Los
Tamanacos constituían un pueblo indígena de filiación lingüística Caribe igual
que otros con cosmogonías semejantes como en el caso de los Panare o E´ñapa,
habitantes igualmente del Municipio Cedeño, que también se creen hijos de la Palma Moriche al igual
que a los Waraos.
Tanto para los Tamanacos como para los Panare y los
Waraos, la palma Moriche es algo así como el “Árbol de la vida”, pues le
proporciona la yuruma que les sirve para la elaboración del pan casero; tablas
para el piso de los refugios palustres; gordos gusanos ricos en proteínas; el
mojobo o vino para la mesa; el carato de la fruta que endulzan con miel de
abeja; cuerdas de cogollo para cabullas y chinchorros.
Los Panare, tan penetrados hoy por
religiones de distintos signos, asimilan a Cristo en la figura del Chamán. El
Chamán, de vuelos mágicos ayudado por el yopo, lo sabe todo, lo cura todo y es
el protector de la comunidad.
Generalmente, en la cosmogonía Caribe
es frecuente atribuir su finitud o vejez que es el fin de la vida, a una falta
pecaminosa de alguno de los miembros de la comunidad. En los Tamanacos es la
anciana incrédula que le echa a perder la vida eterna a la comunidad. En la
sociedad Taulipangs, de las proximidades del Roraima, según mito recogido por
el etnólogo germano Teodhor Koch Grumberg (1872-1924) en su libro “Del Roraima
al Orinoco”, es también un miembro de la tribu. El sol (Uei) que es una deidad,
tiene hijas y desea que una de ellas se case con un Taulipangs y así se lo
exige después de haberlo salvado de una isla abandonada cubierta de estiércol
de zamuro; pero éste, de nombre Acalepiyeima, tras haber accedido cae en las
redes en una de las hermosas hijas del Rey Zamuro. Colérico Uei, le dijo: “Si hubieras seguido mi consejo y casado con una
de mis hijas, habrías quedado como yo, siempre joven y radiante. Ahora tú y tu
tribu sólo lo serán por corto tiempo y después viejos y extraviados en la
oscuridad”. Los indios Taulipangs culpan a Acalapiyeima de haber
sacrificado por amor el privilegio de ser eternamente jóvenes y radiantes como
el Sol.
En la mitología Warao también se da el
mismo caso. Los Waraos conforme a la
“Literatura Warao” de Daysy Barreto y Esteban Mosonyl, Dios hizo para
ellos la tierra eternamente iluminada y la clave de ese misterio la conservaba
en dos Taparos que tenía en su casa, con la advertencia de que sólo podían ser
vistos, pero jamás tocados ni curioseados. Un día en que el señor se hallaba
ausente, dos Warao se introdujeron en la Casa de Dios y haciendo caso omiso de la
advertencia curiosearon hasta más no poder los Taparos y de repente todo se
volvió tinieblas y ellos que jamás habían conocido el sueño ni la muerte,
comenzaron a dormir, y a despertar sólo cuando Dios les devolvía la claridad.
Los Taulipangs también tienen una
leyenda donde la oscuridad se relaciona con la muerte y dos de las hijas de la Luna , en dos cielos más arriba,
son las encargadas de alumbrarles el camino, mientras ella, la Luna , en el primer cielo,
diluye la oscuridad de la noche para apaciguar en sus hermanos de la Tierra el miedo por las
tinieblas. Según la leyenda, la
Luna que ellos denominan Capei, era un ser humano que
habitaba la tierra y luego del percance con un brujo, se fue al cielo con sus
hijas ayudada por un pájaro.
Los Waicas no son como los Taulipangs,
hermanos de la Luna ,
pero sí hijos de ella. En mito recogido por el misionero Daniel de Barandiaran,
quien estuvo catorce años viviendo en la selva del Caura, los Waica se
consideran hijos de la Luna. En el principio del mundo,
unos seres misteriosos, tal vez semidioses, en su creencia de que la Luna era un lago de sangre,
la flecharon y al caer gotas de sangre sobre la tierra, se transformaron en
indios Waicas.
Y así como hay pueblos primitivos que
se sienten hijos de la Luna ,
también los hay que se creen hijos del Sol. El padre Cesáreo de Armellada
selecciona en su libro “Tauro Panton” una leyenda sobre los Makunaima que da
cuenta de su origen por virtud de un encuentro casual del Sol, que era un
indio, de cara brillante, con una ninfa
del río.
La ninfa para librarse del Sol que le había asido por
la cabellera cuando trató de sumergirse, le prometió darle compañera para que
no se sintiera tan solo. Así ocurrió, pero al poco tiempo cuando la mujer fue
por agua con su camaza al río, se volvió arcilla porque de ella estaba echa. El
Sol disgustado reclamó. La ninfa de nombre Tuenkaron trató de complacerlo con
otra mujer, pero tampoco ésta resultó porque al asomarse al fuego se derritió.
Era que estaba hecha de cera. Entonces el Sol se fue al río y amenazó con
secarla suscitando alarma en Tuenkaron, quien le prometió compañera más
duradera. El Sol la probó y por último fue con ella a bañarse al río y vio que
no era blanca como la arcilla, ni negra como la cera sino rojiza como una laja
jaspeada y vivieron juntos y felices y de ellos nacieron los primeros
Makunaima.
Hermosa literatura y mejor información de una tierra tan querida...
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