viernes, 2 de agosto de 2013

Cosmogonía de los tepuyes

Según la cosmogonía primitiva, estas tubulares como imponentes mesetas son el producto de la astilla de un árbol del Paraíso traída escondida  por Cuhicuchi a la tierra de los guayanos.
         Dijimos que los Yecuana o Maquiritare tienen su propia teoría mitológica de cómo surgieron los tepuyes y ríos de Guayana.
         Dijimos también que al comienzo todo era tierra desolada y los habitantes no disponían de otro alimento que la misma tierra, el agua que le proporcionaba en sus mandíbula la hormiga Yak transportada desde una laguna ignota del cielo y el casabe que les traía desde el mismo Kajuña (el cielo) un espíritu bondadoso llamado Demodene. Así rutinariamente transcurría la vida en la tierra hasta que Odosha, un espíritu maligno, se apareció y espantó a la Yak y al Demodene haciendo la vida más penosa y difícil.
         Cuando ello ocurrió se presentó el Vencejo, un pájaro grandioso que los indios llaman Dariche y les prometió hacer un esfuerzo alado por llegar hasta el Lago Aku-Ena del cielo y hacer que el agua llegara de algún modo hasta la tierra. Así ocurrió, y surgió el Casiquiare, pero las aguas confusas no sabían hacia donde dirigirse y a los primitivos habitantes se les hacía harto difícil  proveerse del precioso líquido. Ante esa situación, Kush (el Cuchicuchi) confesó haber descubierto el camino del Demodede para llegar hasta el lugar del cielo de la yuca y el casabe con la ayuda de todos comenzó a trepar por un árbol cuya copa se perdía en las nubes. Era la senda arbórea del Demodede y a través de ella llegó a Kajuña y se encontró con un paraíso donde había de todo, incluyendo el árbol-madre de todos los frutos. A él se trepó y saboreaba los exóticos manjares hasta tropezar con un avispero cuyas colonias fueron a zumbar en los oídos de Lamankave, la dueña y señora de aquellos feraces predios celestes. La señora toda indignada reprimió a Kush y le hizo levantar el pellejo de su cuerpo a la vez que lo dejó guindando como escarmiento en el mismo árbol.
         La hija de la señora, toda conmovida, le pidió a su Madre librase a Cuchicuchi de aquel suplicio, pues su atrevimiento era el producto de la situación penosa que se pasaba en la tierra. La madre aceptó y liberó a Kush, quien no tardó en regresar a la tierra, pero se trajo escondido debajo de la uña una astilla y la clavó en la tierra y al día siguiente como por milagro la astilla se transformó en un gran árbol con todos los frutos inimaginables que luego con el tiempo se fosilizó y se transformó en el Roraima.
         El Roraima se hallaba muy distante de la comunidad, de manera que una mujer llamada Edeñawad, se fue hasta el Monte Roraima y le pidió a Kusch una estaca. En el curso de la jornada decidió descansar y clavó la estaca, pero al siguiente día surgió un gran árbol que también con el tiempo se fosilizó dando lugar al Auyantepuy. La mujer tomó otra estaca y continuó la jornada y en cada lugar donde descansaba le ocurría lo mismo al clavar la estaca, pero lo sorprendente fue cuando una de esas estacas se transformó en el árbol mayor de todos: el Marahuaca cuya copa se enredó en el cielo y sus ramas se extendieron de forma tal que cubrían toda la tierra. Sus frutos al madurar caían por racimos generando un constante peligro para hombres y animales que si no los mataban los dejaba de alguna manera modificados. Ello explicaría la situación de la Lapa con el hocico achatado.
         Para evitar tales males, Semenia, mensajero del Dios Wanadi y jefe de todos los hombres, decidió tumbar el árbol y para ello comisionó a los Sajoco (Tucanes), éstos con sus grandes picos quedaron lastimados sin poder lograrlo. De manera que el Dios Wanadi, disfrazado de pájaro carpintero hubo de intervenir directamente y picotear el árbol hasta quedar totalmente derribado. Entonces muchas de sus ramas se convirtieron en tepuyes mientras la copa perforó la Laguna y el agua vertida desde el cielo se transformó en el Orinoco, el Caroní, el Paragua, el Aro, el Caura y todos los grandes ríos de la Guayana.
         Esos Tepuyes siempre llamaron y fascinaron la atención del Conquistador, especialmente de don Antonio de Berrío y de Sir Walter Raleigh. El expedicionario inglés, trató inútilmente de escalar, no está dilucidado si el Roraima o el Auyantepuy, pero sólo pudo penetrar hasta cierta distancia. En sus relatos ese Tepuy que le impresionó lo configuró como una Montaña de Cristal y creyó que allí podía estar la clave de la fabulosa ciudad de El Dorado: “… he sido informado acerca de la existencia de una Montaña de Cristal a la cual, debido a la distancia y a la estación del año, no pude llegar, pero la vimos desde lejos, y daba la impresión de que era la torre de una iglesia de gran altura. Desde arriba cae un gran río que no toca el costado de la montaña en su caída, porque sale al aire y llega al suelo con el ruido y clamor que producirían mil campanas gigantes golpeándose unas contra otras. Yo creo que no existe en el mundo una cascada tan grande ni tan maravillosa. Berrío me dijo que en su cumbre hay diamantes y piedras preciosas que se ven brillar a la distancia. Pero lo que ella contiene,  yo no lo sé, ni él, ya que ninguno de sus hombres ha logrado ascender por el costado por la hostilidad de los habitantes del lugar y las dificultades que hay en el camino


jueves, 1 de agosto de 2013

La Leyenda de El Dorado

Dorado era el nombre de un cacique fabuloso, de un señor algo así como Midas, el legendario rey de Frigia, que había obtenido de Baco la facultad de convertir en oro todo cuanto tocara. Dorado no necesitaba de esa facultad porque ya el oro existía en su comarca  por la gracia de un dios que había pasado por allí y dejado a su tribu esa herencia. Allí todo el metal incorruptible resplandecía a la luz del sol o de la luna.

         Según los aborígenes esa ciudad era Manoa con un gran lago, al que los conquistadores llamaron Guatavita, de lecho y arenas doradas. Cada vez que moría el cacique y había que iniciar al sucesor se llevaba a ese lago en medio de un rito en que desnudo el cuerpo del señor se le ungía con polvo aurífero obtenido del propio lago.
         Lo cierto es que de la existencia de esa ciudad fabulosa supieron por boca de los indios los conquistadores hispanos, alemanes e ingleses, quienes hicieron esfuerzos heroicos y gastaron tiempo, fortuna y vidas tratando de localizarla, pero siempre fue inútil. Y mientras más ignota y remota se hacía Manoa o el lago de Guatavita, más fabulosa se hacía la imaginación de quienes ansiaban apoderarse de ella para sí o para su reino. Se llegó a especular, incluso, que ese lugar era así de rico porque allí se habría refugiado con todos sus increíbles tesoros el perseguido hijo menor del inca Huayna-Capác, padre de Manco-Capac, último soberano del gran imperio Inca que tenía como capital el Cuzco y que se extendía desde Colombia hasta las tierras meridionales de Chile.
         Otro Dorado existía en la parte sur-occidental de Guayana, no porque el Rey o Jefe de las tribus así se llamara y cumpliera los mismos ritos, sino porque  las montañas y bosques estaban cruzados por simas profundas y galerías  subterráneas llenas de tesoros custodiados por seres sorprendentemente extraños llamados  Ewaipanomas y de los cuales da cuenta Sir Walter Raleigh en su libro “El Descubrimiento del grande, rico y bello imperio de Guayana”,  Esos seres habitaban las cabeceras del Caura y las profundas cuevas de Jaua y Sarisariñama, custodiando como gnomos los tesoros de la tierra. Hombres sin cabeza propiamente, con la cara en el pecho y el cabello cayendo sobre los hombros. Por la misma intrincada región de los Ewaipanomas da cuenta de misteriosos ríos de magnéticas ondas que dan vida o muerte según la hora en que se beban sus aguas: vivificantes a la media noche y mortales antes o después.
La mitología primitiva no sólo era capaz de concebir seres humanos de esas formas inauditas sino dentro de la zoología, dragones o culebras de múltiples cabezas. La piedra del Medio, por ejemplo,  entre Ciudad Bolívar y Soledad, y la cual utilizan los ribereños para medir el nivel del Orinoco, como Escila y Caribdis de las famosas Rocas Erráticas que estremecieron las naves de Ulises mientras navegaba de regreso a su lejana y amada Itaca, también tiene su monstruo guardando posibles tesoros escondidos en las siete colinas que como Roma circundan a la vieja Angostura.
Según la leyenda indígena, esa descomunal culebra se siete cabezas, una para casa colina, succiona el agua del río dando lugar a peligrosos estiajes o reflujos. Ese succionar cuando el monstruo está my sediento, según la creencia, es capaz de absorber como tromba todo cuanto se acerque por las inmediaciones de la Piedra, bajo cuya base el monstruo tendría su guarida. Ello explicaría la desaparición de curiaras, nadadores, pescadores, y hasta de una chalana llamada “La Múcura” que cargada de vehículos pesados se hundió el 27 de febrero de 1952. Tales accidentes han reforzado la creencia y servido de pábulo a la imaginación popular tan sensible a las homéricas fantasías de la Odisea.
         Atraído por la leyenda, años atrás, llegó hasta aquí un barco del Instituto Oceánico de la UDO a detectar con sus ondas ultrasónicas lo que de verdad pudiera existir por los alrededores de la Piedra del Medio y localizó una depresión en forma de embudo que alcanza a la increíble profundidad de 150 metros bajo el nivel del mar. En esa fosa donde se arremolinan las aguas del Orinoco en crecida pudiera estar la clave del reptil de siete cabezas que atormenta y devora a los desprevenidos.
Los misioneros jesuitas establecidos en el siglo dieciocho por la región del Alto Orinoco próxima a los raudales de Atures y Maipure, captaron de los habitantes autóctonos del lugar la existencia de un saurio con todas las señales de un Dragón. Ese dragón sería como en el Jardín de las Hespérides, el guardián de los tesoros sumergidos en aquellos bosques, manifestado a través de la violencia de los raudales para impedir su acceso.
Los expedicionarios que desde la época de la Conquista se afanaron en buscar las fuentes u origen del Orinoco, se encogían de temor ante ese innavegable obstáculo de los Raudales de Atures y Maipures. José Solano, comisionado de límites en 1756, pudo remontarlo.  El Padre Superior de los Jesuitas, al conocer la noticia, dijo a Solano: “Me alegro que haya Ud. sujetado al dragón mientras estaba dormido, que al despertar con las crecientes ha de bramar por hallarse burlado”.



miércoles, 31 de julio de 2013

En 1536 comenzó la historia del mito de El Dorado


Sebastián Belalcazar
De Quito nos vino El Dorado en la imaginación de Benalcazar y es que hasta los años treinta y seis (1536)  no se supo, ni se había inventado este nombre del Dorado, porque ese año lo impuso el teniente general Sebastián Belalcázar  y sus soldados en la provincia y ciudad de Quito (Fray Pedro Simón).

Belalcázar es un pueblo de la provincia de Córdoba, España.  Allí, en el seno de una familia de labriegos, nació Santiago Moyano y, a la edad de quince años, se fugó de su casa  y andando y andando llegó a Sevilla, donde Pedrarias Dávila, un osado navegante de ultramar, preparaba una expedición.  En ella, hacia Panamá, se alistó Santiago y adoptó como apellido el nombre de su pueblo y con ese nombre de Santiago de Belalcázar inició su carrera hasta los confines del Dorado.
         Muy temprano obtuvo el grado de capitán.  Bastó con demostrar su arrojo moneando hasta la copa de un gigantesco árbol, desde donde pudo divisar un punto habitado en medio de la confusión de una selva intrincada en la que los expedicionarios se hallaban atrapados.
         Después, acompañó a Diego de Almagro y Francisco Pizarro en una excursión por el istmo.  De aquí pasó a Nicaragua, asistió a la conquista de León y fue nombrado su primer Alcalde.  Más tarde, desde el Perú, fue requerido por Pizarro para incursionar en San Miguel de Piura y, siendo gobernador de esta villa, supo que Pedro de Alvarado intentaba conquistar el reino de Quito, por lo que se le adelantó junto con Diego de Almagro, pues estaba enterado de que había surgido una coyuntura favorable para tal empresa en virtud de la rivalidad existente que consumía a Atahualpa y Huáscar, entre quienes el soberano inca Huayna Cápac había dividido su reino.  Al final, Atahualpa hizo ejecutar a su hermano Huascar para quedarse con todo, pero el reino le duró poco pues a pesar de la gran resistencia de Rumiñahui, uno de los mayores guerreros del inca, Quito cayó en manos de Belalcázar y Almagro, quienes aparecen como los fundadores de San Francisco de Quito, 6 de diciembre de 1534, sobre el mismo valle donde estaba la ciudad indígena.
         Especulaciones históricas sostienen que la orden dada por Atahualpa para eliminar a su hermano Huáscar, nunca fue cumplida y que éste, con su gran tesoro, huyó internándose  en las mansiones verdes del norte siguiendo el curso del Marañón y la Orinoquia e instalándose con su corte en un misterioso punto geográfico entre la sierra andina y Guayana.  Ese punto, llamado Manoa por los conquistadores, trascendió como una ciudad dorada.  Dorada por su Rey o Señor que se empolvaba de oro mezclado con resina (trementina) extraída de una conífera.
         Lo cierto es que siendo Sebastián de Belalcázar  gobernador de Quito y deseando conquistar nuevos territorios, se orientaba interrogando a indios venidos de otros lugares.  Así, interrogó a uno que le contó lo del Dorado.  El misionero Pedro Simón, cronista de Indias, en “Noticias Historiales de Venezuela”, escrita entre 1604 y 1623, cita la versión del indio forastero en estos términos.  ¨ Que un señor entraba en una laguna, que estaba entre unas sierras, con unas balsas y el cuerpo todo desnudo y untado con trementina, y sobre ella, por todo el cuerpo cuajado de polvos de oro, con que relumbraba mucho ¨
         Hasta entonces (1536), dice el misionero franciscano, no se conocía el vocablo  ¨ ni se había inventado el nombre del Dorado porque este año lo impuso el teniente general Sebastián Belalcázar y sus soldados en la provincia de Quito ¨ y suponiendo que se trataba de un lugar territorialmente definido, lo identificó como Provincia de El Dorado.  Desde ese momento, tanto el nombre como la leyenda  aguijonearon el espíritu aventurero y codicioso de los hombres que arribaban al Nuevo Mundo.
         Belalcázar no perdió tiempo e inmediatamente organizó una expedición de 300 hombres a su mando en busca de la misteriosa ciudad y así andando penetró  en Colombia y colonizó la región meridional, exploró parte del valle de Cauca y creó las ciudades de Cali y Popayán (1536), atravesó la cordillera central, llegó al valle del Magdalena y luego subió a la conquista de la meseta de los chibchas donde ya se había adelantado Gonzalo Jiménez de Quesada y fundado Santa Fe de Bogotá el 6 de agosto de 1538.  Posteriormente llegó Nicolás Federman y en reunión de los tres, Belalcázar informó  de lo realizado en el curso de  su expedición y de cómo su propósito fundamental consistía en poder dar con el rico reino de El Dorado. 
Después de la fundación de Bogotá, Federman, Jiménez de Quesada y Belalcázar decidieron marcharse a España, para dar cuenta de sus expediciones y conseguir del Consejo de Indias la delimitación de sus respectivas provincias.  Desde entonces, puede afirmarse, que comenzó a rodar por el mundo el mito de El Dorado. 
        


martes, 30 de julio de 2013

El Mito de El Dorado en Venezuela comenzó por Coro


La noticia de la presunta existencia del fabuloso Dorado llegó por primera vez a la hoy ciudad falconiana de Coro en el año 1540 y de allí se extendió a todas las demás provincias hermanas.  El portador de la fantástica noticia la trajo de Santa Fe de Bogotá el capitán Pedro de Limpias, lugarteniente de Federman, quien se había marchado a España junto con Jiménez de Quesada y Belalcázar.

         En España, Belalcázar obtuvo del Emperador Carlos V el título de adelantado y capitán general de las tierras conquistadas por él.  De vuelta al Cauca (1541) intervino en varias luchas intestinas que le valieron un proceso.  Condenado a muerte, se le concedió apelación ante el rey.  Salió de la cárcel para Cartagena con la intención de embarcar para España, pero en aquella ciudad lo sorprendió la muerte.  A raíz de su viaje a España, Francisco Pizarro había nombrado a su hermano Gonzalo Pizarro Gobernador de Quito (diciembre de 1539) y éste que ya estaba fascinado por lo que se decía de la ciudad dorada, organizó una expedición junto con Francisco Orellana en busca del mítico lugar y en ese afán, atravesó los Andes hasta llegar a los bosques vírgenes de la canela, a orillas del Amazonas.
         Nicolás Federman tampoco tuvo suerte.  Tanto los Welser, sus jefes, como el Consejo de Indias, le exigieron cuenta de su gestión y al no satisfacerlos,  fue encarcelado; sin embargo, continuó su pleito, inútilmente, pues lo alcanzó la muerte antes de ser liberado en su deseo de restaurar sus sueños doradistas. Su lugarteniente, Pedro de Limpias, como sus soldados, al retornar a Coro, entusiasmaron  a sus superiores y pronto organizaron también expediciones por los Llanos de Venezuela y Nueva Granada, donde Federman como Limpias, presumían la situación del Reino de El Dorado.  Así en esa dirección exploraron Felipe de  Hutten, Martín de Poveda y Pedro de Ursúa.
         En cuanto a Gonzalo Jiménez de Quesada, permaneció largo tiempo en España y tras recorrer Francia e Italia, retornó a Bogotá, donde fue recibido de manera jubilosa toda vez que lo admiraban como descubridor y fundador del reino de Nueva Granada.  Obsesionado por el cuento de Belalcázar, tanto él como su pariente Fernán Pérez de Quesada,  salió  en busca de los misteriosos tesoros, explorando los contrafuertes  de la cordillera oriental de los Andes colombianos, llegando hasta los bosques que se encuentran entre el Meta y el Caquetá.
Vale decir que los Quesada no estaban muy desorientados y hoy se ha comprobado que en la meseta de Colombia existía una comunidad chibcha con muchos objetos de oro labrado y esmeraldas, semejantes a los buscados por los conquistadores.  Allí el rey o gran sacerdote de los Chibchas, en ciertas ceremonias, se embadurnaban el cuerpo con una resina dorífera, a la que cubrían de polvo de oro, y luego se bañaban en el lago.  Estos indios igualmente tenían la costumbre de arrojar presentes en figurillas de oro y piedras preciosas a las lagunas sagradas que, como la de Guatavita, han sido recientemente exploradas por arqueólogos y hallado muchos de esos objetos de oro.
Sin embargo, Gonzalo Jiménez de Quesada nunca dio con esas  lagunas sagradas de los chibchas en tres años seguidos de penosas jornadas.  Es posible que si hubiera alargado la expedición habría dado con ellas, pero se le agotaron los recursos y enfermó de lepra.  Terminó refugiándose en  Mariquita donde murió en 1598.  Su cadáver fue embalsamado y sepultado en la Catedral de Bogotá.
         Su  sobrino político Antonio de Berrío, el sucesor a través de su esposa María de Oruña, sobrina de Gonzalo Jiménez de Quesada y única heredera, asumió, por legado testamentario, el compromiso de continuar buscando el fabuloso Dorado y para ello atravesó el continente de Este a Oeste.
         Antonio de Berrío, heredero por dos vidas de las capitulaciones de su tío político, realizó tres expediciones: la primera por el río Casanare y el Meta hasta llegar al Orinoco, pero sin pasar el raudal de Atures; la segunda, cruzando los Llanos de Casanare y Meta hasta la banda oriental del Orinoco; más la tercera, y definitiva, cubriendo toda la trayectoria del Orinoco hasta acampar en la desembocadura del Caroní.
         Este segoviano, luego de once años de expediciones y un gasto de cien mil pesos de oro que nunca pudo resarcir, tomó posesión de Guayana el 23 de abril de 1593, donde las últimas versiones terminaron por situar El Dorado.  El 21 de diciembre de 1595 fundó su capital Santo Tomás de la Guayana, corolario, al menos feliz, de su afán por dar con la remota como inaccesible y riquísima  ciudad del  Dorado.
         Sir Walter Raleigh al creer  que Antonio de Berrío había realmente situado la ciudad dorada, organizó dos expediciones sobre Guayana.  Durante la primera secuestró al  gobernador hispano obligándolo a una revelación que al final no le deparó más que una suerte patibularia.



lunes, 29 de julio de 2013

La guillotina costó a Raleigh la ilusión de El Dorado

Sir Walter Raleigh, durante los ocho años que estuvo preso en las normandas Torres de Londres, escribió un libro sobre el hermoso y rico imperio de Guayana en el cual, entre otros afirmaciones, señala que “me han asegurado aquellos españoles que han visto y conocido a Manoa, la ciudad imperial de Guayana que ellos llaman El Dorado, que por la magnitud de sus riquezas y por su asiento excelente sobrepasa cualquier otra ciudad del mundo, por lo menos del mundo que conocen los de la nación española.  Está fundada sobre un lago de agua salada de 200 leguas de largo y a manera del Mar Caspio”

         Ese libro conmovió y convenció a casi todo el imperio y logró con él lo que buscaba atraído por la añagaza de El Dorado. El 12 de junio de 1616 Sir Walter Raleigh obtuvo permiso del gobierno de Inglaterra para una nueva expedición hasta el nuevo mundo al encuentro promisorio de tierras y riquezas para su Rey.
         Sobre la marcha y emocionado por su idea de otra aventura acariciada al calor de las noticias que del nuevo mundo tenía y llegaban al viejo continente, organizó una expedición de catorce buques con mil doscientas quince toneladas y unos mil hombres.
         Comandando la expedición iba él a bordo del buque “Destiny”, rumbo a las Bocas del Orinoco, por donde decían se podía entrar hacia la dorada Manoa.  Su viaje hasta Trinidad fue expedito pues ya el 6 de febrero de 1595 había arribado, quemado a San José de Oruña y hecho preso al gobernador Antonio de  Berrío.
         Al llegar a Trinidad donde tuvo que combatir para posesionarse nuevamente de la isla, enfermó gravemente y adelantó hacia Santo Tomás de la Guayana a su hijo Wat y al Capitán Keymes con una fuerza de 600 hombres y cinco navíos.
         Diego Palomeque de Acuña, gobernador de la provincia de Guayana, con sólo 57 hombres, enfrentó a los corsarios, pero murió en el combate al igual que la totalidad de los defensores de la ciudad.  También del lado de los corsarios murieron el hijo de Walter Raleigh y cuatro oficiales.  El capitán Keymes se suicidaría después por la muerte del hijo más querido de su jefe. 
Sir Walter Raleigh, como se ve, fracasó en esta segunda expedición y su comportamiento deterioró las relaciones de su país con España, causando serios disgustos al rey  Jacobo Primero y a la reina Isabel, su protectora.  Por lo tanto, en aras de la paz entre ambas naciones.  Raleigh fue preso y decapitado al regresar a su país.  Antes de ir a la guillotina escribió este su epitafio:  “Tal es el tiempo depositario de nuestra juventud, dicha y demás/ y no devuelve sino tierra y polvo/ el que en la tumba muda y triste/ cuando terminó nuestro camino/ la historia encierra de la vida nuestra/ de esta tumba, polvo y tierra/ me librará nuestro señor, según confío”.
         El fraile Antonio Caulin, cronista de las Misiones y uno de los tres capellanes de la Expedición de Límites, parecía ser el único que no creía en la realidad de El Dorado  ¨ Si fuera cierto esta magnífica ciudad y sus decantados tesoros –decía- ya estuviera descubierta, y quizás poseída por los holandeses de Surinam, para quienes no hay rincón accesible donde no pretendan instalar su comercio, como lo hacen frecuentemente en las riberas del Orinoco y otros parajes más distantes, que penetran guiados por los mismos indios que para ellos no tienen secreto oculto ¨.
         Tanto para Caulin, como para los demás expedicionarios de límites, El Dorado era otra cosa que no alcanzaban  ver los ilusos, vale decir, la realidad de los ingentes recursos naturales de Guayana que debían explotarse con la ciencia, la tecnología adecuada y el trabajo productivo.
         Sin embargo, la fábula de El Dorado sirvió para fundar muchos pueblos y descifrar la complicada geografía continental. Es más, como mito prodigioso y perdurable ha servido de alimento permanente a las artes literarias y al ensayo histórico.  Bastaría, citar lo más próximo: Los Pasos Perdidos, de Alejo Carpentier y El Dorado Revisitado, de Catherunbe Ales, del Centro National de la Recher che Scientifique, Paris, y Michel Pouyllau, del Centro National de la Recherche Scientifiquye de Bourdeux, traducido por Jacqueline Clarac.
         Este último trabajo es realmente muy interesante, pues a través del mito del Dorado que se perpetúa bajo diversas formas,  Ales y Pouyllau, lo analizan  en referencia a la historia de las ideas, al avance de la cartografía y a la permanencia literaria de sus geografías imaginarias.  Por cierto, que Jacqueline Clarac, la traductora del trabajo, lo dedica a un bolivarense ya olvidado, Vicente Pupio, antropólogo, a quien su colega Jorge Armand quiso homenajear fundando un Museo Etnográfico con su nombre, pero la UDO, donde prestaba servicio, no le dio jamás el apoyo que tanto le demandaba.  Frustrado en su aspiración, aprovechó una coyuntura internacional y se fue a la India a poner en práctica cuando había aprendido en la Escuela de Antropología de la Universidad Central de Venezuela.  Se fue en busca de un dorado distinto al que deslumbró a Walter Raleigh: el dorado del hombre y su origen.


domingo, 28 de julio de 2013

La mala racha de Berrío

El 21 de diciembre de 1595 se registra como fecha de la fundación de la capital de la Provincia de Guayana  por el Capitán Antonio de Berrio, frustrado  buscador de El Dorado, que  siguiendo las huellas del Adelantado Gonzalo Jiménez de Quesada,  se internó en tierras del Orinoco para posesionarse de ellas a nombre de su Rey Felipe II.
         Entonces el fundador ostentaba unos cuantos laureles obtenidos como soldado del Rey  en Europa así como en las luchas que los hispanos sostuvieron en Granada contra los moros. Laureles que invirtió junto con su fortuna y la de su familia en las expediciones doradistas de Guayana, de la que fue Gobernador hasta su muerte.
         Berrío fue el primero en descender el río Meta descubierto por Diego de  Ordaz en 1531 y  acampó  junto con sus expedicionarios durante muchos meses y en tres ocasiones, en los llanos de Casanare.  Lo atraía y dábale seguridad aquel ambiente donde  los caballos podían  alimentarse bien, donde había sal,  plantas medicinales, madera para construir balsas, curiaras, más una comunicación relativamente favorable con su esposa que se hallaba en Cartagena desde 1581.  Pero nunca la diosa Fortuna no favoreció  sus empresas, ya tratando de acertar los caminos dorados barruntados por el cacique Morequito o haciendo que perduraran los pueblos y  los nombres de su gestión expedicionaria.
         Ninguno de los hombres que le inspiraron paisajes y lugares, permanecieron.  Quiso que el río Meta se llamara Candelaria, pero Meta se quedó desde que nace en territorio colombiano hasta fluir sus aguas en el Orinoco.
         Fundó un pueblo con el nombre  de San José de Oruña en la Isla de Trinidad, donde fue a parar durante la tercera  expedición que le permitió  descender el Orinoco, pero tampoco tuvo suerte.  Pueblo y nombre desaparecerían con el tiempo del mapa trinitario cuando  la isla cayó en poder de los ingleses. Concibió el nombre de San José de Oruña para  testimoniar la admiración que sentía por el santo carpintero y su mujer María, quien le dio  diez hijos, entre ellos dos varones tan arrogados como él: Fernando, dos veces Gobernador de Guayana, y Francisco, Gobernador de Caracas.  Ambos desaparecieron, uno ahogado y el otro durante un secuestro.
         Colón tuvo mejor suerte con los nombres, incluso con el de  Trinidad que perduró sobre el de Cairl  o tierra de los colibries, como los aborígenes entendían que se llamaba la isla.  Tenía que haber muchos pájaros-moscas para que la llamaran así.  Pero el Almirante, en su Tercer Viaje, nunca vio esas “joyas aladas de la naturaleza”  sino tres picos orográficos que su espíritu religioso asoció  con la Santísima Trinidad.
         La suerte de Berrio fue aun más paupérrima con  Santo Tomás, pueblo fundado en la orilla derecha del Orinoco, justo donde moran  desde hace más de cuatro siglos  los  Castillos San Francisco y el Padrastro.  Este pueblo o ciudad fue seis veces saqueado  y quemado por corsarios y piratas de países enemigos de España y terminó  mudado con el nombre de Angostura, hoy Ciudad Bolívar,  que en vez del Apóstol tiene como patrón o patrona a Nuestra Señora de las Nieves.  Para colmo, los administradores contemporáneos de esta provincia fundada por él, nada o casi nada le han reconocido a la hora de erigir  nuevos pueblos, en cambio, no ha  ocurrido lo mismo con Diego de Ordaz (Puerto Ordaz) que fue tan bárbaro y cruel con nuestros indios.  Berrío por antítesis, aun cuando se le carga la muerte de Morequito, era todo un “valiente caballero”, por lo menos así  lo reconoció  su enemigo Sri Walter Raleigh.
Definitivamente que Santo Tomás de  no fue afortunada en el Bajo Orinoco ni tampoco su fundador. Antonio de Berrío, quien malgastó en la ilusión de El Dorado la fortuna de su esposa y de sus hijos.  Murió arruinado y recriminado. Una hispana de armas tomar, indignada por los desaciertos y poca suerte de la ciudad en ciernes, se fue al despacho de Berrío donde se hallaba reunido con varios capitanes, y vaciando en el suelo un zurrón con 150 doblones, lo increpó de esta manera: “Tirano, si buscas oro en esta tierra miserable, donde nos has traído a morir; de las viñas, tierras y casas me dieron esto y lo que he gastado para venirte a conocer, aquí está, tómalo”. 
Y los doblones lanzados contra el piso de piedra sonaron como preaviso de los dobles de las campanas del santuario religioso días después por la muerte de don Antonio, quien ejercía la Gobernación por dos vidas, de manera que le sucedió su primogénito hijo Fernando de Berrío y Oruña, demasiado joven, apenas veinte años, pero astuto y atrevido puesto que para poder sostener la ciudad burló mandatos reales que prohibían el comercio de contrabando y el tráfico de indios capturados por mercaderes holandeses en Barima.  Por ello fue enjuiciado y destituido.  La ciudad continuó dando tumbos hasta que después de la Expedición de Límites, recomendaron su reubicación mucho más arriba de la confluencia del Orinoco con el Caroni, justamente donde el río angosta sus aguas ente dos rocosas colinas y una Piedra en el medio.



sábado, 27 de julio de 2013

Un Guayanés en busca de El Dorado

El 13 de abril de 1749 nació en Guayana don Antonio Santos de la Puente, uno de los tantos exploradores que desde la conquista buscaron las fuentes del Río Orinoco creyendo que allí podía estar el misterioso y recóndito Dorado.
         Antonio Santos de la Puente nació específicamente en el ya inexistente poblado de Amaruca que se ubicaba al Este de los Castillos de Guayana la Vieja.  Era hijo de don Luis Santos  López de la Puente y doña Rosa Filgueira y Barcia.
         En su libro “Orinoco Río de Libertad” el escritor colombiano Rafael Gómez Picón habla de este personaje guayanés utilizado por el Gobernador de la Provincia, don Manuel Centurión, para remontar el Orinoco hasta su propio origen en la creencia todavía de que podría ser allí donde se encontraba la fabulosa ciudad dorada de Manoa donde reinaba el Rey rodeado de grandes tesoros.
         Antonio Santos de la Puente conocía el terreno y tenía experiencia pues siendo cadete había acompañado a Díaz de la Fuente y a los capitanes Antonio Bonalde, fundando poblados y levantando fortificaciones.  Además, era un hombre de gran coraje y mucha tenacidad, dominaba la mayoría  de las lenguas indígenas, conocía y sabía compartir sus costumbres.  Era pues un hombre excepcional para la ingente empresa que no pudo ni pudieron  cumplir  muchos adelantados sino a mediados del siglo veinte una expedición franco - venezolana.
         En 1770 y 1771 Antonio Santos de la Puente remontó el Paragua, atravesó la serranía Pacaraima y se aventuró hasta Río Branco en donde los portugueses lo apresaron.  En la cárcel del Gran Pará permaneció cautivo durante tres años y luego de liberado regreso a Angostura por la vía de Río Negro Caciqueare y Orinoco.  En 1774 y 1775 se unió al Capitán Antonio Barreto para remontar el Río Caura y el Erevato  y después de atravesar la sierra Maigualida cayó al Ventuari y prosiguió por tierra hasta la Esmeralda, en el Alto Orinoco.  Durante ese recorrido ambos fundaron con la ayuda de los indios, diecinueve fortificaciones que pronto desaparecieron.  Antonio Santos de la Puente murió en 1796, a la edad de 47 años.
         Celestino Perraza seguramente fabricó una leyenda en torno a este personaje o superpuso una mal contada leyenda indígena sobre la aventura histórica de Antonio Santos de la Puente que el escritor simplemente asume en su libro “Leyendas del Caroní” como Capitán Antonio Santos.
         La leyenda la titula “El Trono de Amalivac”.  Amalivac, Amalivacá o Amalivaca, según el misionero italiano jesuita Felipe Salvador Gilij, es el dios de los Tamanacos que él ubica al norte del actual municipio Cedeño cuya cabecera es Caicara del Orinoco.  Pero Celestino Peraza lo describe como el dios o héroe de toda la raza indígena que se extiende desde y hasta más allá  de Guayana y que no era otro que el inca Coro-Capac también llamado “El Dorado”.   Pero históricamente no existió ningún Cora-Cápac sino Huayna Cápac, emperador del imperio Inca desde Chile hasta Colombia.  Al morir, el imperio quedó divido entre sus hijos Huáscar y Atahualpa.  Huáscar huyendo de la persecución mortal de su hermano se habría refugiado con todo su tesoro en  predios de Guayana colindantes con parte del imperio incaico y que Celestino Peraza ubica en la cima de la sierra Paracambo de  más de 2.500 metros de altura.
         Tal vez Peraza con el nombre de Cora-Cápac quería referirse a Huáscar Cápac. Lo cierto es que hasta allá se aventuró el Capitán Antonio Santos no obstante la oposición del cacique de los Arecunas, Macapú, alegando por experiencia que quién se atrevió hacerlo jamás regresó.
         Santos junto con cinco acompañantes hispanos corrió con suerte al ingresar a la ciudad dorada a través de una caverna larga y profunda colmada de esqueletos humanos.  El trono de Amalivac estaba custodiado por tres tipos de humanos: gigantes un ojo en la frente, Rayas sin labios y sin boca y enanos con cabeza de perros.  El mayordomo y médico del palacio de nombre Tocoroima recibió a los visitantes y antes de conducirlo a Amalivac los sometió a un interrogatorio que terminó con la siguiente sentencia: “Pues bien, estáis en el Dorado, en el Imperio del Inca Cora-Cápac  llamado Amalivac por los aborígenes de América, mas el mortal que llega al Dorado no vuelve a su país.  Preparaos a vivir aquí o a morir sin remisión, cualquiera de vosotros que intente escaparse”. Por supuesto, se resignaron a vivir en aquella extraña ciudad neblinosa.  A Santos le asignaron de compañera y esposa a una mujer muy bella y escultural, pero ciega y sordomuda para que pudiera como lo deseaba, librarse de los celos que poseyeron a sus dos esposas anteriores, pero tan pronto tuvo oportunidad escapó cuando haciéndose el muerto fue arrojado a la caverna por donde había ingresado.  No aguantaba a su esposa –es la anécdota-, tenía el olfato y el tacto muy desarrollados, lo husmeaba certeramente por todas partes y los arañazos lo estaban dejando sin pellejo.