martes, 6 de agosto de 2013
La cueva y el tambor de Amalivac
mitología cosmogónica de la etnia Tamanaca de
Caicara del Orinoco, narrada por el padre jesuita Felipe Salvador Gilij en su
"Ensayo de Historia Americana", tiene un sustrato de realidad
evidenciado por el antropólogo,
historiador y sociólogo Adrián Hernández Baño
Adrián Hernández
Baño es venezolano nacido en Murcia (España) en 1927 y radicado en el país
desde 1956. Realizó estudios en la
Universidad Central de Venezuela, donde obtuvo el título de antropólogo,
historiador y sociólogo. Tiene doctorado
en la Universidad Complutense de Madrid y fue hasta su muerte docente
universitario y cronista del municipio Buchivacoa del Estado Falcón.
Ha publicados
varias obras y en 1977 se propuso hallar
en las inmediaciones del río Cuchivero, el famoso Cerro Tamanacú donde
sobrevivieron al diluvio los padres de la raza Tamanaca, así como la Cueva
y el tambor de Amalivac, en San Luis de la Encaramada.
Felipe Salvador
Gilij, sacerdote jesuita italiano, destinado en 1748 a las Misiones del Orinoco
Medio, fundó al año siguiente la Misión de San Luis de la Encaramada, con
aborígenes Tamanaco que habitaban el norte del actual municipio Cedeño, a los
cuales se agregaron Maipures y Pareques.
Convivió con ellos durante dieciocho años y medio, al cabo de los cuales regresó a Roma
acatando una medida de expulsión contra la Compañía de Jesús dictada por el Rey
Carlos III.
Gilij
escribió entonces, en cuatro tomos, su
conocido Ensayo de la Historia Americana, donde da cuenta de la cultura de los
Tamanacos en la que en el aspecto cosmogónico encuentra impresionante semejanza
con la bíblica descripción del
Diluvio y los primeros tiempos de
la raza humana.
Narra Gilij que
en el grupo étnico había un joven llamado
Yucumare que recordaba vivamente lo que le contaban sus abuelos
sobre el origen de los Tamanacos, pueblo de filiación lingüística caribe hoy
desaparecido.
Recordaba y
decía Yucumare en su propia lengua, la cual dominaba el misionero
Gilij, que "en los tiempos antiguos de nuestros
viejos se hundió en el agua toda la tierra y sólo sobrevivieron a la inundación
un varón y una hembra, aferrados a un monte llamado Tamanacú, cercano al río
Cuchivero".
- Y ¿cómo fue posible volver a propagar la
especie humana? - preguntó Gilij a Yucumare:
- Te lo
diré. Estando afligido los dos por la
pérdida de sus parientes y dando vueltas pensativos por el monte, le fue dicho
que tiraran por encima de los hombros el
hueso del fruto de la palma moriche y los huesos de los frutos tirados por la
mujer se levantaron convertidos en mujeres, y en hombres los tirados por el
hombre.
Conforme
a lo indagado por Gilij, el dios de los Tamanaco era Amalivac , un hombre
blanco vestido de blanco que tenía un hermano llamado Uochi. Juntos habrían creado la tierra, la
naturaleza y los hombres. Cuando les
tocó crear el Orinoco, discutieron largamente, pues querían lograrlo de tal
manera que se pudiera remar a favor y en contra de la corriente como lo
sugerían los aborígenes a objeto de no demorarse y cansarse en la remontada. Al final convinieron bajo un soplo de brisa
que encrespaba la corriente descendente, que era mejor confiar esa posibilidad
al ingenio de los aborígenes.
Amalivac vivió mucho tiempo entre los miembros de esa
etnia. Dice Gilij: "Estuvo
Amalivac largo tiempo con los Tamanaco
en el sitio llamado Maita. Allí muestran su casa, lo que no es más que una
roca abrupta, en cuya cima hay peñascos dispuestos a modo de gruta. Se llamaba cuando yo la ví, Amalivac
- yeutipe, eso es, "la casa donde habitó Amalivac. No está muy lejos de aquella casa su tambor (En
Tamanaco Amalivac chamburay) esto es, un
gran peñasco en el camino de la Maita al que dan este nombre".
Después de leer
el relato mitológico que le sirvió de centro para su tesis de grado de
historia, el antropólogo Adrián Hernández Baño se preguntó si era posible
localizar el ambiente de la etnia Tamanaca, pero muy particularmente, la casa
de Amalivac y su tambor. Asimismo el monte Tamanacú, tabla de salvación
de los dos sobrevivientes del Diluvio y donde comenzó prodigiosamente a
reponerse la raza Tamanaca gracias al milagro de la semilla del Moriche.
Pues bien, un
día cualquiera, siendo estudiante de Historia y bajo la tutoría del profesor
Marco - Aurelio Vila, acopió recursos y fijó residencia temporal en Caicara
del Orinoco para en compañía del experto vaquiano Juan de Dios
Villanera, ir en busca del Monte Tamanacú y más luego de la Cueva y el Tambor
de Amalivac .
Sólo de dos
datos disponía para tan incierta aventura: el toponímico Tamanacú y el
Cuchivero. De manera que a bordo de una
curiara y llevando a Villanera de baquiano, Adrián Hernández inició su aventura al encuentro de la cueva y
el tambor de Amalivac.
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Gracias a esos datos, yo también fui con el mismo guía con la profesora Arleny León y su esposo en carnaval que estaba seco. Recuerdo las plantas de caruto y las cotaras que se nos cruzaban en el camino y vi la casa o cueva y vi el tambor en la llanura de Maita. Creo que sería el primer jesuita después de la brutal expulsión de Carlos III en caminar por esa llanura. J.Olza
ResponderEliminarGracias a esos datos, yo también fui con el mismo guía con la profesora Arleny León y su esposo en carnaval que estaba seco. Recuerdo las plantas de caruto y las cotaras que se nos cruzaban en el camino y vi la casa o cueva y vi el tambor en la llanura de Maita. Creo que sería el primer jesuita después de la brutal expulsión de Carlos III en caminar por esa llanura. J.Olza
ResponderEliminarExcelente información histórica de uno de nuestros pueblos aborígenes. La data nos ilustra la belleza de la cosmogonía Tamanaco y cómo sus creadores para ilustrar la inspiración déidica de su creación originaria Efrain Durand Ramìrez Profesor...
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