viernes, 2 de agosto de 2013

Cosmogonía de los tepuyes

Según la cosmogonía primitiva, estas tubulares como imponentes mesetas son el producto de la astilla de un árbol del Paraíso traída escondida  por Cuhicuchi a la tierra de los guayanos.
         Dijimos que los Yecuana o Maquiritare tienen su propia teoría mitológica de cómo surgieron los tepuyes y ríos de Guayana.
         Dijimos también que al comienzo todo era tierra desolada y los habitantes no disponían de otro alimento que la misma tierra, el agua que le proporcionaba en sus mandíbula la hormiga Yak transportada desde una laguna ignota del cielo y el casabe que les traía desde el mismo Kajuña (el cielo) un espíritu bondadoso llamado Demodene. Así rutinariamente transcurría la vida en la tierra hasta que Odosha, un espíritu maligno, se apareció y espantó a la Yak y al Demodene haciendo la vida más penosa y difícil.
         Cuando ello ocurrió se presentó el Vencejo, un pájaro grandioso que los indios llaman Dariche y les prometió hacer un esfuerzo alado por llegar hasta el Lago Aku-Ena del cielo y hacer que el agua llegara de algún modo hasta la tierra. Así ocurrió, y surgió el Casiquiare, pero las aguas confusas no sabían hacia donde dirigirse y a los primitivos habitantes se les hacía harto difícil  proveerse del precioso líquido. Ante esa situación, Kush (el Cuchicuchi) confesó haber descubierto el camino del Demodede para llegar hasta el lugar del cielo de la yuca y el casabe con la ayuda de todos comenzó a trepar por un árbol cuya copa se perdía en las nubes. Era la senda arbórea del Demodede y a través de ella llegó a Kajuña y se encontró con un paraíso donde había de todo, incluyendo el árbol-madre de todos los frutos. A él se trepó y saboreaba los exóticos manjares hasta tropezar con un avispero cuyas colonias fueron a zumbar en los oídos de Lamankave, la dueña y señora de aquellos feraces predios celestes. La señora toda indignada reprimió a Kush y le hizo levantar el pellejo de su cuerpo a la vez que lo dejó guindando como escarmiento en el mismo árbol.
         La hija de la señora, toda conmovida, le pidió a su Madre librase a Cuchicuchi de aquel suplicio, pues su atrevimiento era el producto de la situación penosa que se pasaba en la tierra. La madre aceptó y liberó a Kush, quien no tardó en regresar a la tierra, pero se trajo escondido debajo de la uña una astilla y la clavó en la tierra y al día siguiente como por milagro la astilla se transformó en un gran árbol con todos los frutos inimaginables que luego con el tiempo se fosilizó y se transformó en el Roraima.
         El Roraima se hallaba muy distante de la comunidad, de manera que una mujer llamada Edeñawad, se fue hasta el Monte Roraima y le pidió a Kusch una estaca. En el curso de la jornada decidió descansar y clavó la estaca, pero al siguiente día surgió un gran árbol que también con el tiempo se fosilizó dando lugar al Auyantepuy. La mujer tomó otra estaca y continuó la jornada y en cada lugar donde descansaba le ocurría lo mismo al clavar la estaca, pero lo sorprendente fue cuando una de esas estacas se transformó en el árbol mayor de todos: el Marahuaca cuya copa se enredó en el cielo y sus ramas se extendieron de forma tal que cubrían toda la tierra. Sus frutos al madurar caían por racimos generando un constante peligro para hombres y animales que si no los mataban los dejaba de alguna manera modificados. Ello explicaría la situación de la Lapa con el hocico achatado.
         Para evitar tales males, Semenia, mensajero del Dios Wanadi y jefe de todos los hombres, decidió tumbar el árbol y para ello comisionó a los Sajoco (Tucanes), éstos con sus grandes picos quedaron lastimados sin poder lograrlo. De manera que el Dios Wanadi, disfrazado de pájaro carpintero hubo de intervenir directamente y picotear el árbol hasta quedar totalmente derribado. Entonces muchas de sus ramas se convirtieron en tepuyes mientras la copa perforó la Laguna y el agua vertida desde el cielo se transformó en el Orinoco, el Caroní, el Paragua, el Aro, el Caura y todos los grandes ríos de la Guayana.
         Esos Tepuyes siempre llamaron y fascinaron la atención del Conquistador, especialmente de don Antonio de Berrío y de Sir Walter Raleigh. El expedicionario inglés, trató inútilmente de escalar, no está dilucidado si el Roraima o el Auyantepuy, pero sólo pudo penetrar hasta cierta distancia. En sus relatos ese Tepuy que le impresionó lo configuró como una Montaña de Cristal y creyó que allí podía estar la clave de la fabulosa ciudad de El Dorado: “… he sido informado acerca de la existencia de una Montaña de Cristal a la cual, debido a la distancia y a la estación del año, no pude llegar, pero la vimos desde lejos, y daba la impresión de que era la torre de una iglesia de gran altura. Desde arriba cae un gran río que no toca el costado de la montaña en su caída, porque sale al aire y llega al suelo con el ruido y clamor que producirían mil campanas gigantes golpeándose unas contra otras. Yo creo que no existe en el mundo una cascada tan grande ni tan maravillosa. Berrío me dijo que en su cumbre hay diamantes y piedras preciosas que se ven brillar a la distancia. Pero lo que ella contiene,  yo no lo sé, ni él, ya que ninguno de sus hombres ha logrado ascender por el costado por la hostilidad de los habitantes del lugar y las dificultades que hay en el camino


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