, por lo que para 1958 no era sino un caserío con un Subalcalde no facultado por la Ley para unir parejas en matrimonio.
Frente a esta sorpresiva circunstancia, el Prefecto llegó al convencimiento de que el Sub-alcalde cometió  un error al casar a esta pareja. La acta de  entonces carecía de validez por lo que no le quedó al prefecto otra alternativa que decirle al demandante: “usted, mi querido amigo, no esta casado y a mi juicio el divorcio en este caso lo dictamina usted y no un juez.
A propósito de Juez, entonces en la década de los sesenta todavía cualquier persona más o menos instruida podría serlo en la Guayana adentro. En el Municipio El Dorado lo era Ramón García por quien el alcalde Ventura Martínez nunca manifestó el menor respeto y consideración,  hasta el punto que luego de una acalorada discusión le allanó su casa con cinco policías y estos lo golpearon al resistirse. Seguidamente lo trasladaron preso a Guasipati, a donde viajó a ponerlo en libertad el doctor César Augusto Domar, entonces Juez Superior de Ciudad Bolívar.

En brazos de de Maximilian Schell
Ana Luisa Contasti sorpresivamente cayó desmayada cuando vio entrar en el recinto toda una parafernalia de artistas, técnicos y equipos cinematográficos para instalarse en el Casa del Congreso de Angostura a fin de rodar escenas de la película  La Epopeya de Bolívar. La celosa guardiana del histórico inmueble no soportó aquello y cayó desvanecida en  los brazos de Maximilian Schell, protagonista de la película.
            Era que Ana Luisa cuidaba y conservaba el inmueble histórico como un templo y siempre se mostró severa  y regañona contra quienes incurriesen en modales impropios dentro de aquel ambiente donde se respira todo un pasado de gloria.
Sin embargo, su actitud ante el Gobernador Alberto Palazzi, no fue tan dramática.  Más bien, agresiva cuando éste, dentro del propio recinto, por incontrolable hábito compulsivo, sintió la necesidad de fumar.  Ana Luisa, no obstante su avanzada edad corrió,  se le vino encima y le arrebató el cigarrillo.
El episodio del cigarrillo también lo repitió con el doctor José Nancy Perfetti, fundador y director del Centro de Geociencias de la UDO,  cuando trató de instalar en la azotea un telescopio para observar el famoso Cometa Halley que se anunciaba para el mediodía del 9 de febrero de 1986.

El Profesor Perfetti
Del extinto profesor J. N. Perfetti cuentan alumnos como Noraima Caraballo, otras anécdotas. Nos comentaba ella que allá en la Quebrada de Pacheco durante una excursión por la Gran Sabana acampaba el doctor Perfetti con el curso practicando prospecciones cuando miembros de una comunidad indígena se acercaron a su campamento en busca de asistencia para atacar un brote de sarampión que estaba afectando a  la población infantil.
            Perfetti, a quien nunca le faltaba cuando iba por esos parajes un anillo de seda en el dedo para preservase de rayos y tempestades y un buen surtido de medicamentos para cualquier emergencia, le sirvió de médico, enfermero o chamán a aquella comunidad y la salvó.
Los indios agradecidos le pusieron a una pica de la Quebrada de Pacheco “Camino Perfetti” y a todos los niños librados del sarampión, el nombre de Perfetti.  De suerte que el Profesor solía exhibirse muy contento y orgulloso del suceso, pero a veces se veía en serio compromiso cuando alguien creía de veras que los indios Perfetti eran realmente sus hijos.
            Aníbal La Riva, profesor de economía minera, formado en la misma Escuela y con postgrado en un país  socialista, ex Presidente de Ferrominera, cuenta dos anécdotas de los primeros años de la Escuela de Geología y Minas, rigurosamente ciertas:
            La turbulencia de la década del 60, alcanzó inevitablemente a la Dirección del Núcleo de la UDO, y afectó al doctor Perfetti, quien fue sustituido por el  ingeniero Luis M. Báez Ramírez, nativo de El Callao y amigo de su antecesor. Tratando tal vez de drenar su molestia, la vestimenta ingenieril de Perfetti se transformó cotidianamente en una tropicalísima bermudas y camisa de colores abigarrados. De manera cordial el nuevo Director le sugirió que debía ser ropa apropiada, a lo que respondió Perfetti: “Mire Dr. Báez, si tuviéramos que usar ropa apropiada, yo tendría que venir en frac y usted en guayuco”.
            Cuenta el doctor La Riva que el profesor Perfetti, con un gorro a lo David Croket, organizó con disciplina   militar la partida de varios grupos de estudiantes a una práctica de orientación en el campo, auxiliados por brújulas y fotos aéreas.
            Los grupos llegarían al Orinoco, en el cual serían recogidos al día siguiente por el capitán de una lancha. Picó adelante un aguerrido grupo auto denominado “Os Cobras” integrado por Serres, Liberio, Pastrana y otros. Al siguiente día iban llegando los grupos, sin que apareciera Os Cobras. Algunos decían que el problema era que en la cantimplora el grupo llevaba poca agua y mucho ron. Bueno, al final de la tarde apareció todo cansado y exhausto y se conoció la verdad. Serres dirigía al grupo, pero llevaba en su espalda un guayare de alto contenido metálico que dislocaba la brújula: cocina portátil, lámpara, hacha, palín, casco militar y en la mano la brújula y en la otra un amolado machete “Colins”. Cansado el grupo de tanto caminar le preguntó a un campesino si el Orinoco estaba cerca. La respuesta fue afirmativa, pero al Norte y no hacia el Sur adonde se dirigía.

Los hombres del hierro

En la Sección de Comunicaciones, Deporte y Desarrollo Personal de la Planta Siderúrgica un gato realengo encontró su acomodo y el personal, en vez de erradicarlo del  área, lo tomó de mascota prodigándole toda clase de cuidos.  Cada sidorista que regresaba del Comedor de la Planta se sentía como obligado a compartir algún manjar de su almuerzo con el tímido felino.

            Y si tanto dio que hablar la conmovedora conducta de estos sidoristas que solían compartir su alimento con un félido morrongo, también ocurrió lo mismo cuando la más elevada dignidad de la Iglesia Católica (29 de enero de 1985) compartió su almuerzo y su palabra con el obrero Virgilio Pérez Hernández. 
            En aquella memorable ocasión del Papa Juan Pablo II de visita en Sidor, a Virgilio se le disipó el estado de nervios en que lo había sumido la notificación temprana de que debía estar al lado del Sumo Pontífice durante un almuerzo con los trabajadores.  Nunca se imaginó que el Papa fuera tan sencillo como ellos y trasmitiera esa confianza que lo llevó a colocarle en su cabeza el casco de subvenir que el presidente César Mendoza había puesto en sus manos:   "Perdone, Su Santidad, pero le queda mejor así".  Entonces el Sumo sacerdote le respondió sonriente: "Ahora si soy sidorista!".
            El ser presa de los nervios en  circunstancias como ésta, no le ocurre sólo al habitante común, sino también a la gente recia y veterana de Sidor, pero luego esa gente se recupera si tiene capacidad para entender que todos somos de carne y hueso.
            Cuando el Presidente de la República, Jaime Lusinchi, vino a Ciudad Guayana para celebrar la primera cifra millonaria de alambrón alcanzada por Sidor, asumió el honor de ordenar el embarque para su exportación y, en efecto, dispuso tomando de sorpresa al gruero sidorista Héctor Guevara: "Proceda usted a cargar la tonelada un millón de alambrón de acero con destino a la República Popular China".  Era la tarde del último domingo del mes de diciembre de 1986 en el muelle de Sidor y cuenta el sidorista Guevara que en ese momento, para él sumamente emocionante, lo traicionaron los nervios al punto de no poder hacer funcionar la Grúa, cosa curiosa, por primera vez en cinco años que llevaba de operador en la planta. Después se reía de sí mismo y lo celebraba con sus compañeros de labores.
            La sencillez y la espontaneidad es un don particular que domina a la gente de Sidor desde sus inicios.  En entrevista que le hizo Ángel Fernández al presidente fundador Argenis Gamboa, éste dice que "los futuros sidoristas llegaron en canoa con una patilla de regalo debajo del brazo y así lo íbamos empleando".
            ¿Quiénes podían sentirse atraídos por el trabajo en un lugar despoblado donde todo estaba por hacer, donde los medios de transporte eran precarios, los suministros poco adecuados y pobres las viviendas?  Quiénes sino gente de condición humilde y sencilla, gente del  campo como Virgilio Pérez Hernández que tuvo el privilegio de almorzar con el Papa o de aquel obrero que César Mendoza, muy temprano en la mañana, sorprendió pescando en el muelle de la planta.  Cuenta el mismo Mendoza que cuando llegó al muelle el obrero sidorista no se percató, pero sintió que había alguien detrás de él y perturbado exclamó con esa chispa tan peculiar del margariteño: “Adiós cará y qué hará  este bicho aquí pegao?"
            Esta gente de piel marina y aire bucólico, siempre a tono con la realidad de su trabajo y animada por un claro espíritu de superación, es capaz de conquistar los puestos más significativos dentro de la propia planta o fuera de ella porque, al fin y al cabo, Sidor es una gran escuela donde tanto el obrero como el técnico y el profesional de carrera encuentran facilidades para desarrollar su capacidad al máximo.
            El doctor Rafael Hernández Asprino siendo   presidente de Sidor en 1965 lo captó al instante y cuando introdujo su renuncia en abril de 1966 le dijo al doctor Raúl Leoni: "Presidente, yo renuncio a favor de los ingenieros técnicos que se están formando en Sidor, pero si usted va a nombrar a un bolsa, entonces continuaré al frente de la empresa".
            Obreros de Sidor que se empinaron en la Planta como dirigentes sindicales incursionaron después exitosamente en la política.  Tal el caso de Andrés Velásquez, quien desde la Secretaría General del Sutiss saltó a la Gobernación del Estado Bolívar como titular durante dos períodos consecutivos y llegó a ser, en las elecciones de diciembre de 1993, candidato a la Presidencia de la República con promisorias posibilidades.
En aquella ocasión una periodista preguntó al maestro Jesús Soto si se planteaba un país distinto en el plano político con Oswaldo  o Andrés y respondió: “me interesa particularmente la figura de Andrés Velásquez, pero sigo siendo una persona muy cuidadosa.  Hablo de Velásquez, porque lo he tratado más, y si él llega a ser Presidente y desarrolla todo lo que viene preparando, sería un cambio; pero si Andrés Velásquez llegara al poder y, por las presiones terribles de la sociedad económica, nacional e internacional, tiene que cambiarse la chaqueta, entonces yo sería un hombre muy triste”.


Entre palo y palo
Donde quiera que haya un cadáver en extrañas circunstancias, allí estará la PTJ, presta con su furgoneta para trasladarlo a la sala de necropsia del hospital. De manera que cuando Rulfo Remigio apareció muerto en su conuco de Los Hicoteos, inmediatamente se hizo presente la Judicial con su lúgubre carruaje.
            Pero de Ciudad Bolívar a Los Hicoteos hay refugios y atractivos que provocan al viajero y, los tripulantes de la furgoneta, tratando de hacer menos tediosa la distancia, accedieron a la estancia bajo la sombra esplendorosa de una ceiba.
            Hasta aquí todo estuvo bien. Las cosas se complicaron cuando se pasaron de tragos y siguieron la rumba, mientras los hijos, nietos y demás familiares del labriego desesperaban en la sala de la morgue.
            El comisario jefe de la PTJ, Rodríguez Tononi, enterado del asunto, despachó una comisión para averiguar y averiguó lo que nadie quería creer, que los agentes de la furgoneta, entre palo y palo, se olvidaron del muerto.


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