Los loros, cuando no dicen
palabras obscenas, son capaces de cualquier otra cosa: comerse una rosa, por
ejemplo, tal como ocurrió en el jardín de la señora Delia de Macaray en la Manzana “G” de Vista
Hermosa el 6 de julio de 1966. Ella no pudo perdonarlo y tomando un rodillo de
amasar lo descargo contra el travieso papagayo.
La vecina
Carmen de Salazar, oyendo las imprecaciones, corrió con una silla que encontró
a mano y vengó de forma tal a su Loro que doña Macaray debió ser llevada al
hospital, donde le trataron una herida contusa.
La policía se
hizo a cargo del caso, pero el loro no obstante los porrazos, se veía vivito y
coleando, pero en una jaula, donde lo metió su ama con una taza de mazamorra
bien repleta para que no siguiera molestando en los jardines de las casas
ajenas.
Aparte de su
filoso y encorvado pico ¿Qué podía
utilizar aquel Loro para defenderse de su atacante? Nada o muy poco. Su
problema era de tamaño y de un instinto domeñado. En cambio, no ocurre lo mismo
cuando se trata de un váquiro salvaje o de un oso hormiguero y a la prueba nos
remitimos con lo sucedido a los cazadores Juan Eduardo Luna (45) y a Pablo Voni
(43), el 14 y 23 de julio de 1966,
respectivamente. El primero disparó su escopeta contra una manada de váquiros
en ruidoso y espantoso desplazamiento, por la montaña de El Saldo, uno de la
manada resultó mortalmente herido, pero antes de caer, buscó a su atacante y lo
desgarró con sus colmillos rabiosos.
El segundo,
disparó su escopeta sin acertar contra un oso hormiguero, contraatacado
furiosamente y el cazador, tratando de ponerse
a salvo trepó en un árbol, pero se cayó dando tiempo al oso de embestirlo
y causarle desgarramiento en varias partes del cuerpo. Pablo Voni, sin embargo,
desde el suelo pudo hacer uso de un machete y dar muerte al plantígrado.
Es el problema
de los plantígrados, por tener los pies planos les resulta difícil esquivar. No
era el caso de Vidal Antonio González que solo tenía de oso el pelaje, pero que
de ninguna manera podía considerarse plantígrado, solo que lo hurtado no lo
tomaba todo para si sino que lo compartía con los pobre y de allí su apodo de “ladrón benefactor”.
Este delincuente,
tatuado con un ancla en el brazo derecho, residía en el Barrio las Flores de El
Tigre (Estado Anzoátegui) y solía desplazarse a Ciudad Bolívar a cometer sus
fechorías.
El 17 de julio
de 1966 cuando le hurtó al comerciante Camilo Barrios 8.500 bolívares, los
vecinos de su barrio se negaron a entregarlo aduciendo que no podía ser objeto
de sanción quien como el legendario Robin Hood, el producto de su fechoría lo
repartía generosamente entre los necesitados.
De todas
maneras, Vidal fue preso y desarmado, como lo fueron por una mujer el
Subalcalde y Agente de Policía del caserío Borbón, luego que estos, en estado
de embriaguez, se quedaron dormidos en un velorio sobre la urna del muerto.
El Subalcalde
diego González Ruiz y el policía Rafael Rodríguez, antes de echarse a llorar por quedarse dormido sobre la urna del difunto
Víctor Aurea, atemorizaron a la población disparando al aire sus armas de
reglamento.
Eloina
Mezzone, mujer “cuatriboleada”, como suele decirse en el argot rural, aprovechó
la intervención de Morfeo para desarmar a las autoridades del caserío,
perturbadoras del sueño de los muertos y de la tranquilidad campestre, para
desarmarlo y hacerlo conducir en vilo hasta la comisaría, donde al siguiente
día del primero de agosto de 1966, los encontró Héctor Arreaza Flores, para la
amonestación de rigor y subsiguiente destitución.
Arreaza
Flores, entonces Prefecto de Ciudad Bolívar, era implacable hasta con los
vacunos, no obstante su condición de ganadero, pues, caso insólito también, por
esos días habían ordenado la prisión de siete vacas por andar realengas
pastando en plazas,
parques y otros sitios de
recreación. Y a un fotógrafo maracucho de nombre Hugo Rodríguez, que pago su
despecho pateando hasta más no poder a una indefensa Rockola que funcionaba a
todo volumen en el Bar “Arauca”, con la grabación de “Amor Gitano”, de José
Feliciano, lo encerró por ocho días en un terrible calabozo del siglo pasado
llamado “La Nevera ”,
que previamente hizo tapizar con puros afiches del cantante ciego.
Y, hablando de
ciego, a punto de quedar así estuvo cuando, flotaba de decúbito supino en el
río Areo de Soledad, el joven pescador
Juan Medina, y una cotúa casi se engulle los ojos de Medina, natural del
vecindario rural de “Las Bombitas” y fue llevado al Hospital con la cornea y el
iris del ojo izquierdo desprendido. Ojos
de color incierto, por cierto, tenía el pescador y por ello tal vez lo podaban
“ojos de gato” como los de la gran manada que en su casa de Maripa tenía el
carnicero Juan Herrera.
Herrera, entre sus gustos, tenía el de
coleccionar gato algunos con lo
ojos azules, pero la mayoría con ojos de color indefinido, pero en términos
generales, de toda maña y tamaño sin preferencia por alguno en especial. A
todos los llamaba "Pancho”, hembra o macho,
negro o rubio, blanco o mixto y cuando gritaba con manos en la boca a lo
Tarzán: !Panch000 Panch000!, la gatería se reunía en el corral a recibir su
ración diaria de pellejo En total contaba ochenta gatos en su patio,
incluyendo a la ascendiente siempre embarazada y feliz de su numerosa prole
como feliz igualmente se manifestaba el
carnicero ante visitantes de dentro y de fuera, aunque llegó un momento
en que se vio en aprietos pues los vecinos comenzaron a quejarse de que ya no
aguantaban más los gruñidos y llantos
de los felinos, sobremanera en la noches de Luna llena.
Y en noche de
luna llena se apareció en esta orilla de acá del Orinoco, un menor de unos 12 ó 14 años que ni
siquiera sabía su nombre de pila. Sólo pudo decir al Comandante de la Policía de Guasipati,
Manuel Bello, que respondía por el de "Muchacho Así lo habían llamado siempre los labriegos de
Capacho, Estado Táchira, de donde se
vino "un ratito a pie y otro caminando" y así se había quedado, con ese apelativo, porque ni siquiera
sabía quienes eran sus padres. Campesinos gochos le respondieron de
tanto preguntar que sus padres probablemente se hallaban residenciados en Tumeremo, atraídos por el oro y
el diamante y hasta allá el muchacho
se aventuró en una larga y penosa jornda que tuvo como corolario una mayor acentuación de su tristeza pues sus
padres no aparecieron por ningún lado de las do: tierras del Yuruari.
“Seguramente por La
Paragua donde ha estallado una bomba de diamanes”, insinuó
alguien, pero el niño, or orden del señor Gobernador, la Policía le enía reservado
otro destino.
Además, en
esos días resultaba muy aprensivo aventurarse a La Paragua toda vez que se hablaba de la presencia de
leones en las inmediaciones del poblado. Al
comerciante Evangelista Susarray lo
había visitado uno que devoró a su perro guardián en el patio de su casa y por eso los habitantes
dormían con un ojo abierto y otro cerrado o en todo caso, para no
dormirse, los hombres casados retozaban con
su pareja toda la noche y podían hacerlo sin riesgo a la concepción
porque, según la creencia popular, mujer que
nacía o llegaba al lugar se volvía estéril, claro, si se bañaba con frecuencia en las aguas del río Paragua,
principal afluente del Caroní.
Siempre se ha dicho que en esas aguas existe una especie de hongo microscópico capaz de anular la capacidad de
alumbramiento en el sexo femenino. El doctor Roberto Vásquez, docente
de la Escuela de
Medicina corroboraba en cierto modo la especie diciendo que los indios arecunas, habitantes de esa
región, conocían el secreto de un vegetal llamado "Poretade", con
cuya corteza preparan un brebaje que
ingieren las mujeres cuando desean evitar los hijos. De suerte que en La
Paragua no había peligro para las llamadas mujeres
"rueda libre" como le decían allá a las que provocaban a los mineros y madereros, exhibiendo sus
piernas debajo de una minifalda.
Entonces, en los años sesenta,
estaban de moda las minifaldas que
causaban euforia en algunos sectores y en otros cierto rechazo traducidos en
medidas represivas. Por ejemplo, en Las
Majadas, el alcalde Luis Manuel Suárez, prohibió a las muges el uso de
pantalones y minifaldas por considerar que tales prendas atentaban contra la
moral, la religión y las buenas costumbres y en el Instituto
de Comercio Dalla Costa, la
Directora Ana Martínez de Rodríguez, también prohibió su uso,
pero dentro del establecimiento educacional, para evitar “provocaciones” y
otros problemas de tipo familiar que la dirección venía sorteando por culpa de
las piernas muy descubiertas. Uno de los problemas consistía en que cuando las
muchachas en minifaldas subían por las escaleras, los jóvenes se disputaban la
mejor vista desde el plano inferior.
Y fue
precisamente una linda muchacha de minifalda con piernas muy bellas torneadas
lo que en cierto modo hizo que Ernesto Rafael Boada, un trabajador de Ciudad
Piar, descubriera que no estaba casado cuando intento divorciarse de su mujer
Rosa Esther Arévalo, para unirse legalmente con una prometida a la moda, solicitó
el Prefecto Iván Salustio Castro, copia certificada del acta de matrimonio que
le pedía el abogado para poder incoar la demanda.
Boada
aseguraba haberse casado en Ciudad Piar el 23 de julio de 1958. El Prefecto buscó, rebuscó en libros y
archivos y nada encontró. Luego averiguó
en la Ley División
Político-territorial y observó que Ciudad Piar fue elevada a la categoría de
Municipio en enero 1966, por lo que para 1958 no era sino un caserío con un
Subalcalde no facultado por la Ley
para unir parejas en matrimonio.
Frente a esta
sorpresiva circunstancia, el Prefecto llegó al convencimiento de que el Sub-alcalde
cometió un error al casar a esta pareja.
La acta de entonces carecía de validez
por lo que no le quedó al prefecto otra alternativa que decirle al demandante:
“usted, mi querido amigo, no esta casado y a mi juicio el divorcio en este caso
lo dictamina usted y no un juez.
A propósito de
Juez, entonces en la década de los sesenta todavía cualquier persona más o
menos instruida podría serlo en la
Guayana adentro. En el Municipio El Dorado lo era Ramón
García por quien el alcalde Ventura Martínez nunca manifestó el menor respeto y
consideración, hasta el punto que luego
de una acalorada discusión le allanó su casa con cinco policías y estos lo golpearon
al resistirse. Seguidamente lo trasladaron preso a Guasipati, a donde viajó a
ponerlo en libertad el doctor César Augusto Domar, entonces Juez Superior de
Ciudad Bolívar.
En
brazos de de Maximilian Schell
Ana Luisa Contasti sorpresivamente
cayó desmayada cuando vio entrar en el recinto toda una parafernalia de
artistas, técnicos y equipos cinematográficos para instalarse en el Casa del
Congreso de Angostura a fin de rodar escenas de la película La
Epopeya de Bolívar. La celosa guardiana del
histórico inmueble no soportó aquello y cayó desvanecida en los brazos de Maximilian Schell, protagonista
de la película.
Era
que Ana Luisa cuidaba y conservaba el inmueble histórico como un templo y
siempre se mostró severa y regañona
contra quienes incurriesen en modales impropios dentro de aquel ambiente donde
se respira todo un pasado de gloria.
Sin embargo,
su actitud ante el Gobernador Alberto Palazzi, no fue tan dramática. Más bien, agresiva cuando éste, dentro del
propio recinto, por incontrolable hábito compulsivo, sintió la necesidad de fumar. Ana Luisa, no obstante su avanzada edad
corrió, se le vino encima y le arrebató
el cigarrillo.
El episodio
del cigarrillo también lo repitió con el doctor José Nancy Perfetti, fundador y
director del Centro de Geociencias de la
UDO , cuando trató de
instalar en la azotea un telescopio para observar el famoso Cometa Halley que
se anunciaba para el mediodía del 9 de febrero de 1986.
El
Profesor Perfetti
Del extinto profesor J. N.
Perfetti cuentan alumnos como Noraima Caraballo, otras anécdotas. Nos comentaba
ella que allá en la Quebrada de Pacheco durante una excursión por la Gran Sabana acampaba
el doctor Perfetti con el curso practicando prospecciones cuando miembros de
una comunidad indígena se acercaron a su campamento en busca de asistencia para
atacar un brote de sarampión que estaba afectando a la población infantil.
Perfetti,
a quien nunca le faltaba cuando iba por esos parajes un anillo de seda en el
dedo para preservase de rayos y tempestades y un buen surtido de medicamentos
para cualquier emergencia, le sirvió de médico, enfermero o chamán a aquella
comunidad y la salvó.
Los indios agradecidos le
pusieron a una pica de la
Quebrada de Pacheco “Camino Perfetti” y a todos los
niños librados del sarampión, el nombre de Perfetti. De suerte que el Profesor solía exhibirse muy
contento y orgulloso del suceso, pero a veces se veía en serio compromiso
cuando alguien creía de veras que los indios Perfetti eran realmente sus hijos.
Aníbal La Riva , profesor de economía minera, formado en la
misma Escuela y con postgrado en un país
socialista, ex Presidente de Ferrominera, cuenta dos anécdotas de los
primeros años de la Escuela
de Geología y Minas, rigurosamente ciertas:
La turbulencia de la década del 60,
alcanzó inevitablemente a la
Dirección del Núcleo de la UDO , y afectó al doctor Perfetti, quien fue
sustituido por el ingeniero Luis M. Báez
Ramírez, nativo de El Callao y amigo de su antecesor. Tratando tal vez de
drenar su molestia, la vestimenta ingenieril de Perfetti se transformó
cotidianamente en una tropicalísima bermudas y camisa de colores abigarrados.
De manera cordial el nuevo Director le sugirió que debía ser ropa apropiada, a
lo que respondió Perfetti: “Mire Dr. Báez, si tuviéramos que usar ropa
apropiada, yo tendría que venir en frac y usted en guayuco”.
Cuenta el doctor La Riva que el profesor
Perfetti, con un gorro a lo David Croket, organizó con disciplina militar la partida de varios grupos de
estudiantes a una práctica de orientación en el campo, auxiliados por brújulas
y fotos aéreas.
Los
grupos llegarían al Orinoco, en el cual serían recogidos al día siguiente por
el capitán de una lancha. Picó adelante un aguerrido grupo auto denominado “Os Cobras” integrado por Serres,
Liberio, Pastrana y otros. Al siguiente día iban llegando los grupos, sin que
apareciera Os Cobras. Algunos decían que el problema era que en la cantimplora
el grupo llevaba poca agua y mucho ron. Bueno, al final de la tarde apareció
todo cansado y exhausto y se conoció la verdad. Serres dirigía al grupo, pero
llevaba en su espalda un guayare de alto contenido metálico que dislocaba la
brújula: cocina portátil, lámpara, hacha, palín, casco militar y en la mano la
brújula y en la otra un amolado machete “Colins”. Cansado el grupo de tanto
caminar le preguntó a un campesino si el Orinoco estaba cerca. La respuesta fue
afirmativa, pero al Norte y no hacia el Sur adonde se dirigía.
Los hombres del hierro
En la Sección de Comunicaciones,
Deporte y Desarrollo Personal de la Planta Siderúrgica
un gato realengo encontró su acomodo y el personal, en vez de erradicarlo
del área, lo tomó de mascota
prodigándole toda clase de cuidos. Cada
sidorista que regresaba del Comedor de la Planta se sentía como obligado a compartir algún
manjar de su almuerzo con el tímido felino.
Y si tanto dio
que hablar la conmovedora conducta de estos sidoristas que solían compartir su
alimento con un félido morrongo, también ocurrió lo mismo cuando la más elevada
dignidad de la
Iglesia Católica (29 de enero de 1985) compartió su almuerzo
y su palabra con el obrero Virgilio Pérez Hernández.
En aquella
memorable ocasión del Papa Juan Pablo II de visita en Sidor, a Virgilio se le
disipó el estado de nervios en que lo había sumido la notificación temprana de
que debía estar al lado del Sumo Pontífice durante un almuerzo con los
trabajadores. Nunca se imaginó que el
Papa fuera tan sencillo como ellos y trasmitiera esa confianza que lo llevó a
colocarle en su cabeza el casco de subvenir que el presidente César Mendoza
había puesto en sus manos: "Perdone, Su Santidad, pero le
queda mejor así". Entonces el Sumo
sacerdote le respondió sonriente: "Ahora si soy sidorista!".
El ser presa de
los nervios en circunstancias como ésta,
no le ocurre sólo al habitante común, sino también a la gente recia y veterana
de Sidor, pero luego esa gente se recupera si tiene capacidad para entender que
todos somos de carne y hueso.
Cuando el
Presidente de la República ,
Jaime Lusinchi, vino a Ciudad Guayana para celebrar la primera cifra millonaria
de alambrón alcanzada por Sidor, asumió el honor de ordenar el embarque para su
exportación y, en efecto, dispuso tomando de sorpresa al gruero sidorista
Héctor Guevara: "Proceda usted a cargar la tonelada un millón de
alambrón de acero con destino a la República Popular China". Era la tarde del último domingo del mes de
diciembre de 1986 en el muelle de Sidor y cuenta el sidorista Guevara que en
ese momento, para él sumamente emocionante, lo traicionaron los nervios al
punto de no poder hacer funcionar la
Grúa , cosa curiosa, por primera vez en cinco años que llevaba
de operador en la planta. Después se reía de sí mismo y lo celebraba con sus
compañeros de labores.
La sencillez y la
espontaneidad es un don particular que domina a la gente de Sidor desde sus
inicios. En entrevista que le hizo Ángel
Fernández al presidente fundador Argenis Gamboa, éste dice que "los futuros sidoristas llegaron en
canoa con una patilla de regalo debajo del brazo y así lo íbamos
empleando".
¿Quiénes podían
sentirse atraídos por el trabajo en un lugar despoblado donde todo estaba por
hacer, donde los medios de transporte eran precarios, los suministros poco
adecuados y pobres las viviendas?
Quiénes sino gente de condición humilde y sencilla, gente del campo como Virgilio Pérez Hernández que tuvo
el privilegio de almorzar con el Papa o de aquel obrero que César Mendoza, muy
temprano en la mañana, sorprendió pescando en el muelle de la planta. Cuenta el mismo Mendoza que cuando llegó al
muelle el obrero sidorista no se percató, pero sintió que había alguien detrás
de él y perturbado exclamó con esa chispa tan peculiar del margariteño: “Adiós
cará y qué hará este bicho aquí
pegao?"
Esta gente de
piel marina y aire bucólico, siempre a tono con la realidad de su trabajo y
animada por un claro espíritu de superación, es capaz de conquistar los puestos
más significativos dentro de la propia planta o fuera de ella porque, al fin y
al cabo, Sidor es una gran escuela donde tanto el obrero como el técnico y el
profesional de carrera encuentran facilidades para desarrollar su capacidad al
máximo.
El doctor Rafael
Hernández Asprino siendo presidente de
Sidor en 1965 lo captó al instante y cuando introdujo su renuncia en abril de
1966 le dijo al doctor Raúl Leoni: "Presidente, yo renuncio a favor
de los ingenieros técnicos que se están formando en Sidor, pero si usted va a
nombrar a un bolsa, entonces continuaré al frente de la empresa".
Obreros de Sidor
que se empinaron en la Planta
como dirigentes sindicales incursionaron después exitosamente en la política. Tal el caso de Andrés Velásquez, quien desde la Secretaría General
del Sutiss saltó a la
Gobernación del Estado Bolívar como titular durante dos
períodos consecutivos y llegó a ser, en las elecciones de diciembre de 1993,
candidato a la Presidencia
de la República
con promisorias posibilidades.
En aquella ocasión una periodista preguntó
al maestro Jesús Soto si se planteaba un país distinto en el plano político con
Oswaldo o Andrés y respondió: “me
interesa particularmente la figura de Andrés Velásquez, pero sigo siendo una
persona muy cuidadosa. Hablo de
Velásquez, porque lo he tratado más, y si él llega a ser Presidente y
desarrolla todo lo que viene preparando, sería un cambio; pero si Andrés
Velásquez llegara al poder y, por las presiones terribles de la sociedad
económica, nacional e internacional, tiene que cambiarse la chaqueta, entonces
yo sería un hombre muy triste”.
Entre
palo y palo
Donde quiera que haya un cadáver en extrañas circunstancias, allí
estará la PTJ ,
presta con su furgoneta para trasladarlo a la sala de necropsia del hospital.
De manera que cuando Rulfo Remigio apareció muerto en su conuco de Los
Hicoteos, inmediatamente se hizo presente la Judicial con su lúgubre
carruaje.
Pero de Ciudad
Bolívar a Los Hicoteos hay refugios y atractivos que provocan al viajero y, los
tripulantes de la furgoneta, tratando de hacer menos tediosa la distancia,
accedieron a la estancia bajo la sombra esplendorosa de una ceiba.
Hasta aquí todo
estuvo bien. Las cosas se complicaron cuando se pasaron de tragos y siguieron
la rumba, mientras los hijos, nietos y demás familiares del labriego
desesperaban en la sala de la morgue.
El comisario jefe
de la PTJ ,
Rodríguez Tononi, enterado del asunto, despachó una comisión para averiguar y
averiguó lo que nadie quería creer, que los agentes de la furgoneta, entre palo
y palo, se olvidaron del muerto.
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